En una entrevista concedida al diario francés Le Figaro, el 14 de septiembre del 2001, Glucksmann reflexionaba lo siguiente: “Aquel que vive días apacibles, si no felices, vive el pensamiento de la no-guerra. Cada quien se construye un loft mental prohibiéndose pensar en las amenazas verdaderas: la desdicha es ajena, la enfermedad es para otros. Tanto el europeo como el estadunidense parecen salir de la escena chejoviana de El Jardín de los cerezos: se habla, se ama, se detesta entre nosotros, se lleva una vida “refinada”, mientras afuera las hachas asestan sus pesados golpes”.
Y continuaba: “Desde hace una década critiqué las teorías de la guerra sin muertos y del fin de la historia, que también hicieron estragos en la comunidad europea. Al salir de la Guerra Fría reivindiqué un décimo primer mandamiento: no cerrar jamás los ojos ante la inhumanidad violenta del siglo. Ella golpea ubicua, tanto en Nueva York como en Kigali”.
En aquella ocasión, comentábamos el tema del terrorismo y eventos ocurridos en diversas partes del mundo relacionados con éste, de los que nos ha tocado enterarnos a través de medios de comunicación y testimonios, en directo, en redes sociales.
Podríamos señalar, por citar tres ejemplos, el ataque terrorista a la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo; el caso de los periodistas estadounidenses Jim Foley y Steven Sotloff, además de los colaboradores humanitarios de origen británico, David Haines y Alan Henning, cuyas ‘decapitaciones’ y muertes, llevadas a cabo por una ‘agrupación fundamentalista’ en un lapso poco mayor a un mes, fueron grabadas y colocadas en sitios de internet; el ataque en la emblemática sala de conciertos Bataclan, en París, en donde dispararon contra los asistentes, de los cuales murieron 89 y decenas resultaron heridas.
De los tres eventos hemos escrito al respecto en este espacio, aunque seguramente a su memoria, estimado lector, acuden más ejemplos de actos terroristas, sucedidos en países como Bélgica o recientemente en Estados Unidos, cuando ocurrió el ataque en un club ubicado en Orlando.
Salustiano Del Campo, en “Terrorismo y sociedad democrática” afirma que “el terrorismo va dirigido contra la gente que mira, no contra las víctimas; su función es claramente comunicativa”. No hay que perder de vista que el terrorismo es, en esencia, un arma psicológica y un generador de efectos, entre los que podemos mencionar la destrucción de los valores comunitarios o el simple hecho de inhibir la responsabilidad ciudadana, como resultado secundario al temor generado.
Hoy, tras la semana de elecciones en Estados Unidos, haremos referencia al artículo de la periodista Sean Sullivan -quien cubre política nacional para The Washington Post-, publicado en el mes de septiembre pasado, en el cual retoma las declaraciones de Donald Trump respecto a que las autoridades podrían tener que participar en el perfil racial para combatir más eficazmente la amenaza de ataques terroristas en Estados Unidos.
En la traducción de dicho artículo, publicada en el periódico El Economista, se anota que Trump manifestó en Fox News que “nuestra policía local sabe que muchas de estas personas lo son. Ellos tienen miedo de hacer algo al respecto porque no quieren ser acusados de, uh, perfilar étnicamente. Ellos no quieren ser acusados de todo tipo de cosas”.
El documento también señala que el entonces candidato republicano a la Presidencia alabó las prácticas policiales de Israel: “Usted sabe que en Israel hacen perfiles étnicos. Han hecho un trabajo increíble, tan bueno como se puede hacer. Israel ha hecho un trabajo increíble y hará perfiles (...) Ellos ven que alguien es sospechoso y perfilarán. Se llevarán a esa persona. Ellos lo revisarán”.
En medios y redes sociales hemos sido ahora lectores de la enorme tensión que hay en Estados Unidos entre los seguidores y los detractores de Trump: por un lado, los primeros han sido protagonistas de agresiones en contra de afroamericanos, latinos, asiáticas, musulmanas, mujeres y personas con diferentes creencias religiosas; por el otro, se puede hacer referencia al caso de unos jóvenes negros que golpean a un supuesto votante de Trump, hecho registrado en un video.
De igual modo, desde el martes pasado se han registrado incidentes discriminatorios y se han llevado a cabo varias protestas en el vecino país del norte contra la victoria de Donald Trump, ante el incremento del temor a un auge y legitimación del racismo en Estados Unidos, además del odio a las minorías. No hay que olvidar que durante su candidatura, Trump prometió deportar a 11 millones de indocumentados que se calcula que hay en Estados Unidos y prohibir, por motivos de seguridad, la entrada al país de extranjeros musulmanes.
Joan Faus, corresponsal del diario El País en Washington, ha escrito que “los primeros días de Donald Trump como presidente electo han avivado el temor a un aumento de los ataques de odio en Estados Unidos. Varias personalidades con vínculos xenófobos se han atribuido como propia la victoria del magnate”.
Faus también hace referencia al tuit de David Duke, ex líder del Ku Klux Klan, en el que indica que “nuestra gente tuvo un papel enorme en la elección de Trump”, además de destacar que la victoria era uno de los momentos “más emocionantes” de su vida.
Hoy coincidimos más que nunca con ese décimo primer mandamiento señalado por André Glucksmann, de no cerrar jamás los ojos ante la inhumanidad violenta del siglo. No perdamos la capacidad de asombro, porque de la tragedia debe surgir algo más poderoso que el miedo: la solidaridad.