Por más que uno quiera buscarle el lado positivo a las cosas, y sin dejar de reconocer los esfuerzos que han venido haciendo los tres niveles de gobierno, hay ocasiones en que nos invade el pesimismo, la depresión y la impotencia de no poder hacer nada. El cobarde asesinato de Paul Vizcarra y la confirmación de que el hijo de un estimado amigo notario que estaba desaparecido desde el mes de agosto fue ultimado a pesar de que se había pagado un rescate, pero sobre todo la ejecución casi sistemática de personas por parte de comandos armados que se mueven a sus anchas por todo el territorio morelense, y que se dan el lujo de avisar a quien van a matar con mensajes (ahora impresos en lonas con una máquina Plotter) nos hace llegar a la conclusión de que la Guardia Nacional, la CES y su instancia municipal han fracasado rotundamente.
La semana pasada nos tocó acompañar a la familia de Paul Vizcarra a su entierro en el panteón de Las Granjas. Duele ver cómo una familia dedicada al noble trabajo del reciclaje, que es fuente de ingresos de cientos de personas, que no anda metido en negocios turbios, hoy está destrozada. "Era tan tranquilo, no le gustaba meterse en broncas, prefería perder a tener conflictos", recordaba Carlos Mújica, amigo mutuo.
A varios días de que fue encontrado su cuerpo con huellas de tortura en el bosque de Tlalpan, no se sabe si hay avances en las investigaciones. Desgraciadamente, a él y a su acompañante los fueron a tirar en una zona boscosa donde no hay ninguna de las miles de cámaras que tiene el Gobierno de la Ciudad de México.
En el otro caso, desde agosto tuvimos conocimiento de la desaparición de Josué, el hijo del notario José Antonio Acosta, y no publicamos nada con la esperanza de que sus captores lo regresaran sano y salvo, pero no fue así. Salió de su casa a bordo de su motocicleta y se dirigió al municipio de Huitzilac, donde la vida vale menos que una moneda de a peso. Fue hasta hace un par de semanas que encontraron restos humanos en la carretera que va a Zempoala, y al hacer los estudios de ADN resultó que sí eran los de Josué.
Son homicidios que impactan en una sociedad morelense que observa impávida como desaparecen el padre, el hijo, la hija, y lo que viene a la mente de todos es ¿cuándo me tocará a mi o a mi familia?
"Está terrible la inseguridad, diario hay un secuestro y varios homicidios, ¿cómo podemos presionar para que las cosas cambien si los medios de comunicación no ayudan", me reclamó y con justa razón una amiga a través de messenger.
La tarde del sábado el helicóptero de la Comisión Estatal de Seguridad Pública andaba como loco sobrevolando a muy baja altura por todo Cuernavaca. A los pocos minutos las transmisiones en vivo por Facebook de varios medios de comunicación que usan esa herramienta tecnológica nos daba cuenta del motivo de los sobrevuelos: un homicidio en la calle que comunica Atlacomulco con la avenida 10 de abril, casi enfrente del hotel Hacienda de Cortés a plena luz del día.
Seguramente los turistas de ese hotel escucharon los balazos y si hubieran salido a la calle habrían presenciado una escena que sólo se ven en las series de narcos: al conductor de un vehículo compacto le dispararon desde otro, ambos en marcha, y el agredido se fue a impactar contra un taxi que nada tenía que ver (pero que seguramente pasara días en un corralón, en detrimento del dueño de la concesión y del chofer).
"La ejecución del día, o más bien, la primera de este día", escribí en mi cuenta de Twitter. Y no me equivoqué. Por la noche otra vez la transmisión en vivo, ahora en la avenida principal de Ocotepec.
Me enviaron una fotografía de la víctima. Era un muchachito de unos 20 años, tendido boca abajo sobre el asfalto, a unos metros de una tienda de abarrotes. Sabía que unas horas después me comenzaría a llegar información sobre los antecedentes penales tanto del ejecutado de Atlacomulco como del de Ocotepec, pero no puede uno evitar sentir pena por sus familias.
