Sábado 19 de noviembre del 2022, a las 14:30 hora, aproximadamente. Carretera Yautepec-Tlaltizapán, a la altura de la colonia San Juanito, en un local donde venden comida, se observa una motocicleta estacionada. A los pocos minutos la cámara de videovigilancia capta la llegada de una camioneta Mazda color rojo, de la que descienden dos sujetos y luego avanza lentamente.
Uno de los sujetos se acerca a la motocicleta mientras que el otro entra a la fonda y se dirige al cliente que traía puesto un casco. Saca un arma y exige que le entregue las llaves de la moto. El hombre que estaba comprando comida le da un llavero y el delincuente sale inmediatamente a donde ya lo esperaba su cómplice montado sobre la moto.
“Estas no son las llaves de la moto, son del portaequipaje, nos quiere ver la cara de pendejos” dice el segundo sujeto. El primero regresa sobre sus pasos al interior del local donde el motociclista ya se había quitado el casco y emprendía la huida. No alcanzó a avanzar casi nada, dos balazos lo hicieron caer fulminado. El malhechor se le acerca y le saca las llaves de una de las bolsas de su pantalón, para después subirse a la motocicleta y perderse en la carretera. El cínico todavía se puso el casco de su víctima para tripular el “caballo de acero”.
Nunca supieron los delincuentes que habían terminado con la vida de uno de los mejores policías del estado de Morelos, que se hizo famoso a finales de los ochentas y principios de los noventas por resolver varios homicidios utilizando la investigación científica en lugar del típico “tehuacanazo”.
El comandante José Luis Estrada Aguilar se retiró del Grupo Homicidios de la Policía Judicial y se convirtió en abogado, pero no dejó su pasión, que eran las investigaciones, para ayudar a víctimas del delito. Combinaba sus demandas judiciales con las clases de seguridad personal (escoltas), investigaciones privadas, tiro, y todavía le daba tiempo para ser el responsable de la seguridad de un centro recreativo.
Esa tarde, cuando llegaron los elementos de la hoy llamada Policía de Investigación Criminal, lo reconocieron inmediatamente. Uno de ellos era su compadre.
Magdalena, su pareja sentimental, recuerda como si fuera ayer ese fatídico día:
“Sus compañeros escoltas llegaron a mi casa alrededor de las cinco y media de la tarde. No hallaban cómo decírmelo, hasta que por fin se armaron de valor y me dijeron que José Luis había sufrido un accidente y que no volvería más. No lo podía creer; no sabía qué hacer en ese momento, no era posible ya que él tenía una hora que había salido de casa y esperaba que regresara luego ya que por esas fechas era el buen fin y él ya había visto algunas compras en línea, unos artículos y un buen corte de carne para comer, es lo que estaba planeado para ese día. Lloré, grité y rogué que fuera una equivocación lo que estaban diciendo. Anhelaba que me dijeran que no era verdad”.
Recuerda que unos días después acudió a la Fiscalía para preguntar sobre el caso y coincidentemente uno de los agentes del Ministerio Público tenía la carpeta de investigación en sus manos, y le escuchó decir: “Seguramente fue un ajuste de cuentas”
—¿Qué desea? —le pregunta el agente del MP.
—Vengo a pedir información sobre una carpeta de investigación, la CT-UEH/6854/2022.
— ¿cuál? — contesta extrañado el servidor público.
—Es la que tiene usted en sus manos— le dice Magdalena mientras le señala el expediente.
Ligeramente apenado, el MP le explica que tenía que hacer un escrito para solicitar tener acceso a dicha información y esperar el término de ley que son tres días.
“Y desde esa fecha son casi ya nueve largos meses de dar vueltas y escuchar las mismas excusas de siempre, estamos, estamos y estamos…. ¿Estamos qué? ¿Dejando que pase el tiempo y el asunto se olvide?”, cuestiona.
Después de algunos meses pide ayuda a un amigo abogado, el cual la apoya con un escrito dirigido al juez de control para que le permita tener acceso a la carpeta y videos. Ahí se da cuenta de que, mientras agonizaba, paramédicos o policías lo despojaron de celulares y dinero en efectivo, pues en el acta de levantamiento de cadáver no aparece nada de lo que llevaba esa tarde al salir de su casa.
“Pido por escrito que, como víctima, se me comparta la información que tienen sobre el homicidio. Se cambia de MP encargado del caso, lo conozco y me dice que como víctima tengo todo el derecho a la información, que él me ayudará, que podemos trabajar juntos, que siempre que yo tenga alguna información la comparta con ellos, pero que desgraciadamente ellos no me pueden dar la información para que yo la analice en casa porque hay una investigación en proceso y puede haber fuga de información”.
Pasan los meses, cambian de agentes del MP, cambian de titular de la Fiscalía General y no hay ningún avance todavía, pero le dicen que tenga paciencia, que seguramente ellos (rateros y asesinos) cometerán algún error y entonces —solo entonces— habrá algo, ya que sobre de ellos no hay nada para poder identificarlos, pero que ya se mandó a reconocimiento facial para ver si el sistema arroja algo, pero del cual hasta la fecha no hay nada.
Con frecuencia Magdalena escribe cartas al cielo:
“Muchas veces me mencionaste que querías regresar a hacer tu trabajo porque tú eras feliz con tus muertos y tajantemente contesté que no. No quería que te embarraras de la inmundicia y la mediocridad que invade actualmente nuestro sistema de justicia. Y hasta que se te haga justicia cambiaré de opinión.
“Me dolió tu partida, pero me dolió más ver que mientras te estábamos velando, llegaron amigos, compañeros, compadres, conocidos, y me decían: lo que se ofrezca aquí estamos. Conforme pasan los días te das cuenta que contigo se fue todo, se acabó el cariño, la camaradería, la amistad, tocas y tocas puertas para pedir ayuda y ya no la hay porque simplemente ya no existes más comandante”.
La ironía de la vida: tantos crímenes que resolvió el comandante de Homicidios José Luis Estrada, y no hay nadie en toda la policía de investigación que pueda resolver su asesinato y darle la tan anhelada justicia a la que tiene derecho.
HASTA EL LUNES.