Convertir a las principales comunidades en municipios como medida electorera del gobierno anterior ha provocado muchos quebraderos de cabeza, demasiados quizá.
Tetelcingo, una comunidad que no logró separarse del municipio del que forma parte, nos recuerda con frecuencia los riesgos de que se dé esa escisión, mientras que los tres municipios indígenas que lo lograron batallan contra el tiempo por demostrar que son capaces de llevar a cabo una sustitución ordenada de poderes.
Algo evidentemente salió mal. Pero aún es posible enderezar el camino. Para esto, los propios interesados deben escapar de los tópicos y demostrar que pueden seguir nuevos caminos dentro de las instituciones, sin tener que recurrir, como hasta ahora, a actos de fuerza para reivindicar todo tipo de demandas.