A muchos de nosotros nos gusta cocinar y crear platillos para nuestros invitados; forzosamente tenemos que comprar los alimentos necesarios, tanto para las comidas especiales como para las de todos los días. Compramos lo que creemos que vamos a necesitar, aunque rara vez calculamos con exactitud lo que realmente consumiremos. Como resultado, es probable que terminemos desechando muchos alimentos frescos porque generalmente compramos más.
Si el problema llega a ser agudo para nosotros, imagina el problema para los supermercados. Cada vez que vamos de compras, nos parece normal ver una gran cantidad y variedad de alimentos frescos como verduras y fruta, además de carnes, lácteos y demás productos normalmente en venta. Compramos lo que queremos y no se nos ocurre preguntarnos, si se venden todos los alimentos frescos que vemos tan bien acomodados en las tiendas. Cada supermercado está obligado a retirar la mercancía ya no fresca y remplazarla con la nueva. ¿Qué pasa con todo lo que no se vende? En México no lo sé… pero tengo la sospecha que termina en la basura. Representaría un gran desperdicio, que francamente sería una pena, cuando uno piensa en las muchas personas que no tienen qué comer día tras día.
Se trata de un problema global este tema del desperdicio de la comida. Un francés, un diputado local llamado Arash Derambarsh, decidió actuar para poner fin al desperdicio de tanta comida fresca en la colonia donde él vive, en la ciudad de París. Su iniciativa ganó mucho apoyo entre los ciudadanos, lo cual fue suficiente para convencer a algunos miembros del parlamento francés, quienes actuaron para promulgar una nueva ley. A consecuencia, los supermercados ahora tienen prohibido tirar los alimentos frescos que ya hayan pasado de su fecha de caducidad, pero que todavía sirvan; al contrario, tienen que guardar dichos alimentos para uso de personas que no tienen con qué comprar comida. Además, la ley prohíbe la práctica común de estas tiendas, de contaminar con cloro los alimentos que terminan en la basura. Su argumento siempre ha sido que no les gusta ver a los hambrientos y a las personas sin hogar, llegar a buscar algo que comer, porque es una práctica insalubre. En realidad, más que una cuestión de higiene, esas tiendas se preocupan por las sensibilidades de su clientela que sí tiene la posibilidad de pagar sus compras. El éxito del negocio y el dinero mandan, como todos bien sabemos.
En Francia se estima que 7.1 millones de toneladas de comida terminan siendo desperdiciadas cada año: 67% por los consumidores, 15% por los restaurantes y 11% por las tiendas. Se dice que a nivel global desperdiciamos más de 1 mil 300 millones de toneladas al año… Son cantidades totalmente inaceptables.
El diputado Derambarsh sigue trabajando para que no sólo en Francia sino en toda Europa, la cuestión de los alimentos frescos que ya no estén en venta sean utilizados por gente necesitada. Es una iniciativa que podría funcionar muy bien en el mundo entero. Las grandes cadenas de supermercados con presencia en numerosos países deberían de adoptar inmediatamente esa nueva ley.
Se nos olvida que muchos de los ingredientes que buscamos vienen de zonas distantes, incluso de países lejanos. La cantidad de emisiones de carbono emitida durante el traslado de esos alimentos (avión, camión de carga, otros medios de transporte todos impulsados por gasolina) es impactante. Como no las vemos, ni las pensamos, esas emisiones no nos interesan. Sin embargo, sería importante tomarlas en cuenta porque afectan la cantidad de comida que compramos. Cuando compramos tanto, la demanda aumenta y entonces los supermercados responden con una mayor cantidad de comida; compramos demasiado y así el círculo vicioso resulta en el desecho de enormes cantidades de verduras, frutas y carnes y la producción de aún más emisiones de carbono.
Pensemos un poco en nuestro planeta, tomemos un momento para pensar en la gente que realmente no tiene qué comer y calculemos con mayor exactitud lo que vamos a necesitar y a consumir cada semana en nuestras casas.