Lo que ha pasado con el agua potable que se extrae del subsuelo de Ocotepec muestra claramente que el combate al robo de combustible tiene más de un rostro y no es una anécdota pueril centralizada en las colas que se forman en las gasolineras.
Quienes se dedican a ese delito no solo provocan un daño económico sino que afectan la salud de decenas de miles de personas.
El peligro no solamente está en el riesgo de explosión de los depósitos clandestinos, sino en los daños al medio ambiente, pues debe tenerse en cuenta que los varios de los componentes de las gasolinas tienen potencial cancerígeno y aunque no dejen rastro de olor o sabor pueden estar presentes en el agua que se bebe.
Combatir el robo de combustible no es un juego pero sí una necesidad hacerlo.