Por otra parte, me dicen que en el atentado de Atlacomulco hubo un "daño colateral" (asumiendo que ésta ola de asesinatos sea una disputa "entre malosos" como lo han venido diciendo algunos funcionarios). Se trata de una señora que no tenía nada que ver en este pleito entre mañosos y que recibió un balazo en la cabeza que hasta el momento de redactar esta columna se debatía entre la vida y la muerte.
Y eso de que "se están matando entre ellos" para nada es un consuelo, pues por un lado implica el riesgo de que en cualquier momento cualquiera de nosotros resulte herido o muerto (y ya vimos que no es necesario andar en bares a altas horas de la madrugada) pero lo más grave es que significa que gente armada puede circular por las calles como si nada, a pesar de los cientos de policías federales, estatales y municipales.
Eso se llama impunidad y sólo puede ocurrir cuando existe un contubernio entre policías y delincuentes. Y no nos referimos a ese señor que es "un pan de Dios" que se llama Antonio Ortíz Guarneros, sino a la gente que tiene bajo su mando, algunos desde antes que él llegara, y que están trabajando para "La Maña".
Sólo así se puede explicar uno que en ninguno de los homicidios dolosos que se han registrado en los últimos meses, ni por casualidad los sicarios se hayan topado con alguna patrulla. Ciertamente el número de vehículos oficiales es mucho menor al que presumía Alberto Capella, pero no se puede creer que cuando avisan de una ejecución los policías lleguen diez minutos o más posteriores al hecho.
Y lo que más enerva a la gente es que lleguen hasta cinco patrullas y sus elementos luciendo sus armas largas para hacer lo que se llama "la preservación de la escena del crimen", y que se pongan "flamencos" cuando alguien se acerca a la cinta amarilla, como ocurrió el jueves con la ejecución del policía cuyo nombre ya había sido mencionado en uno de esos mensajes impresos en lona y que son dejados por toda la ciudad sin que nadie se percate de quiénes son.
Ese día, alguien de la Policía envió un mensaje de voz advirtiendo que si tenían hijos en las guarderías o jardines de niños de la zona norte de Cuernavaca, que fueran a recogerlos, lo que provocó una verdadera psicosis entre madres de familia, principalmente en Chamilpa.
Ya para cerrar la jornada de este fin de semana, al menos por cuanto a esta columna se refiere, recibimos las fotografías de una mujer calcinada que encontraron en la colonia Rancho Cortés. Quizás hoy lunes por la mañana el vicealmirante Guarneros salga con su declaración de que la occisa "andaba en actividades no propias de una dama", pero no deja de ser un feminicidio que se suma a otros que se han venido dando en territorio morelense, y que no se advierte cuándo y cómo vaya a acabar.
Frente a toda esta problemática hay un grupo de personajes que todo lo quieren resolver con destituciones o renuncias, pero son hombres y mujeres que si buscas en sus antecedentes encuentras fácilmente el motivo de su indignación. A ellos no les importa tanto el dolor de las familias que han sufrido la pérdida de un ser querido, sólo quieren sacar provecho político de todo ésto.
Desgastarnos en marchas y manifestaciones nunca ha sido la solución. Mucho menos los bloqueos de las calles afectando al resto de la población.
Ya viene la aprobación del presupuesto estatal y otra vez a la Comisión Estatal de Seguridad Pública le están destinando muchísimos millones de pesos, que bien distribuidos y sin "moches" pueden servir para componer cámaras de videovigilancia y poner otras más. Adquirir o rentar más patrullas y contratar policías con sueldos dignos para que no caigan en la tentación de trabajar para el otro bando.
Pero lo principal que tiene que hacer la autoridad es escuchar a la ciudadanía y evitar la justificación de los delitos.
HASTA MAÑANA.