A principios de 2017 comparamos el Congreso Local con un ferrocarril cargado de lingotes de oro pero que a kilómetros de distancia las vías desembocaban en un voladero. Julio Espín, presidente de la Junta Política abrió las puertas a los 30 diputados y les dijo: “Pueden tomar todos los lingotes de oro que puedan, pero hay que saltar a tiempo para no caer al voladero”.
Hubo quienes fueron muy astutos y pudieron apilar muchos lingotes de oro hasta formar una torre muy alta y aprovecharon cuando el tren iba despacio para bajarse. Uno de ellos fue Paco Moreno Merino, quien hoy disfruta de lo que se robó en un paradisiaco lugar.
Hubo quienes tomaron un lingote en cada mano y saltaron a tiempo sin mayor problema. Esos que “robaron pero poquito” hoy también disfrutan de una vida tranquila, sin lujos pero sin citatorios judiciales.
Pero hubo otros y otras que en su avaricia por llevarse más lingotes no saltaron a tiempo y todavía se querían regresar por más.
Ese es el caso de Beatriz Vicera Alatriste, una mujer que ha tenido una vida digna de una película. Dice ser “ingeniera química” pero no muestra ningún título. Quienes la conocen la recuerdan como secretaria del director de un diario de Morelos, luego como empleada de unos laboratorios clínicos y de ahí como asistente personal de la lideresa priísta Maricela Sánchez Cortés.
Fue ella, Maricela, quien la hizo presidenta estatal de la organización de mujeres priístas, luego consejera estatal y consejera nacional del PRI. Gracias al partido tricolor llegó como diputada plurinominal a la LII Legislatura donde fue designada como presidenta de la Mesa Directiva.
Hasta ahí iba bien. Sin embargo, recibió una oferta del entonces presidente del PRD, Rodrigo Gayosso Cepeda, a la que no se pudo resistir. Obviamente nunca se habló de dinero, pero así, de la noche a la mañana, la “priísta de hueso colorado” se convirtió en perredista.
“Con este proyecto (del PRD) podré llegar a más mujeres, a más gente, a más colonias. Convencida que el trabajo en unión debe dar frutos. No importa el color en el que estemos, siempre y cuando vayamos de la mano de la sociedad”, afirmó en aquella ocasión mientras posaba junto al joven Gayosso.
Ya para ese momento había cambiado radicalmente su imagen. Disfrazaba su problema de peso con ropa cara y el tinte en el cabello no podía faltar. Ya no era “Betty” como la llamaban sus superiores cuando querían café, ahora era “la diputada Alatriste”, como pedía que la llamaran.
La diputada Beatriz Alatriste no fue la única que dejó su partido para obedecer ciegamente a Rodrigo Gayosso, también lo hizo Julio Espín, el diputado José Manuel Tablas Pimentel que llegó bajo las siglas del Partido Acción Nacional; Edwin Brito del PT y Silvia Irra del Partido Verde. Todos ellos se agregaron al grupo parlamentario del PRD donde ya estaban Hortencia Figueroa, Enrique Lafitte y otros, hasta completar una docena.
El día que se presentaron a los medios de comunicación en un restaurante de la calle Morrow llevaban unos chalecos amarillos que les acababa de regalar el PRD. Carísimos por cierto.
A la hora de tomarse la foto todos juntos alguien dijo en voz baja: “¡Parecen minions!”, lo que provocó la hilaridad de fotógrafos y reporteros, pero se aguantaron la risa.
Y sí, era cierto. Los diputados a los que Rodrigo Gayosso había uniformado para demostrar quien mandaba en el Congreso, parecían esos personajes de dibujos animados que actúan en grupo y no tienen mucha inteligencia.
Con 12 votos seguros, además del voto que se compraba “por evento”, Rodrigo Gayosso y su padrastro hicieron lo que quisieron. Aprobaron préstamos, vendieron predios, nombraron funcionarios, concesionaron servicios. Todo.
Con Francisco Moreno Merino (PRI) y Jaime Álvarez (Movimiento Ciudadano) como aliados, esa legislatura inauguró la costumbre de legislar “a escondidas y en lo oscurito”, cambiándose de sede sin previo aviso y trabajando hasta las cinco de la mañana. Así, la prensa y en general la ciudadanía se enteraban lo que habían hecho sus diputados durante la noche y madrugada hasta que aparecían los decretos publicados en el periódico oficial “Tierra y Libertad”.
Como parte de ese libertinaje legislativo se redujo el número de diputados, se modificó el mapa de los distritos electorales al antojo de Graco y su hijastro y se aprobó la reelección para diputados y presidentes municipales.
Es decir, no conformes con haber saqueado al estado, los diputados pretendían seguirlo saqueando por tres años más. Afortunadamente la gente se dio cuenta y el día de la votación se las cobraron todas juntas. Nadie ganó de ese grupo de los “minions”.
Ahora la Fiscalía Anticorrupción anda tras los que se dejen aunque los cargos son de risa. Por eso es que la abogada Hortencia Figueroa ni sufre ni se acongoja con los citatorios para comparecer ante los tribunales. Sabe que no le van a hacer nada y además no va a gastar en abogados. Para eso tiene a su marido.
Y ese afán por hacer como que trabajan es lo que hizo que, en cuanto Beatriz Vicera faltó a una audiencia, la fiscalía pidiera que se declarara prófuga de la justicia y mediáticamente se manejara la posibilidad de que la Interpol la pusiera en su lista.
Sabemos que Beatriz tuvo gravísimos problemas de salud cuando era diputada. De hecho, sus propios familiares ya no la contaban, si no es porque llegó el entonces secretario de asuntos legislativos, José Luis “Choche” Borbolla con un cheque del Congreso a pagar los gastos del hospital.
Pero de eso a que tenga que salir ante las cámaras llevando un tanque de oxígeno se nos hace una verdadera puesta teatral, sobre todo cuando una reportera afirma que días antes la encontró “de shopping” en una importante tienda de ropa.
Beatriz no está en la lista que Graco mandó a Juan Salazar Núñez de los ex funcionarios que no deben ser molestados. Finalmente Vicera Alatriste nunca fue vista como integrante del PRD, sino como un objeto que se compra, se usa y se desecha.
HASTA MAÑANA.