Una disculpa a mis editores, pero no todos los días se cumplen 30 años en este oficio. Hace exactamente tres décadas se publicó mi primera nota en un periódico impreso y desde entonces no he dejado de publicar en prensa escrita, internet, radio y televisión. La columna de hoy es una forma de agradecer su preferencia durante estos primeros 10 mil 950 días, y el compromiso de mejorar en los años que Dios nos lo permita.
Hace 30 años estaba terminando la preparatoria en la Nocturna Uno y había estudiado un curso de periodismo por correspondencia. Mis compañeros ya andaban sacando ficha para buscar entrar a la UAEM en Derecho o Administración, pero para estudiar Ciencias de la Comunicación sólo había el Tec de Monterrey o emigrar a la ciudad de México, impensable para el hijo de una familia campesina que había llegado de Michoacán 12 años antes.
“Yo sólo les puedo dar hasta la secundaria. De ahí para adelante lo que logren ya será mérito suyo”, advirtió don Leonardo a sus siete hijos. Consciente de ello, comencé a trabajar de mozo en un condominio desde los 13 años.
Supe que quería ser reportero desde que vi un reportaje de Juan Ruiz Healy titulado “La nueva Jerusalem” a principios de los ochentas, así que una cámara Kodak casera fue mi inseparable compañera desde tercero de secundaria y toda la prepa. Ahí tuve mi primer medio de comunicación, un periódico de un solo ejemplar que iba de mano en mano en todo el salón con la crónica y fotos de las excursiones.
Cuando iba a la biblioteca a hacer tareas de biología o física, terminaba leyendo los escasos libros sobre periodismo que encontraba en los anaqueles. “Periodismo Trascendente”, de Salvador Borrego, casi me lo aprendí de memoria. También lo hacía porque estaba resignado a que nunca pisaría una universidad para estudiar periodismo, así que era la única forma de aprender.
En 1988 hubo un movimiento estudiantil orquestado por los universitarios pero nos llevaron a los preparatorianos a hacer bola. Ahí conocí a Martín Sánchez Ortiz, a José Luis García Tapia y a René Vega Giles, que apenas iniciaban en el periodismo.
Después supe que uno de mis compañeros de prepa escribía en un periódico. Era Omar Maldonado, quien cubría espectáculos para El Nacional del Sur. “Ayúdame a entrar a un periódico Omar”, le dije. “Déjame ver”, me contestó con esa voz ronca que desde entonces le caracterizaba.
“Hay un periódico nuevo, se llama el ABC, están solicitando reporteros. Si quieres vamos los dos, yo también ya quiero cambiar de aires”, me dijo semanas después.
Acordamos vernos frente al Hotel Miled, en la avenida Emiliano Zapata, donde los libaneses Miled Libien y Miled Kahui habían instalado una sucursal del ABC del Estado de México. Pero por alguna razón Omar no llegó a la cita.
No recuerdo cuál fue su justificación, pero en la tarde que nos vimos en la Prepa quedó muy formalmente de estar al otro día para ir a buscar trabajo en el ABC. Pero otra vez me dejó plantado.
Mientras transcurrían los minutos reflexioné en que no podía ir por la vida a expensas de los demás, y que tenía que valerme por mí mismo. Así que tomé aire y me dirigí a la planta baja, donde estaba el jefe de redacción, Luis Díaz López, quien me mandó a la oficina del director, en el tercer piso.
Ahí manifesté mi deseo de ser reportero. Un diploma de “estudios que no requieren validez oficial”, y el “dummie” de un periódico que intenté editar con el apoyo de la UAEM, fueron mis cartas de recomendación.
“Sólo hay una plaza en deportes, si quieres entrar a prueba”, me advirtió un señor alto y gordo que dijo ser el director. No dudé en aceptarla.
Al otro día me fui a buscar información al único lugar que yo conocía en materia de deportes: la Dirección Deportiva de la UAEM. Ahí trabajaba Cuitláhuac Serratos, quien me dio información sobre los eventos que estaban realizando. Me tardé como dos horas en recabar la información y otras dos horas en escribir la nota (que no era nota, más bien como reportaje), ya en la redacción del periódico.
Muy orgulloso le entregué mi primera nota escrita sobre papel revolución a don Luis Díaz López, un chaparrito gordito de pelo y bigote cano. “Muy bien jovencito, tiene usted una excelente ortografía y le haya a la redacción. Ahora nada más necesitamos cuatro de estas para llenar la plana de Deportes”.
Me mostró como ejemplo una plana del Diario de Morelos. “Nacho Cortés se avienta como 16 notas diarias”, me dijo don Luis, quien sonrió al notar mi gesto de “no lo voy a lograr”.
Esa fue mi primera nota, pero la verdadera prueba para quedarme como reportero de deportes fue ir a Querétaro a cubrir un partido de futbol Querétaro-Zacatepec. Fue difícil y estresante porque escribía “de a dedito” en las máquinas mecánicas y no sabía usar el fax, pero el domingo que regresé el director me felicitó y me dijo que ya estaba aceptado, así que el lunes siguiente pasé con el contador y me dio la fabulosa cantidad de 125 mil pesos (de los viejos) cuyo recibo aún guardo.
Sólo estuve dos meses en el ABC cubriendo deportes. Cubriendo los partidos de futbol en El Miraval conocí a don Manuel Benítez Bahena, quien me llevó al periódico “Opción” de Morelos y de ahí a “El Clarín”, El Universal, TV Azteca, MVS, Canal 3, El Regional del Sur y La Unión de Morelos, donde he laborado más de 20 años con varias pausas, casi siempre para ocupar cargos en los tres niveles de gobierno.
Debo aclarar que finalmente sí pisé un aula universitaria, y no solamente estudié periodismo sino también derecho.
Hoy, a 30 años de distancia, puedo decir que he cumplido mi sueño de ser periodista. Muchas gracias a todas y todos; los integrantes de mi familia, los directivos de los medios de comunicación, los amigos, los colegas; todos, absolutamente todos los que de una u otra forma me ayudaron para lograrlo.
HASTA EL LUNES.