Un delito que poco se conoce pero que sigue ocurriendo es el robo de cable telefónico y de fibra óptica, lo que causa enormes daños económicos, no tanto a las empresas que lo sufren sino a los usuarios de los servicios afectados.
La fibra óptica no tiene un mercado pero la ignorancia lleva a los delincuentes a sustraerla, con la esperanza de obtener cobre de su latrocinio.
Pero esa tendencia se mantiene porque es muy fácil monetizar ese tipo de hurtos, del cual se obtiene un magro botín, infinitamente inferior al costo que tiene reponer lo robado y menor al daño que se causa a las personas que se quedan sin los servicios.
Quizá sería útil que la diarrea legislativa que periódicamente sufren los diputados locales permitiera el endurecimiento de las penas a quienes compran desechos metálicos robados. Un control más afectivo no les caerá nada mal a quienes tantos daños colectivos propician ahora.