La pregunta viene a colación porque esa posición llegó a ser estratégica en varios gobiernos estatales, pero difícilmente se recordará uno más poderoso que Agustín Montiel López, jefe de la Policía Ministerial con Sergio Estrada Cajigal.
Agustín Montiel, apodado “El Sincler”, era el jefe de la Policía pero al mismo tiempo empleado de los narcotraficantes, a quienes brindaba protección a cambio de maletas con dinero. Nunca se supo exactamente cuánto y con quienes debía compartir. El secreto se lo llevó a la tumba pues salió del Penal del Altiplano sólo para morirse.
Ser amigo de Montiel era una bendición; no serlo, una maldición que se podía pagar con la vida.
Un empresario farmacéutico estaba siendo extorsionado por un ex jefe de la Policía Ministerial. Por fortuna era amigo de unos periodistas íntimos del jefe Montiel, así que le pidieron ayuda para el empresario.
No hubo necesidad de que fuera a denunciar al MP, tampoco que llevara la orden de investigación del MP a la oficina de la Policía; ni le pidieron para la gasolina. Agentes de Montiel esperaron a que llegara el extorsionador al negocio del empresario y le dieron “levantón”. Lo entregaron al jefe Montiel y éste solicitó que fuera un agente del MP para que hiciera lo necesario para integrar el expediente.
En otro caso, una mujer pidió ayuda a TV Azteca porque una mujer le había robado a su bebé, pero ella sabía dónde se escondía en Guadalajara. El entonces procurador Guillermo Tenorio Ávila le ordenó a Montiel que recuperara al menor.
No hubo necesidad de ningún trámite, ni orden de investigación ni oficio de colaboración. Agentes de Montiel fueron a Guadalajara, le arrancaron el menor a la supuesta secuestradora y lo entregaron a su madre. El hecho (que hubiera sido un hitazo para el noticiario local) no salió a la luz pública, pues la mujer que tenía al niño en Guadalajara demostró que la joven madre le vendió al menor y después se arrepintió.
Pero un ejemplo de lo que podía representar no ser amigo de Agustín Montiel o sus jefes lo vivió en carne propia el licenciado Marco Antonio García García.
Como todos los días, el abogado laboralista salió de su oficina ubicada en la esquina de Humboldt y Las Casas, en el centro de Cuernavaca, y enfiló hacia la Junta Local de Conciliación y Arbitraje que se ubicaba a una cuadra.
No había caminado mucho cuando dos sujetos se le emparejaron. “Licenciado, tenemos órdenes de detenerlo, así que no lo haga más difícil”, le dijo el que parecía ser el comandante.
El abogado quiso hacer una llamada por celular, pero el aparato le fue arrebatado de un manotazo.
Seguro de que no tenía ninguna cuenta pendiente con la justicia, el connotado litigante aceptó subirse a la patrulla que ya esperaba sobre la calle Leyva, misma que arrancó a toda velocidad con torreta prendida.
De nada sirvió que Marco García preguntara por la orden de aprehensión y que exigiera saber quién lo estaba acusando. A base de insistir, le dejaron hacer una llamada.
Conocedor del sistema, García García sabía que era un asunto político, por lo que serviría de muy poco llamarle a sus compañeros abogados, así que decidió hablarle a un periodista de su confianza para decirle que estaba detenido y que lo conducían a la Base Zapata.
Entraron a las instalaciones de la Policía Ministerial y fue conducido hasta la oficina del entonces jefe de la Policía Ministerial, Agustín Montiel López. Ahí espero unos minutos.
De pronto vio entrar a ese hombre alto, moreno y gordo que había adquirido notoriedad durante el sexenio de Sergio Estrada Cajigal Ramírez por tener un poder por encima del procurador de justicia. Lo que ordenaba el gobernador o el secretario de gobierno, Eduardo Becerra Pérez, “Sincler” lo cumplía y después el procurador se encargaba de ajustar las cuestiones legales a los hechos.
Nadie sabe exactamente qué le dijo el jefe policiaco al abogado esa mañana. Como ya lo mencionamos, Montiel López fue detenido por la SIEDO acusado de protección al crimen organizado, y encarcelado en el Penal Federal del Altiplano, de donde salió sólo para morirse. Marco tampoco ha querido revelarlo.
Pero sus amigos coinciden en que se trataba de cumplir una promesa: Montiel le prometió a Sergio Estrada Cajigal que le entregaría a Marco García para que hiciera con él lo que quisiera. Y lo cumplió.
Se trataba de que el abogado –quien le había ganado decenas de juicios laborales en contra de sus amigos– entendiera que, así como “lo levantaron” y lo llevaron a la Procuraduría, pudieron haberlo llevado a cualquier otro lado.
Los archivos también guardan el caso de un defensor de oficio que se le rebeló a la directora de esa dependencia, quien le solicitó apoyo al secretario de Gobierno Eduardo Becerra y éste a su vez le ordenó al Sincler darle un escarmiento. Lo dejaron por muerto a la orilla de la autopista.
Los periodistas incómodos también sufrimos las consecuencias de que Montiel le cumpliera todos los caprichos a sus jefes. Sergio Estrada Cajigal estaba muy enojado por los constantes reportajes en contra de su gobierno, así que Eduardo Becerra pidió a la Procuraduría una lista de todos los periodistas que tuvieran cuentas pendientes con la justicia. Ahí salieron a relucir los que alguna vez golpearon a su pareja o quienes tenían denuncias por difamación o por cualquier otro delito. La lista era como de quince de todos los medios.
De la lista escogieron dos. En cuestión de semanas ya estaban detenidos dos periodistas (una reportera y un reportero) de La Unión de Morelos, acusados de difamación y posesión de vehículo robado, respectivamente. Al final demostraron su inocencia, pero Montiel le cumplió a su jefe la orden de mandarle un mensaje a la prensa.
Ojalá que no haya ningún mandatario, de ninguno de los tres niveles de gobierno, que caiga en la tentación de darle a un jefe policiaco tanto poder como el que le dieron a Agustín Montiel o a Alberto Capella.
HASTA MAÑANA.