El resto provendrá de ingresos propios. Pero como siempre, la cantidad es exigua frente a los agravios sociales aún existentes y que datan de periodos de abandono por parte de quienes antecedieron a Manuel Martínez Garrigós.
Todavía desconocemos el contenido del Presupuesto de Egresos 2011 para Cuernavaca, pero la administración encabezada por Martínez Garrigós deberá aplicar “cirugía mayor” en torno al gasto corriente, o de lo contrario no podrá hacer nada para mejorar la infraestructura urbana; ni pensar en proyectos importantes, de gran envergadura, como pudieran ser puentes, pasos a desnivel y otro tipo de obras viales, así como en ampliaciones a la red hidráulica y nuevos colectores de aguas residuales.
Si bien es cierto que la comuna dispone de un empréstito por 600 millones de pesos, de los cuales determinadas cantidades ya se están aplicando, también es verdad que el año próximo se topará con un reducido margen de maniobra hacia la consolidación de la infraestructura aludida. El alcalde y sus colaboradores no tienen una varita de zahorí que los conduzca a una recaudación histórica (ya lo dije: no habrá incremento a las actuales contribuciones). Y ni hablar de fuentes de financiamiento externo, cuya simple mención genera prurito entre los detractores del edil.
Sin embargo, ante esa realidad económica cobra vital importancia el gobierno estatal, requiriéndose su intervención ante instancias federales con el objetivo de cambiar la fisonomía a la capital morelense. Buscar recursos, por ejemplo a través de la metropolización, con la cual también se beneficiarían los municipios colindantes, debe ser un compromiso del gobernador Marco Adame Castillo haciendo a un lado cualquier prejuicio partidista, electoral y hasta personal.
Lo anterior me hace recordar la extraordinaria obra de Emilio Riva Palacio Morales, gobernador de Morelos en el sexenio 1964-1970, a quien se deben varias de las actuales vialidades de Cuernavaca y el parque Chapultepec. El candidato de don Emilio para gobernador en el periodo 1970-1976 no era Diódoro Rivera Uribe, entonces senador de la República, ni Felipe Rivera Crespo, presidente municipal de Cuernavaca. Es más: ni candidato tenía, pues quien realmente tomó la decisión final fue Gustavo Díaz Ordaz a través de su secretario particular, Humberto Romero, y en acuerdo con Luis Echeverría. Lo trascendente fue que Rivera Crespo no exterminó la obra de don Emilio. Por el contrario: mantuvo una buena relación con Echeverría para generar infraestructura en Morelos, sobre todo en materia hidráulica y agropecuaria. Los negocios particulares entre ambos se cocinaron aparte.
Aquella etapa histórica me sirve para ilustrar el hecho de que el gobernador en turno responde a las circunstancias políticas de su tiempo. Don Felipe impulsó a Angel Ventura Valle -su secretario de Promoción Económica- a la gubernatura, sin lograrlo, aunque lo hizo senador. Asimismo, Marcos Manuel Suárez, diputado federal, tampoco fue gobernador debido a factores políticos latentes en la Cámara Baja. Fue así como se “coló” Armando León Bejarano, proyectado por el Grupo Atlacomulco del Estado de México ante Luis Echeverría y con el beneplácito de José López Portillo, indiferente ante el dedazo. Empero, JLP aprovechó su tiempo y sorpresivamente, en septiembre de 1981, ordenó el “destape” de Lauro Ortega como candidato a la gubernatura, pasando por encima de las pretensiones de Bejarano, quien quería como su relevo a Mario Calles López Negrete, secretario de Salud en tiempos de López Portillo, mientras Antonio Riva Palacio López, a la sazón diputado federal, tampoco llegó a la gubernatura, pero sí a una senaduría. Después, en el periodo 1988-1994, sería gobernador.
Para el siguiente sexenio imperó el dedazo de Miguel de la Madrid a favor de Jorge Carrillo Olea ante la frustración de don Antonio, quien quería en su silla a Rodolfo Becerril Straffon, entonces diputado federal. Después vinieron los “jorges” (Morales Barud y García Rubí); el PRI perdió en el 2000 frente a Sergio Estrada Cajigal; Marco Adame y el PAN volvieron a ganar en 2006; pero de cara al 2012 todo puede suceder. Lo peor sería que el jefe del Ejecutivo permaneciera indiferente observando cómo se cae la casa en Cuernavaca. Su responsabilidad es respaldar al alcalde Martínez Garrigós, pues lo demás, incluyendo la trascendencia histórica (gane quien gane la gubernatura), surgirá por añadidura.