"La gente común no tiene historia: perseguidos por el momento presente, no pueden pensar en preservar la memoria del pasado" - del libro 'Un recuerdo de Solferino'.
(El siguiente texto fue publicado con anterioridad, el 4 de mayo de 2014.)
“Que tengas que ir por un amigo. Esa es la peor experiencia”. Mientras Marco Antonio Olmos recuerda a su compañero saliendo de los escombros de una explosión, sus ojos claros transmiten el dolor que sintió al verlo. Bromea. “Sí, somos explosivos en los servicios”.
Es que cuando uno es paramédico, define en muchas ocasiones la diferencia entre la supervivencia o el deceso de una persona; por ello y cuando es la muerte quien ha ganado la partida, más de uno exclama: “¡qué feo trabajo tengo!”. Sin embargo están ahí, día y noche.
“Desde que llegamos a la guardia estamos con tensión, adrenalina al cien por ciento regada en todo el cuerpo. Sí dormimos, somos seres humanos y tenemos que descansar. Pero, dentro de lo que cabe, siempre estamos dispuestos a salir para atender lo que se presente”.
Muchas personas, ajenas a los servicios de emergencia, catalogan a los paramédicos como “enfermos”, e incluso ¿suicidas?: descender con ayuda de cuerdas en una barranca para atender a una persona atrapada en un auto, ir a toda velocidad dentro de un vehículo, con el riesgo de tener un accidente y volcarse en el momento menos pensado, a pesar de toda la parafernalia de sirenas y torretas; mirar la sangre, el dolor y el sufrimiento de un ser humano, justo cuando se encuentra más desprotegido e indefenso.
“Aunque no conozcas a tu paciente, sientes su lesión, su dolor y… te gusta, No que le duela, no me malinterpretes. Te enamoras de tu paciente, sea hombre o mujer. Tratas de comprenderlo y de apoyarlo moral y físicamente, aunque algunas veces no tengas todos los medios”.
Estar en el servicio de urgencias también pone a prueba a cada uno, ante ellos mismos y ante la sociedad. “Hiperextensión- hipoxia- cinemática del trauma- trendelemburg- isocóricas normorefléxicas- triage- shock… ¿de qué me sirve haber sido el primero de la clase? Mi paciente se está muriendo, su mamá me grita que lo ayude y mis propios compañeros también me presionan. Llevas puesto un uniforme y te corresponde a ti ayudar e inspirar confianza. ¿Quién tiene que venir a controlar este tipo de situación? Me toca a mí”. Y sin embargo “nadie espera agradecimientos, son puras satisfacciones”.
Desde principios de la década de los setenta, cada día crece más la preocupación de capacitar al personal que tiene el primer contacto con el lesionado, mediante cursos como TUM (Técnico en Urgencias Médicas) y diversas especialidades como rescate urbano, de alta montaña y acuático; HazMat (materiales peligrosos); PHTLS, BLS, ATLS y otros, sin olvidar la capacitación relacionada con la Atención Táctica al Trauma en Emergencias (ATTE).
Y es que actualmente se encaran nuevos desafíos en el área de urgencias médicas: ante las situaciones de violencia extrema que se han presentado en México, el uso de armas y explosivos es una constante; “la amenaza de situaciones hostiles para el personal civil ha entrado en juego y desgraciadamente este es el reto que enfrentan los servicios prehospitalarios”, destaca el teniente coronel médico cirujano Luis Alfredo Pérez Bolde Hernández, instructor de Medicina Táctica.
“Los paramédicos deberán ser capaces de utilizar protocolos de medicina táctica, tales como el uso del torniquete de combate, manejo del neumotórax y uso de la gasa de combate; técnicas para la extracción de víctimas bajo fuego y transporte de heridos, además de considerar tiempos prolongados de evacuación”, señala el instructor Pérez Bolde. Un rol muy diferente, ya que mientras un técnico en urgencias médicas tiene como principio fundamental la seguridad, en el medio táctico se carece totalmente de ella: factores similares a los del ámbito militar de combate se presentan ahora en el entorno urbano.
Un entorno en el que recurrir al apoyo del compañero es vital, pues se experimentan situaciones complejas e inesperadas: la nostalgia de ver fallecer a una paciente joven, “y mirar al papá como le lloraba”; encontrarse con muchos lesionados, querer atender al mayor número y no poderlo hacer porque te amenazan con una pistola: “está bien, tú decide, ¿a cuáles me llevo?”; atender a pacientes siquiátricos que se lastiman ellos mismos -“rompió un espejo y utilizó un pedazo grande, como sable, y nosotros veíamos como se cortaba los brazos y no nos podíamos acercar”-y siendo así, ¿qué puede esperar uno?; eventos en los que hay niños involucrados, que no entienden lo que pasa y para los que aún es más complicado lidiar con el dolor: “Primavera perdió a su papá y a su mamá, en un accidente en carretera...”.
Pese a la realidad cotidiana, una cosa es cierta: ningún paramédico puede olvidar su primer servicio. Cuando se enfrenta con las situaciones difíciles, lejos del aula. Deja atrás la etapa del aprendizaje en la escuela de capacitación y llega con la pregunta en los labios: “¿qué hacer?”, “¿cuál es la palabra mágica que sigue?”. La responsabilidad está ahí, y no se puede decir simplemente “no puedo”, “ya me cansé” o “no sé”.
Todos tienen una meta. Y todos son iguales, no importa si se es ingeniero, trabajador o estudiante; aquí nadie se separa. Todos comparten la misma responsabilidad, el mismo deseo y, al fin y al cabo, todos tienen la misma satisfacción. “Por eso nos da vida”, concluye Olmos. “Y atendí a mi compañero con muchas ganas. Y sufrí, pero tenía la responsabilidad de auxiliarlo. Al otro día regresas, pensando que tal vez debes atender a otro conocido, o a alguien que jamás has visto en tu vida. Pero lo vas a hacer, y lo tienes que hacer bien”.
Citando al finado escritor Jorge Ibargüengoitia: “leo notas rojas con frecuencia, sin ser sanguinario, sin sentirme morboso. Creo que todas las noticias que se publican son las que presentan más directamente un panorama moral de nuestro tiempo y ciertos aspectos del ser humano que para el hombre común y corriente son, en general, desconocidos”.
Para ellos no lo son. Son el pan de cada día.