Los delincuentes no leen periódicos ni ven noticieros en la televisión. Por eso es que nos causa risa escuchar a políticos que sostienen que la delincuencia bajó en cuanto ellos entraron a gobernar, o que se recrudeció la violencia como una reacción a sus acciones contra los malhechores.
La delincuencia común y la organizada tiene sus propias agendas y éstas no tienen nada qué ver con los tiempos políticos. Al ratero que sale a la calle en busca de un ciudadano despistado para arrancarle la bolsa o el celular, o el que sale por las noches a ver qué casa encuentra sin medidas de seguridad para robarle, le importa un soberano cacahuate quién esté gobernando el municipio, el estado o el país. Ellos van por el dinero, así de fácil.
El “jefe de plaza” de un lugar tiene por encargo garantizar que la droga llegue a los distribuidores y que estos la vendan y el dinero producto de la venta regrese por el mismo camino; cuidan que no haya competencia de otros cárteles y a ellos menos que a nadie les conviene “calentar la plaza” con un homicidio innecesario.
Lo más que llegan a relacionarse con el medio político son los capos regionales y esto es antes de las elecciones. Los líderes de una región suelen apoyar con recursos económicos a algunos candidatos. Si el candidato triunfa, exigen la devolución de su aportación y una ganancia.
Por todo lo anterior, quien esto escribe rechaza adjudicar el número de víctimas de los homicidios al gobernante en turno. No son los 200 mil muertos de Felipe Calderón ni los 150 mil muertos de Enrique Peña Nieto. Hay una responsabilidad indirecta porque en teoría todo lo que ocurre en un lugar –tanto bueno como malo– es responsabilidad del presidente municipal, del gobernador y del presidente de la República, sin embargo, no puede achacársele el delito como si él lo hubiera cometido.
Ciertamente la constitución habla de que el estado debe garantizar la seguridad de los ciudadanos, pero ni con 200 mil policías se podrá evitar que usted sea asaltado al salir de su casa o al viajar en un microbús. Se puede reducir el riesgo poniendo cámaras de videovigilancia, lo que también servirá para (posiblemente) detener al delincuente después de que haya cometido su fechoría, pero nada garantiza que uno de los miles de jóvenes que transitan por la ciudad de pronto saque un arma y asalte a la persona que va pasando.
Bajo esa perspectiva, es tonto el candidato que promete terminar con la delincuencia, pero más tonto el votante que se lo cree.
Graco Ramírez Garrido prometió “acabar” –así de tajante- con la delincuencia en año y medio. Ya como gobernador, primero dijo que él había dicho que en ese tiempo estaría la infraestructura necesaria para reducir la incidencia delictiva. “No me pidan milagros”, declaró cuando ya se acercaba el plazo. Y terminó por reconocer que se equivocó al prometer que acabaría con la delincuencia en 18 meses, “en la efusividad de las campañas electorales, eso me pasa por hablador. Me tardé más pero lo logré”, según él.
Obvio que no terminó con la delincuencia. Lo que hizo Graco fue pagar una costosa campaña publicitaria para que hubiera la percepción de que estábamos rodeados de cámaras de videovigilancia y que había miles de policías. También (a través de Alberto Capella), maquilló las cifras que se enviaban al Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública para que pareciera que se había reducido la incidencia delictiva.
Que quede claro: ni lo de Minatitlán, Veracruz fue una acción dirigida a afectar políticamente al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ni lo de Cuautla fue orquestado por Graco Ramírez para desestabilizar al gobierno de Cuauhtémoc Blanco.
Que grupos políticos hayan aprovechado las dos circunstancias para golpear a los gobiernos federal y estatal eso es innegable, pero son cuestiones colaterales.
Dicho sea de paso (y con todo el dolor del mundo), los niños asesinados también son hechos circunstanciales. Tanto en Minatitlán, como en Cuautla, y hace apenas unas cuantas horas en Tabasco, los ataques iban dirigidos a presuntos delincuentes que desafortunadamente estaban acompañados de menores de edad, según los informes oficiales.
Ayer escuchábamos la conferencia “mañanera” de López Obrador. Me van a odiar, pero parecía que estaba escuchando a Graco Ramírez.
Y es que el también tabasqueño se pasó los primeros tres años de su gobierno culpando de todo a los gobiernos anteriores. “Ya no se tolera la impunidad arriba. En Veracruz había mucha complicidad, eso ya se termina. Desde luego hay una inercia que poco a poco tendrá que irse enfrentando”, dijo el presidente.
“¿Que estamos haciendo? Estamos empezando a estabilizar, que ya no continúe la tendencia al crecimiento. Y yo considero que nos va a llevar a algún tiempo pero va a empezar a bajar. Nuestros adversarios quisieran que fracasáramos pero se van a quedar con las ganas”, apuntó.
Y luego remató: “Nosotros actuamos a partir de principios, tenemos ideales, tenemos autoridad moral porque sabemos que de esa manera tenemos autoridad política. No hacemos nosotros acuerdos en lo oscurito. No estamos al servicio de ningún grupo de interés creado”.
No pude evitar recordar a Graco Ramírez. Ya sólo faltó que dijera: “Yo no bailé con las hijas de los narcotraficantes”, su frase que repitió hasta el cansancio en alusión a Sergio Estrada Cajigal y su presunta relación sentimental con la hija de Juan José Esparragoza “El Azul”.
Y AMLO está cometiendo el mismo error que el perredista: poner un plazo fatal para bajar la delincuencia: Ya dijo que en seis meses, cuando todos los jóvenes tanto estudiantes como no estudiantes estén recibiendo sus apoyos de la Secretaría de Bienestar Social, “y la delincuencia ya no tenga de dónde agarrar jóvenes para reclutar”. “Becarios, no sicarios”, decía el odiado Graco.
“Y sí. Nosotros también tenemos un gobernador honesto como Cuitláhuac García y un comisionado de Seguridad que es buena gente”. Lo malo es que a los delincuentes eso les importa poco.
“Fue un error que el gobernador anterior haya dejado a su fiscal”. Lo dijo el presidente López Obrador en Veracruz, pero tiene plena aplicación en Morelos.
HASTA MAÑANA.