Los mexicanos estamos acostumbrados a que periódicamente sepamos de ese tipo de accidentes, porque nos hemos acostumbrado a convivir con el riesgo, que se multiplicó cuando se introdujeron artículos chinos de mayor potencia.
La impunidad que brinda a los pueblos indígenas proclamar que se rigen por usos y costumbres ha hecho de esos sitios los lugares más peligrosos, por la cantidad de explosivos que acumulan.
La estricta vigilancia ha impedido hasta ahora una tragedia, pero acabamos de ver que ninguna medida es suficiente.
La comercialización de esos productos beneficia a una parte muy pequeña de la población, pero pone en riesgo a cientos, quizá miles de personas, por lo que sería bueno analizar la pertinencia de que aún sean tolerados.