Resulta que Pingo escenificó con tanta maestría su teatro que hasta yo me la creí y lo llené de críticas, que la iguana leyó en el periódico (también es adicta a La Unión, en su versión tradicional en papel) y pensó que entonces estaba libre de peligro para atragantarse con mi tulipán.
Y eso pretendió hacer, llena de confianza y con la guardia tan baja que estaba en lo suyo saboreando el rico aroma de un pistilo cuando sintió que se le hundía el piso.
En realidad era el Pingo, que había esperado con infinita paciencia ese momento para mover la rama donde el verde reptil se daba su banquetazo. Ni las patas metió.
De no haber sido porque los que estábamos presentes acudimos en defensa de la iguana, el Pingo habría cumplido con creces su papel de perro guardián. Hasta reprochó la intromisión, porque esa defensa se contradecía -afirmaba- con las órdenes recibidas.
El caso es que la iguana casi muere, primero entre los colmillos del perro y luego de un infarto, porque la verdad la vio cerca.
Quiero creer que nuestras autoridades leyeron también a Sun Tzu y están en la etapa de fingir debilidad ante el enemigo.
El problema es que no leyeron todo el libro y no saben cuando deben pasar a la otra etapa de la estrategia.
Quizá Oscar Sergio, en lugar de escribir libros, debería de ponerse a leer.