En la semana que concluye, el organismo Human Rights Watch (HRW) denunció que continúan los ataques con armas químicas en Siria, pese a los esfuerzos internacionales que encabeza la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para detenerlos; lo anterior, además de destacar que tampoco se ha logrado evitar ataques como el ocurrido hace un año en la ciudad siria de Khan Sheikhoun, mismo que provocó la muerte de al menos 90 personas.
Y es que de acuerdo con el análisis de HRW, se confirmó que se han llevado a cabo 85 ataques con armas químicas en Siria, desde que el 25 de agosto de 2013 el gobierno empleó gas de cloro en una agresión contra civiles; según el organismo humanitario, las fuerzas del gobierno sirio son responsables de más de 50 ataques con armas químicas, de los que en 42 casos se empleó gas de cloro, en dos sarín y en siete "un producto no especificado".
Cabe recordar que la Enviada Especial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y embajadora de buena voluntad, Angelina Jolie, criticó en fechas pasadas al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), durante su participación en un debate sobre la situación humanitaria en Siria en 2015, al aseverar que “se tienen potestades para hacer frente a las amenazas para la paz y la seguridad internacional, pero no han sido utilizadas (…) El problema es que no hay voluntad política”.
No podemos perder de vista que el 29 de abril se considera el “Día de conmemoración de todas las víctimas de la guerra química”, y que en el 2015 se cumplió el centenario de la utilización a gran escala y por vez primera de armas químicas en combate, mismo que tuvo lugar en Ypres, Bélgica, en donde el cloro gaseoso fue una letal arma de guerra.
En su momento, el ex secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, recordó que el mundo no está libre de la amenaza de las armas químicas, al asegurar que "a diferencia del gas, las amenazas no desaparecen"; recordó que el rechazo mundial a la utilización de armas químicas llevó a la firma, en 1925, del Protocolo de Ginebra que prohíbe este tipo de artefactos de muerte y además, setenta años más tarde, la Convención de Armas Químicas hizo obligatoria la destrucción de éstas por todos los Estados.
Dicha “Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción, el Almacenamiento y el Empleo de Armas Químicas y sobre su Destrucción” forma parte de la categoría de instrumentos internacionales de derecho internacional que prohíben el uso de armas cuyos efectos son particularmente condenables, tales como el empleo de medios de guerra químicos y bacteriológicos.
Las armas químicas modernas fueron introducidas durante la Primera Guerra Mundial, como respuesta a la denominada “guerra de trincheras”. La ventaja táctica de utilizarlas ha ido disminuyendo con el tiempo, pero ello no les resta una larga historia de horrores, cuando son utilizadas en contra de la población y de los combatientes. Los agresivos químicos fueron uno de los principales elementos utilizados en combate, en la década de los cincuenta.
Algunos investigadores han señalado entre las armas químicas más destacadas y peligrosas al agente nervioso A-232 Novichok-5, del cual es imposible protegerse con una máscara de gas; también, el gas VX, uno de los más tóxicos en los arsenales de EE.UU y que afecta la transmisión de impulsos nerviosos, lo que se manifiesta en convulsiones, para luego llegar a la parálisis general.
Un químico utilizado de manera más reciente es el sarín, también conocido como GB, un agente nervioso volátil y tóxico, del que una sola gota, del tamaño de la cabeza de un alfiler, es suficiente para matar a un humano adulto rápidamente. Sobre el sarín, la ONU confirmó en el año 2013 un ataque con armas químicas, mediante cohetes de diseño especial cargados con sarín, en la guerra civil siria; liberado en el aire, el sarín se extiende en el ambiente de manera rápida, siendo una amenaza inmediata pero de corta duración. El sarín fue desarrollado en 1938, en Alemania, y fue utilizado por el grupo sectario Aum Shinrikyo para atacar en el año de 1995 el metro de Tokio, matando a trece personas.
Otra de las armas químicas más conocidas es el gas mostaza, denominado así por su característico olor a mostaza podrida, cebolla y ajo. Afecta especialmente a los ojos, las vías respiratorias y la piel, siendo un irritante y posteriormente causando mayor daño a las células del cuerpo. Su acción es retardada.
Sin embargo, el arma química que más muertes ha causado es el fosgeno, un agente asfixiante considerado como uno de los más peligrosos que existen en la actualidad. Durante la Primera Guerra Mundial, el fosgeno representó el 80 por ciento de todas las muertes por ataques químicos, y aunque no es tan tóxico como el sarín o el VX, es más fácil de fabricar y por ello más accesible.
Los nombres en la lista de personas inocentes que han visto sus vidas destruidas por ataques químicos sigue aumentando, y no existe el modo de garantizar que la humanidad pueda librarse de la amenaza que representa el uso de armas químicas. Debemos aprender en la medida de lo posible del pasado, para no cometer los mismos errores. “Quien olvida su historia, está condenado a repetirla”, señaló en su momento el poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás. Coincidimos.