Todo parecía normal cuando al cruzar la calle Mariano Arista, específicamente frente a la Relojería “Rojas”, sintió una mano que le rodeaba el cuello al tiempo que le decía “a ver cabrón, vamos a ver qué armas portas”.
En ese momento se dio cuenta que eran cuatro elementos masculinos vestidos con camisola y pantalón azul marino, mismos que descendieron de una camioneta tipo Pick Up color azul marino con la leyenda “Policía Morelos” sin que se pudiera advertir a simple vista alguna numeración.
Desconcertado, Omar comenzó a preguntar que por qué lo estaban deteniendo ya que yo no había cometido ningún delito y diciéndoles que estaban incurriendo en un abuso de autoridad, “pero en lugar de soltarme uno de ellos me tiró al piso y me puso su rodilla sobre mi garganta mientras yo gritaba “aguanta, aguanta, ya estuvo”. Quise grabar video con mi celular pero como estábamos forcejeando sólo se grabó el sonido durante minuto y medio donde se escucha cómo les pido que ya me dejen y mi voz cambia por su intento de asfixiarme”, narraría después en la oficina de Asuntos Internos de la Comisión Estatal de Seguridad Pública.
Los cuatro elementos lo subieron a la batea de la patrulla y se arrancó sin un destino definido, sino que sólo anduvieron dando vueltas en el centro y durante ese tiempo lo golpeaban cada vez que intentaba hablar. Uno de ellos le decía que con cuánto se iba a mochar para que lo dejaran ir y él les contestaba que no les iba a dar ni un peso porque no estaba cometiendo ningún delito.
Los policías lo insultaban diciendo que a leguas se notaba que era “un lacra” porque traigo tatuajes y aretes, además de la barba crecida, y que no le convenía que lo llevaran al sector porque le iba a ir peor, que mejor nos arregláramos en ese momento, a lo cual Omar se negó.
Ya eran alrededor de las dos de la madrugada del 27 de diciembre cuando lo llevaron a las instalaciones de Policía que están en la parte norte del Mercado Adolfo López Mateos.
“Ahí me bajaron de la patrulla, siempre con golpes e insultos, y me pasaron con un joven que vestía una bata blanca quien supuestamente me certificó pero lo único que hizo fue anotar mis datos. Enseguida los policías hicieron el papeleo para dejarme a disposición del Juez Calificador. Escuché cuando le dijeron al servidor público que me traían “por andar manejando en forma imprudente”, siendo que yo iba caminando”, dice la denuncia penal que presentó la víctima.
Acto seguido un elemento sacó mi cartera donde traía 700 pesos y un sobre amarillo que contenía 16 mil 900 pesos en billetes de 500 pesos, mismos que eran su sueldo y aguinaldo así como cuatro mil pesos en vales de la empresa “Toka Vale”.
También le quitaron el teléfono celular, un reloj, una cadena de oro, una gorra y un arete, y lo condujeron hacia el área de separos.
“Sin embargo, antes de dejarme tras las rejas, un elemento de complexión robusta, de aproximadamente un metro con 80 centímetros de altura, tez morena y nariz ancha, pelo corto, me dio un puñetazo a la altura de la quijada, y sentí cómo se desprendía una muela, misma que escupí. Posteriormente entró otro elemento el cual es de tez blanca, sin cabello, una altura de aproximadamente 1.70 metros, y al tiempo de decirme “ahora sí hijo de tu puta madre, vamos a ver si deveras eres muy machito” me propinó otro golpe y sentí cómo se me desprendía un diente pero en esta ocasión ya no lo escupí al piso sino que lo guardé”, declaró Omar.
Otro más le dio varios tablazos en la espalda y luego le arrojaron una cubeta con orines.
A las 10 de la mañana llegó su mamá y preguntó qué tenía que hacer para que Omar saliera libre. El Juez Calificador aceptó bajar la multa de cinco mil a sólo mil pesos.
“Fue a esa hora cuando mi madre Blanca Alicia Gutiérrez Pérez entró a verme hasta donde yo estaba y me comentó que el Juez Cívico le había dicho que teníamos que pagar mil pesos de multa, a lo que yo le contesté que en el sobre amarillo que me habían quitado había dinero para pagar, pero mi madre pidió mis pertenencias y solamente había el sobre amarillo con mil pesos en vales, por lo que mi madre tuvo que conseguir los mil pesos que nos estaban requiriendo para poder dejarme en libertad. Cabe mencionar que no nos dieron recibo de ese dinero y sólo me regresaron mi teléfono celular, el reloj Minicooper y la gorra”, dice la narración cuya copia obra en poder de este columnista.
Hay varias cosas extrañas en este asunto. A Omar lo detuvieron a una cuadra de una cantina, como si estuvieran cazando “borrachitos”. Convenientemente la patrulla no tiene número, o al menos no visible, y en el lugar donde ocurrió la detención no hay ninguna cámara del C5.
En el Juzgado Calificador no entregan recibo de lo que entra, y si bien es cierto que hay cámaras de videovigilancia, éstas no sirven, o bien, los policías saben perfectamente en qué áreas no son captados.
Omar acudió a Asuntos Internos de la CES donde fue atendido muy amablemente y levantó su queja. “Vas a tener el expediente 0001/2020. El año pasado terminamos con más de 500”, le comentó la persona que le tomó su declaración.
Omar es solamente una de cientos de personas que son víctimas de abusos por parte de quienes se supone están para cuidarnos. El robo se ha convertido en el “modus vivendi” de los policías que aprovechan el vacío de autoridad que existe en la corporación.
Y es que el vicealmirante Antonio Ortíz Guarneros se trajo a mucha gente de Veracruz para ponerlos en direcciones y comandancias, pero la mayoría ni siquiera conoce el territorio morelense, mucho menos a su gente.
HASTA MAÑANA.