Cada año se repite como una ceremonia el proceso de notificación a las personas que viven en zonas que en época de lluvias se convierten en peligrosas de Cuernavaca. La mayor parte de los notificados se queda a vivir allí, con el riesgo que eso representa para sus vidas.
Por una razón que a veces cuesta trabajo entender, valoran más la posesión de una precaria vivienda (aunque sea de ladrillo) que la vida misma.
No ha habido forma de hacer conciencia de que la única forma de prevenir males mayores es la desocupación definitiva de esos lugares.
Periódicamente (ciclo más o menos estable que se repite cada diez años) la Naturaleza rebasa sus niveles habituales de fuerza y causa tragedias.
No sabemos si será este año o el siguiente, o el próximo, pero lo cierto es que esa terrible ruleta rusa nadie debería jugarla.