Aunque en principio suena ilógico que alguien ponga voluntariamente en riesgo su salud o su vida, grupos de jóvenes de todas las edades lo hacen y no solo llenan de preocupación a sus familias, sino que provocan una movilización social y de recursos digna de mejor causa.
El penúltimo fue el uso de un medicamento controlado cuya ingesta puede ser dañina.
La visión cortoplacista de la vida que impera en las nuevas generaciones hace temer el peor de los comportamientos.
Hablamos de que se trata de un problema de salud pública que no puede soslayarse pero cuya atención requiere un enfoque multifactorial para la que no existe infraestructura disponible.
En pocas palabras, desde la familia debe atenderse este mal de nuestro tiempo.