Uno de los que iban en la Caribe dijo llamarse Armando Beltrán Cardoso y dedicarse a la venta de dulces. Este hombre, que había resultado con fracturas en cadera, brazo y pie izquierdo, se mostraba muy inquieto, deseaba salir lo antes posible del hospital y ni siquiera mostraba interés en buscar una posible reparación del daño por parte del Ayuntamiento de Temoac.
Ese comportamiento hizo que alguien de la Procuraduría de Justicia comparara sus huellas con la base de datos de personas buscadas por la Policía. La sorpresa que se llevaron fue que el modesto dulcero en realidad era Arturo Romero Aparicio, uno de los secuestradores más sanguinarios de la zona oriente de Morelos.
Al consultar su “hit criminal”, las autoridades se encontraron con que Romero Aparicio ingresó por primera vez a una cárcel el 23 de abril de 1994, cuando fue recluido en la Penitenciaría de Cuautla por los delitos de amenazas y extorsión en grado de tentativa. A partir de ese momento su vida ha transcurrido entre ingresos y salidas de las cárceles, siempre beneficiado por el temor de las víctimas y la corrupción que imperaba entre policías, agentes del Ministerio Público y Jueces.
Apenas un año y medios después de haber compurgado su pena, volvió a ser detenido, exactamente el 13 de octubre de 1995, por meterse a robar a una casa habitación en el estado de México. Ingresó al penal conocido como La Perla, ubicado en el sector de Nezahualcoyotl.
El 30 de abril de 1997 consiguió que lo enviaran a purgar su condena de 10 años de prisión a la cárcel Distrital de Cuautla, donde ya le esperaban otros tantos procesos penales por homicidio y asociación delictuosa.
A pesar de que sus malos antecedentes ya eran conocidos, obtuvo su libertad cuatro años después, sólo para continuar con su carrera delictiva. Unos meses después de haber salido de la cárcel, Arturo Romero Aparicio irrumpió con un comando armado en el domicilio de la familia Gargallo, en la cabecera municipal de Jonacatepec, donde exigió la cantidad de 100 mil pesos a cambio de no llevarse secuestrada a una jovencita de 16 años de edad. Se los dieron y huyó a bordo de una camioneta de las mismas víctimas.
No era la primera vez que lo hacía. Quienes lo conocen cuentan que Arturo escogía a su víctima, la contactaba vía telefónica y le fijaba la cantidad que debía pagar a cambio de no ser secuestrado. Lo citaba en alguna parte concurrida del estado, le ponía la hora y el lugar exacto donde entregaría el dinero. En dado caso que la víctima hiciera caso omiso a las amenazas, y que no llegara a la cita, el propio delincuente se trasladaba hasta el domicilio del extorsionado y lo asesinaba a sangre fría.
Con esa fama, fueron muchas familias las que aceptaron “cooperar” con la banda de “El Aparicio” y nunca denunciaron nada.
Y es que en toda la región oriente se sabía que Romero Aparicio era “discípulo” de los primos Vivas, Benito y Modesto, conocidos como “Las víboras”. Incluso uno de los integrantes de su banda se llamaba Maximino Vivas Urzua y era sobrino de Modesto.
Otro era Rolando Enriquez Jiménez, alias “El Pocaluz”, también “el plátano” y otros más. Esa banda era la más temida en la zona oriente del estado a finales de los años noventas y principios del 2000.
Romero Aparicio fue asegurado por enésima ocasión en el municipio poblano de Atlixco, en el mes de julio del 2004, acusado del delito de secuestro bajo el expediente 35/2004/1 bis. Iba acompañado por Fermín Grajeda Nava y José Juan Ramos Venado, integrantes de la “nueva camada” de delincuentes que encabezaba Arturo Romero, oriundo de Huazulco, municipio de Temoac.
En esa ocasión le imputaron varios asaltos a gasolinerías ubicadas en la zona oriente de Morelos y Poniente de Puebla, así como una ferretería en el municipio de Atlatlahucan, pero el asunto que lo devolvió a la cárcel fue un secuestro que él operó desde una casa.
“Los detenidos, procedentes de Morelos, privaron de la libertad a un hombre y una mujer el 14 de julio pasado por quienes pidieron 100 mil pesos, los presuntos delincuentes avisaron a un familiar de las víctimas que al siguiente día recogerían el efectivo. Durante un recorrido de vigilancia, agentes judiciales fueron informados sobre la presencia de una persona armada en la población de Tenextepec, por lo cual detuvieron a José Juan Ramos y Fermín Grajeda, quienes custodiaban a las víctimas. Al efectuar una revisión les fue encontrado dos armas, una calibre nueve milímetros y otra súper 38 abastecidas, además de tres vehículos: un Chevy rojo placas de circulación TSS9980, un Grand Marquis verde botella sin placas y un Ramcharger con placas TRA9708. En el domicilio de uno de los afectados se detuvo a Arturo Romero Aparicio, quien pretendía cobrar el rescate, por ello integraron la averiguación previa 35/2004/DIS-1 para investigar a los detenidos por el delito de secuestro”, narró un diario local de aquella entidad.
Lo más increíble es que esos crímenes los cometió estando lisiado, como consecuencia del accidente mencionado al principio de la presente columna.
¿Habrá salido ya de la cárcel nuevamente? Lo desconocemos, le perdimos la pista precisamente en la cárcel de Atlixco. Arturo es relativamente joven, acaba de cumplir los 42 años el 7 de enero pasado, pero su vida ha transcurrido entre la cárcel y la parranda.
Por cierto, el día que ocurrió el choque entre la Caribe de Arturo y la patrulla de Temoac, paramédicos tuvieron a la vista un arma AK 47 que Arturo traía en la cajuela del vehículo, así como varios fajos de billetes producto seguramente del último secuestro.
De haberse puesto a disposición quizás hubiera tardado más en la cárcel, pero en esa ocasión, como dice el corrido de “Los Tigres del Norte”:
“Del dinero y de Camelia, nunca más se supo nada….”.
HASTA MAÑANA