El transporte público es uno de los sectores que alzan la voz contra la situación económica adversa, y que se suma a la falta de seguridad que padece la sociedad entera.
Es claro que el trabajador del volante, el que madruga todos los días y regresa muy noche a casa, a veces sin ninguna ganancia para su familia, es el más afectado en un sistema en el que le toca ser la víctima irremediable.
Los cambios en las estructuras y las reformas legales también deben ver por la dignidad de su oficio. El transporte es refugio de aquellos que no encuentran oportunidades inmediatas de empleo, pero esa labor también debe encontrar formalidad.
Los representantes del servicio público demandan subsidios y apoyos oficiales en sus responsabilidades como poseedores de una concesión, pero los beneficios no llegan a los trabajadores de “a pie”. Es una historia añeja.