Sin subestimar a ninguno de los periodistas participantes, me llamó la atención la crónica de Pablo Ordaz, articulista de El País (España), titulada “Guerra contra el narco: Ciudad Juárez. La muerte imparable”. A Ordaz le tocó cubrir, casi por accidente, el artero asesinato de tres adolescentes en la colonia Satélite de dicha localidad fronteriza. A continuación transcribiré una parte sustantiva del trabajo (los hechos ocurrieron en 2009) que revela el nivel de desconfianza existente (¿todavía?) entre las corporaciones de seguridad del estado nacional y sus homólogas estatales y municipales. Desde luego, nos ayuda a comprender las causas por las cuales la lucha del gobierno federal contra la delincuencia organizada se sustenta (hasta cierto punto) en el Ejército Mexicano, amén de que desde 2009 a la fecha se ha insistido en torno a la creación de una policía nacional, con un mando único e igual estructura en todas las entidades federativas del país. En Morelos, inclusive, hay una partida presupuestal específica dentro del Presupuesto de Egresos del gobierno estatal, correspondiente a 2011, para ser utilizada en la creación de dicha fuerza especial.
Escribió Pablo Ordaz: “La llamada se produjo a las 9:45. Una ambulancia de la Cruz Roja corrió al lugar. Luego, los policías municipales. Luego, los estatales. Luego, los federales, Luego, el Ejército. Aseguraron la calle. Un agente en cada esquina. Con sus rifles AK-47, sus AR-5, sus revólveres en la mano, sus chalecos antibalas, sus pasamontañas, su tensión se huele… Su Miedo”.
“El policía municipal apunta en una pequeña libreta los nombres de todos los que, policías o no, rebasan por un motivo u otro el cordón de seguridad. No llega a cruzar palabra con los agentes de otros cuerpos. Es una constante en Ciudad Juárez. Nadie se fía de nadie. Menos aquí, un lugar tristemente célebre por las decenas de mujeres que fueron asesinadas sin que aún hoy se conozcan los motivos ni los culpables. Hay además datos muy claros de que el narcotráfico tiene voluntades compradas entre los policías, entre los jueces, entre los políticos, entre los periodistas. Las miradas dicen: sabemos a quién pertenece tu uniforme, pero no a quién perteneces tú. No es nada personal. Sólo es cuestión de supervivencia”.
Continúa: “La noche anterior, cuando el reportero llega al aeropuerto de Ciudad Juárez, dos agentes federales lo esperan a pie de avión. Han recibido la orden de escoltarlo durante el fin de semana, integrarlo en una de las patrullas de fuerzas especiales que recorren día y noche la ciudad en busca de sicarios. Pero cuando va a abandonar el aeropuerto, dos soldados le piden que abra la maleta y la mochila en la que transporta el ordenador portátil. Uno de los federales trata de aliviar el trámite y se dirige al militar: ‘No se preocupe, oficial, viene con nosotros’. ‘Claro que sí. Pero tiene que abrir el equipaje’. ‘Pero…’ ‘Tiene que abrir el equipaje’… Nada personal. Sólo eso: nadie se fía de nadie”. Hasta aquí la referencia al excelente libro “País de muertos: crónicas contra la impunidad”.
Efectivamente: nadie se fía de nadie. Pero, ¿se repite ese nivel de desconfianza en cualquier parte del país, o solamente en unas cuantas? ¿Acaso sucede en lugares conflictivos, caracterizados como “reductos” del crimen organizado? ¿Es Morelos uno de ellos? La respuesta parece ser en sentido afirmativo.
Desde la debacle de Arturo Beltrán Leyva (“El Barbas”), el 16 de diciembre de 2009, hasta la fecha, las fuerzas especiales federales tienen frecuentes irrupciones a nivel estatal, pasando por encima de cualquier corporación, del gobierno del Estado o municipal. Así sucedió los días lunes 14 y martes 15 de marzo en la sede de la Secretaría de Protección y Auxilio Ciudadano de Cuernavaca durante una acción de supervisión a la licencia colectiva para la portación de armas y credencialización de agentes. Empero, lo mismo se ha presentado en otras localidades, incluido un operativo en la zona sur, donde fue localizada la supuesta “narco libreta” que contenía los nombres de varios alcaldes supuestamente sobornados por criminales. ¿Casualidad o producto de la desconfianza aludida líneas atrás? ¿Manipulación política?
El problema fundamental, dentro de tal contexto, es la simulación respecto a una coordinación inexistente. Tan fuerte es la presión y la necesidad de demostrar resultados, que se incurre en acciones y omisiones abriéndose, además, nuevos frentes de confrontación política, mientras los verdaderos hampones andan libres, sin ser molestados. En fin. Por mi parte voy a leer a los otros doce compañeros.