Pero por el hecho de nunca tener extrañamente sentí bonito cuando en La Unión de Morelos me entregaron una credencial que recién mandaron a hacer para todo el personal.
Bonita, en un plástico muy llamativo y bien impresa (además, con foto impactante, como siempre- esa credencial se alojó con orgullo algunos días en la bolsa de mi camisa.
Pero no la alcancé a usar.
Ya saben ustedes que Pingo -el perro que en la casa de ustedes se siente amo- está castigado y no podrá opinar en esta columna durante la semana que corre.
Creí que ese castigo, por comerse un sándwich que nadie le convidó, no sería relevante en la vida de ese perro con el ego tan inflado, pero me equivoqué.
Creo que tiene tanto que opinar, que una semana "fuera del aire" (como dicen en los medios de comunicación electrónicos) ha sido un trauma para él.
Lo supe porque el muy malvado se vengó: resulta que la noche del martes antes de darme un baño dejé mi camisa en el respaldo de una silla, sin echarla a la ropa sucia.
Pués el cruel y vengativo perro fue por mi prenda, la tiró al suelo, la orino y -no conforme con eso- le dio mi credencial de periodista a su compañero, el Canito -un devorador de todo lo que se ponga a su paso- que se la comió, el miserable.
Sé que fue una venganza porque a mi credencial de elector y a otros documentos no les pasó nada. Quedaron intactos.
Sé que esa credencial volverá a ver la luz, pero no estará en condiciones de ser utilizada.
Pero ni así cambiaré de opinión y el Pingo seguirá castigado. A lo mejor y le echo otra semana.