En esa columna mencionábamos (con base en la investigación de Uriel Velázquez), que tras escapar de la irrupción militar en la “Rubén Jaramillo”, Florencio Medrano continuó su lucha a través del Partido Proletario Unido de América (PPUA), en diversos estados de la república mexicana hasta que lo matan “guardias blancas” en la sierra de Oaxaca en marzo de 1979.
A raíz de esa columna nos contactó María de los Ángeles Vences Gutiérrez, quien nos entregó un libro de su autoría, publicado en el 2018 por el Senado de la República y que se titula “El Caliche”.
Ella es esposa de Félix Basilio Guadarrama, el único que acompañó al güero Medrano en su huida a Tenancingo, estado de México. Pero lo más importante es que ella estuvo en el primer círculo del líder guerrillero, primero acompañada de su esposo, pero después ella sola cuando Félix fue detenido y enviado al Penal de Almoloya por “delitos políticos”.
La primera parte del libro es la historia de una niña, huérfana de padre y madre, que al ingresar a la escuela secundaria en su pueblo “El Caliche”, municipio de Tlaltizapán, es testigo de la toma de la presidencia municipal por parte de un grupo de pobladores que se rebelan al caciquismo priísta y son reprimidos.
Durante esa resistencia pacífica llegan muchachos provenientes de la colonia Rubén Jaramillo, entre ellos el que después sería su esposo. Comienzan a inculcarle la ideología maoísta hasta que, años más tarde, se va con ellos a dedicarse de lleno a la llamada “lucha clandestina”.
A los 16 años, ya como pareja de Félix, se fueron al estado de Puebla, a una ranchería “donde desarrollarían el trabajo de base”. A finales de 1975 regresaron a vivir a Jojutla, a la casa de la familia de Félix (o Arturo, como lo nombra en su libro), a esperar instrucciones de la dirección del PPUA para emprender el trabajo de base en algún estado, y aprovecharon para visitar “la Rubén Jaramillo”, que continuaba sitiada por el Ejército.
“Con los años, en la colonia Rubén Jaramillo se perdió la tradición de lucha y solidaridad. Los partidos políticos se apoderaron del control político, y hubo quienes manosearon la historia de su fundación para beneficio personal”, dice María de los Ángeles en su libro, en el que adopta el nombre de Mayra.
Obligada a huir de nuevo por el incesante acoso de la policía, la pareja se trasladó otra vez a Puebla, acompañada de dos compañeros más. Llegaron de noche tras caminar cinco kilómetros de donde los dejó el autobús.
Arturo, Damián y Antonio saludaron de mano a todos y dieron un fuerte abrazo al hombre de ojos verdes y bigote castaño, quien vestía pantalón de mezclilla, guayabera y botas mineras.
“Arturo le dijo: “Él es el Güero, nuestro líder”. ¡Por fin conocía al fundador de la colonia Rubén Jaramillo en Morelos!, se dijo, mientras él se inclinaba humildemente para darle un caluroso apretón de manos. Poseía un gran carisma, a pesar de su estatura y bigote, su mirada era tierna y dulce. Su jovialidad le daba a su gesto un tono infantil, como si sonriera también con los ojos. Siempre lo recordaría así”, dice el libro.
Refiere que esa noche se llegó al acuerdo de dispersarse en grupos por diferentes estados de la República, donde las condiciones de trabajo fueran posibles.
“Para ello, hubo una reunión previa con más compañeros de otros estados, donde acudió gente de Morelos, entre ellos: don Gregorio, radiotécnico de oficio y oriundo de Amacuzac; Porfirio Equihua, zapatero; el profesor Eudocio Ixpango; y Plácido Arizmendi, el Muicle. Llegó también gente de los estados de Guerrero, Tlaxcala, Puebla y de otros lugares, así como comisionados de una normal de maestros, inclusive, integrantes del movimiento chicano de Estados Unidos”, agrega.
En la ciudad de Puebla, el 10 y 11 de enero de 1976, se llevó a cabo el segundo Congreso del PPUA. “Toda la noche y hasta la madrugada se discutieron las ideas, se elaboraron planes de trabajo y se formaron comisiones para atender diversos asuntos. Para Mayra era como un sueño ver a toda esta gente de diferentes clases sociales sentada alrededor de un círculo, trabajando por el ideal de un país más justo, donde todos tuvieran las mismas oportunidades, donde se respetaran los derechos para todos”.
El libro de María de los Ángeles está lleno de pasajes tristes, de asesinatos de campesinos por parte de los terratenientes, sobre todo en el estado de Guerrero, donde ella estuvo “predicando” la ideología comunista. Siempre con las condiciones más precarias, comiendo sólo frijoles y tortillas con chile.
La portada de su libro es un dibujo a lápiz de Luis Fernando Lezama donde aparece la autora –siendo una jovencita- amamantando a su primer hijo en una zona inhóspita y cargando al hombro un arma larga. Y así fue en realidad, aunque después tuvo que dejar al niño con su suegra para continuar en la organización clandestina.
Ella era la encargada de llevar documentos que Florencio Medrano –escondido en la Sierra entre Veracruz y Oaxaca- mandaba a sus contactos en diversos estados del país y viceversa. En varias ocasiones se quedó sin dinero en los trayectos y tuvo que dormir en la calle. Así fue hasta 1979.
Con su esposo en la cárcel y con el Ejército “pisándole los talones” a los miembros de la organización, El Güero decidió que Mayra debía volver a Morelos. “No puedes quedarte mija, soy responsable de mi persona pero no de los demás. Esto no es un adiós Mayra, es únicamente por un tiempo mientras las cosas se calman. Además, vamos a seguir en contacto. Ya veré el modo de que así sea”, le dijo.
“Salió de El Amate con lo que llevaba puesto. Subió la veredita bordeada de cafetos que conducía a la cima del cerro. Volteó a mirar al pueblo por última vez, con las lágrimas rodando por sus mejillas. Aspiró el aire fresco de la montaña y guardó esa imagen en su mente, en su corazón.
“Al descender a paso rápido hacia el arroyito donde estaba el amate, pensó que dejaba atrás parte de su vida, algo que nunca podría recuperar. Bebió agua del arroyito, pues el camino sería muy largo. Se lavó la cara para calmar los ojos hinchados por el llanto.
“De repente, escuchó unos gritos y alcanzó a ver la gente corriendo. Sonaron dos disparos y sintió una punzada en el pecho y otra en el hombro, mientras veía gotas de sangre que corrían en hilillos por el agua del arroyo.
“En un instante, pasaron por su mente su hijito Ernesto, Arturo y su pueblo: El Caliche”. Y ahí termina el libro de María de los Ángeles.
HASTA MAÑANA.