Después de 28 años de trabajo te dan tu pensión y una cantidad de dinero que si no es la suficiente es mayor a la que pudiste haber ahorrado en toda tu vida. ¿Qué hacer con este dinero que es todo mi patrimonio? Piensas. Tras horas de cavilar decides: voy a poner un negocio que me permita vivir dignamente los años que Dios me conceda.
Le comunicas a tu familia la decisión y recibes comentarios de apoyo. “Nosotros te ayudamos, todos vamos a echarle ganas para que el negocio prospere”, te dicen.
Así, con la emoción de iniciar un proyecto nuevo comienzas a buscar local. Encuentras uno súper ubicado y tan barato que no puedes creerlo. Compras el mobiliario, le pones tu “toque personal” a la decoración. Contratas a los empleados que se suman a tu idea de hacer de ese negocio el mejor en su tipo.
Por fin se abre el negocio con su respectivo corte de listón, publicación en el periódico de mayor circulación y algo de publicidad en radio. Los clientes comienzan a llegar. Eres la persona más feliz del mundo.
Los días transcurren y la venta va en aumento. Te encierras en el privado del negocio y comienzas a contar el dinero. Haces cálculos y proyecciones. No cabe duda, le diste al clavo.
Tu felicidad es interrumpida por uno de tus empleados. “Lo busca un señor, insiste en hablar con usted”.
Lo dejas pasar pensando en que será algún vendedor de servicios que te va a ofrecer algo para tu negocio. Su aspecto es el de una persona normal, bien vestido y con un reloj que nunca habías visto en tu vida.
“Voy a ser directo. Represento al Cártel XXXXX y vengo a preguntarle si va a cooperar con nosotros. ¿Quiere usted trato de amigos o de enemigos?”.
No sabes cómo reaccionar. En tu vida habías tratado con este tipo de personas. En balde tus justificaciones de que apenas estás comenzando y los ingresos apenas alcanzan para pagar gastos y sueldos. El sujeto no da muestras de compasión alguna.
“La organización necesita 20 mil pesos mensuales o se lo va a cargar la chingada”, dice el sujeto antes de salir de tu oficina.
Tu cabeza es un remolino de pensamientos. Sientes que la cabeza te estalla.
¿Qué se hace en estos casos?
Recuerdas una nota que leíste en el periódico donde un comerciante al que intentaron extorsionar llamó a la Policía y de inmediato se llevaron al sujeto. Sí, hasta publicaron la foto del tipo sobre la batea de la Patrulla. Pero ya no se supo qué pasó después, quizás el denunciante fue uno de los ejecutados meses después.
Descartas esa posibilidad. De todos modos el sujeto ya debe estar muy lejos para salir a buscarlo.
“Quizás sea sólo un oportunista, un charlatán que aprovecha la psicosis que hay por las noticias acerca de que éste cártel se está apoderando de todo el país. Sí, eso debe haber sido. Seguro no volverá”, piensas.
Tratas de volver a tu rutina diaria, pero la preocupación no te deja concentrar. Niegas que te pase algo cuando tus familiares preguntan si te sientes mal. “Estoy bien”, contestas en automático. Pero no lo estas, sientes que en cualquier momento puede volver el sujeto a preguntar qué decidiste, si van a trabajar o te atienes a las consecuencias.
¿Y si aceptaras pagarle la cuota que te pide? Parece una locura pero, ¿por qué no? Quizás así le han hecho los negocios que están prosperando. En una de esas hasta te haces su amigo y vives sin preocuparte por la seguridad de tu negocio porque como les estas “pagando piso” no les conviene que te asalten. Sólo es cuestión de acostumbrarte: así como apartas una cantidad para la renta, otra para la luz, el agua, los sueldos, el IMSS, Hacienda…. pues agregas una nueva obligación. No le puedes poner “derecho de piso” o “cuota para la maña”, tendrías que buscar una denominación en clave para que tu familia no se entere.
¿Y si llega otro grupo antagónico y te mata por estarle pagando piso a éste? Mejor descartas esa posibilidad.
Abres el periódico en busca de algo que te distraiga y luego le das un sorbo a tu café, el primero de la mañana.
“Algo muy grave está pasando en Celaya, Guanajuato. Hace unas semanas se reportó el cierre de decenas de tortillerías, obligadas por bandas de la delincuencia organizada a pagar cuotas mensuales de hasta 50 mil pesos. Algo similar ha venido sucediendo con otros pequeños comercios.
“Esos hechos son suficientes para prender todas las alarmas, pero la semana pasada sucedió algo que debería obligar a ponerlas en rojo carmesí: la principal distribuidora de Ford en la ciudad cerró sus puertas, luego de ser rafagueada por un grupo de pistoleros tras negarse a pagar la extorsión exigida por la delincuencia”.
Es la columna de Alejandro Hope en El Universal, en la que propone que el gobierno federal realice acciones que manden un mensaje de que este tipo de incidentes no van a quedar impunes. Que la Guardia Nacional custodie este tipo de empresas transnacionales.
“Lo sé: todos los mexicanos nos merecemos protección. Pero creo que es necesario reconocer que, si una empresa grande y altamente visible puede ser amenazada impunemente, no va a quedar negocio seguro en el país”, dice el columnista de El Universal.
Cierras el periódico. Enjugas disimuladamente la lágrima que asoma por tu ojo derecho y ordenas a tu empleado:
“No José. No subas la cortina. Mejor háblale a tus compañeros que tengo algo qué comunicarles”.
(Como dicen en las películas: todos los hechos aquí narrados son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).
HASTA MAÑANA.