La tragedia nacional de los desaparecidos es inocultable. El flagelo es prisionero en una arena política en la que los actores en escena se reparten culpas partidizadas y transexenales. Mientras tanto, las cifras crecen día con día en el país según los recuentos oficiales y de organizaciones independientes.
Entre el negacionismo por parte del régimen en el poder de una realidad que lastima a miles de familias mexicanas, y la politización de una crisis creciente, hay madres que con sus propios recursos buscan a sus hijos todos los días.
La desaparición forzada no está en la agenda de la política nacional. Hay una tarea que no se ha hecho. El Estado falla en su obligación de cuidar a los suyos.