Más allá de las terribles fallas en el manejo del idioma, los colegas sobre todo los de las nuevas generaciones- hacen un trabajo cada vez más mecánico y se niegan ya no digamos a actualizarse, sino por lo menos a hacer una reflexión de que ser periodista no es colocar una grabadora en la boca de un señor al que todos escuchan y al que sólo unos pocos preguntan. O a veces ni siquiera hay preguntas.
Y sin preguntas, es imposible saber lo que el lector, el televidente, el radioescucha, quiere saber. Sólo nos enteramos de las palabras del funcionario o el político (a veces muchas veces- son la misma cosa) y de lo que a él le interesa decir.
Y precisamente en este momento clave para la entidad y el país en general lo que sobran son preguntas sin responder y lo que falta es gente que haga las preguntas, por esa confusión grave que hay en cuanto a lo que es ser periodista.
En mis tiempos casi no había periodistas salidos de las aulas. La mayoría éramos “hechizos” (o sea, de fabricación casera), con un promedio escolar de secundaria.
Hoy salen de una universidad, pero el resultado es casi el mismo. Carecen de lo básico para ejercer el trabajo con dignidad. Incluso vienen predispuestos a no tenerla a cambio de lograr el “triunfo” económico. Pero los periodistas y los medios de comunicación somos los vasos comunicantes que llevan los mensajes de un grupo social a otro y que permiten el libre flujo de las ideas y permiten las diluciones, el consenso –pero también el disenso- que ayudan a construir una sociedad plural.
Máñana seguimos…