El divorcio entre los ciudadanos y sus políticos ha llegado a tal extremo que se muestra con claridad en cualquier momento: las quincenas de un político no se parecen nada a los de un honrado ciudadano, sea lo mismo obrero o trabajador calificado o profesionista.
Los señores políticos (y las señoras políticas) no necesitan haber ido a la escuela para ganar lo que ganan y disponer de esos enormes privilegios que tanto dañan la convivencia social.
Y llegan a tal extremo que ya ni se cuidan de actuar bien para que Santa Claus los considere cada 24 de diciembre por la noche, porque no les importa.
Sean del PRI, del PAN, del PRD o de la sigla que les acomode, ninguno de ellos vive dentro de nuestra realidad. Y mucho menos en temporada de fiesta.
Que bueno que vivimos en un país tan aguantador que todo lo soporta.
Por cierto, dicen las malas lenguas que hay por allí un enorme almacén donde se guardan los regalos que Santa Claus les trajo a los políticos morelenses. Quienes me platicaron de su existencia dicen que la mañana del sábado había filas enormes de vehículos lujosos de donde se descargaron esos regalos para embodegarlos.
Nadie me pudo decir qué contenían los paquetes que allí se depositaron, pero todos los testimonios coinciden en que ahora en ese lugar huele no feo, sino muy feo.