La invasión de tierras ha sido un deporte morelense que en épocas no muy lejanas era ampliamente practicado, pero que por fortuna se ha reducido, aunque no cesa.
Actualmente las reservas protegidas, por su lejanía, son los sitios más propicios para quienes lucran con esa conducta delictiva, aunque pongan en riesgo el futuro del abasto de agua a las zonas más pobladas de la entidad y provoquen otros males.
Al menor descuido, construcciones de todo tipo surgen en las reservas territoriales y, si no son detectadas a tiempo, arraigan y dan pie a la formación de asentamientos irregulares que ponen en peligro todo el entorno.
Hasta hay alcaldes que tratan de introducir servicios a esos lugares a cambio de votos, por lo que la actuación de las autoridades correspondientes debe ser lo suficientemente dura como para inhibir la apropiación ilegal de tierras que son salvaguardadas por el valor intrínseco que tienen para toda la sociedad y que por lo mismo no pueden ser comercializadas.