¿Qué es decapitar? El diccionario de la Real Academia Española señala al respecto: “(Del lat. decapitāre) 1. tr. Cortar la cabeza”. Es uno de los métodos más antiguos de ejecución y puede llevarse a cabo por numerosos medios, entre los que se cuenta el hacha, la espada, el cuchillo, la sierra e incluso, con la ayuda de un alambre. Un instrumento más sofisticado para decapitar, que nos remite a la época de la Revolución Francesa, es la guillotina.
Términos como "delito capital", "crimen capital" y "pena capital" se derivan del latín caput, "cabeza" -que se pronuncia [ˈka.pʊt]-, en referencia al castigo supremo relacionado con la pérdida de dicha extremidad cefálica; es decir, la muerte por decapitación: una manera de denigrar al enemigo, incluso después de haberlo matado, ya que se le quita la parte más importante de su cuerpo.
En algunas culturas se dice que quien muere decapitado “no tiene manera de encontrar el paraíso”; en otros países, como China, esta muerte es considerada indigna en comparación con otros métodos, como la horca, ya que debido a sus valores culturales consideran que separar cualquier parte del cuerpo de una persona es una deshonra para sus antepasados. En la España medieval era habitual la ejecución del condenado degollándolo, para decapitarlo posteriormente y poder mostrar la cabeza a la multitud congregada con motivo de la ejecución.
“Puesto que la muerte por decapitación es mucho más terrible si la realiza una mano torpe, hemos de creer a las crónicas cuando aseguran que en ocasiones se ha puesto la espada o el hacha en las manos más inhábiles o más débiles al objeto de hacer más penosa la muerte de aquellos a los que se condena", señala el autor Daniel Sueiro en su libro “La pena de muerte”.
Cuando la persona que decapita no es experto en el manejo del instrumento del cual se ayuda para cumplir su objetivo, es fácil que la ejecución se prolongue a base de numerosos intentos de cercenar la cabeza: agonías largas y dolorosas que muchas veces no son accidentales. “Estar expuesto a recibir varias muertes en vez de una”, en palabras del verdugo Charles Henri Sanson, miembro de una de las seis generaciones de la familia que ejerció dicha función ‘oficial’ durante casi 200 años (entre 1688 y 1847) en Francia, en donde el mismo Sanson llevó a cabo un total de 2 mil 918 ejecuciones, incluida la de Luis XVI y las de Danton y Robespierre, entre otros. Escenas dantescas repetidas miles de veces, en diversos países y en diversas épocas.
"Santa Guillotina, protectora de los patriotas, ruega por nosotros.
"Santa Guillotina, espanto de los aristócratas, protégenos.
"Máquina amable, ten piedad de nosotros.
"Máquina admirable, ten piedad de nosotros.
"Santa Guillotina, líbranos de nuestros enemigos"
(citado en "La guillotina y la figuración del terror").
Muchas personas se preguntan qué es lo que sucede segundos después de una decapitación. Se puede citar el testimonio del médico francés Gabriel Beaurieux, testigo de la decapitación de Henri Laguille, condenado a morir por el delito de homicidio y guillotinado el 28 de junio de 1905. El informe de Beaurieux se recoge en los Archivos de Antropología Criminal de ese año:
“He aquí lo que pude apreciar inmediatamente después de la decapitación: los párpados y los labios del guillotinado se movieron en contracciones irregularmente rítmicas durante unos cinco o seis segundos… Yo esperé varios segundos más. Los movimientos espasmódicos cesaron. La cara se relajó, los párpados se cerraron a medias sobre los globos oculares, no dejando visible más que el blanco de la conjuntiva, exactamente como en los moribundos a los que tengo ocasión de ver todos los días en el ejercicio de nuestra profesión, o como en aquellos que acaban de morirse. Fue entonces cuando llamé con voz fuerte y aguda: “¡Languille!” Y vi que los párpados se alzaban lentamente, sin ninguna contracción espasmódica…
Luego los ojos de Languille se fijaron en los míos con toda claridad y centrando las pupilas… Varios segundos después los párpados volvieron a cerrarse, de una forma lenta y tranquila, y la cabeza volvió a adquirir la misma apariencia que tenía antes de que la hubiese llamado. Y entonces le llamé de nuevo y, una vez más, sin ningún espasmo, despacio, levantó los párpados y unos ojos indiscutiblemente vivos quizá más penetrantes aún que la primera vez se fijaron en los míos. Luego los párpados volvieron a cerrarse, pero de un modo menos completo ya. Probé a realizar una tercera llamada; ya no hubo movimiento y los ojos adquirieron el tono vidrioso que tienen los muertos. Acabo de relataros con rigurosa exactitud lo que pude observar. Todo el proceso había durado de 25 a 30 segundos”.
El efecto psicológico que provoca la muerte por decapitación entre quienes son testigos del hecho, es un elemento clave: tiene una naturaleza gráfica, se focaliza en un individuo y es un acto de profanación del cuerpo. Recordemos que cuanto más escalofriante la acción, más impactante es la 'propaganda' (léase “Terrorismo y cobertura mediática” en Panóptico Rojo, domingo 5 de octubre de 2014).
El verdadero sufrimiento no tiene lugar en el momento mismo de la muerte, sino durante el tiempo que transcurre para el condenado con la certidumbre de saberse morir, de forma específica e irrevocablemente: la decapitación no es la forma más atroz de asesinar, pero sí una de las más simbólicas: una muerte meditada con anticipación y que no cesa hasta que se extingue el último hilo de percepción. “La barbarie de la espera”, en palabras de Giscard d’Estaing.