La celebración de un cumpleaños empezó el sábado, pero alrededor de las dos de la madrugada del domingo apareció un comando armado que abrió fuego contra los presentes, en su mayoría estudiantes del Colegio de Bachilleres 9 y el Centro de Estudios de Bachillerato Técnico Industrial y de Servicios (CBTIS) 129.
Hubo 15 muertos: 11 adscritos a los planteles mencionados, uno de nivel universitario y tres adultos, y alrededor de 20 lesionados. Entre los jovencitos fallecidos estuvieron precisamente los hermanos Marcos y José Luis Piña Dávila. La señora María de la Luz Dávila era su madre.
Como se recordará hubo quienes, desde el gobierno federal y el estatal de Chihuahua, imprudentemente ligaron a las víctimas con el crimen organizado. Alguien le entregó aquella perversa información al presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, quien la propaló durante una gira por Tokio, Japón. Pero al cabo de los días se comprobó que ninguno de los adolescentes se dedicaba a actividades ilegales. Y fue María de la Luz Dávila quien, el 11 de febrero, encaró al presidente exigiéndole que se retractara y disculpara por haber declarado que la masacre fue producto de un enfrentamiento entre pandilleros.
Allá y entonces agregó la señora Dávila: “Le aseguro que si a usted le hubieran matado a un hijo, los asesinos ya estarían detenidos. Aquí el gobernador y el alcalde siempre dicen lo mismo: prometen justicia pero no la tenemos. ¡Yo quiero justicia!”. Con lágrimas en los ojos prosiguió: “Póngase en mi lugar, y vea qué siento; yo quiero a mis hijos”. Imperturbables, Calderón y su esposa Margarita Zavala sólo veían a la mujer. Ninguno atinó a decir algo.
Desarrollado en el salón Cibeles de Ciudad Juárez, aquel encuentro se denominó “Todos somos Juárez”. Asistieron funcionarios federales, el entonces gobernador José Reyes Baeza y representantes de la sociedad civil, entre otras personas. Ya se imaginarán ustedes la indignación y el luto que pesaba en el ambiente, amén de los reproches a las autoridades federales.
Lamentablemente, aquel hecho sangriento pasó al olvido, no obstante la aprehensión de presuntos sicarios (el 31 de marzo de 2010) al servicio del Cártel de Juárez, entre quienes se encontraban Ricardo Salcido Lara (“El Pingo”) y Santiago Espinoza Martínez (“El Chago”), involucrados en la masacre. Y apenas en febrero del 2011, la Policía Federal presentó a cinco hampones que dijeron haber participado en un “enfrentamiento” en la colonia Villas de Salvárcar, siendo vinculados por dicha corporación con el múltiple homicidio. Etcétera, etcétera.
Con relación al artero asesinato de siete personas cuyos cadáveres fueron encontrados el pasado 28 de marzo frente al acceso del fraccionamiento “Brisas de Cuernavaca” (entre ellos el de Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del escritor y periodista Javier Sicilia), se han escrito centenares de cuartillas y fijado decenas de posiciones a través de los medios masivos de comunicación a nivel nacional. Algunas de ellas han sido políticas, pues nunca faltan los políticos advenedizos que tratan de sacar raja electoral en cualquier coyuntura.
Empero, dicha cobertura y su posterior influencia para motivar las marchas de ayer (desarrolladas tanto en Cuernavaca, como en otras ciudades mexicanas) no se ha repetido por igual en infinidad de atentados y operativos cuya principal característica fueron los “daños colaterales”. Y es que no es lo mismo apellidarse Sicilia (y ser hijo de un prestigiado literato) que Pérez o Sánchez, con el debido respeto hacia quienes tienen dichos apelativos y mi solidaridad con el poeta por la pérdida de su vástago.
No obstante las condiciones emocionales aún prevalecientes tras lo ocurrido en Temixco el 28 de marzo, me parece importante marcar la diferencia entre Javier Sicilia y la señora María de la Luz Dávila, y de igual manera ante infinidad de casos que acrecentaron durante los pasados cuatro años la enorme montaña de impunidad. Esta mujer fue escuchada por el presidente y su comitiva gracias a que se arriesgó y pasó sobre el cordón de seguridad establecido en Juárez por el Estado Mayor Presidencial. Ni ella, ni centenares de padres cuyos hijos han muerto en una guerra que la inmensa mayoría de la sociedad mexicana no comprende, han sido atendidos en Los Pinos por Felipe Calderón para escuchar información privilegiada sobre el curso de determinadas investigaciones, tal como ocurrió la víspera con Javier Sicilia.
Desconozco cuál vaya a ser el resultado de las movilizaciones de ayer, pero deseo que sirvan para honrar la memoria de las siete personas victimadas en Temixco, conseguir que el sacrificio de Juan Francisco sea útil al país, y enviar a la cárcel a los asesinos. Ojalá y las marchas de ayer no vayan a relegarse como ocurrió con las multitudinarias movilizaciones de 2008, cuando surgieron varios líderes hoy cooptados por el gobierno federal y que son invitados a tomarse la foto cuando se les requiere, por ejemplo en reuniones nacionales de seguridad pública que sirven para maldita la cosa.
Quienes conocen a Javier Sicilia lo identifican como una persona impoluta, de fuertes convicciones y acciones a favor de los desvalidos. Espero con ahínco que su nueva causa fructifique también en mejores estrategias tendientes a devolvernos la paz a los mexicanos, erradicar la impunidad y frenar la implacable marcha del crimen organizado, lo cual no ha ocurrido en Ciudad Juárez. A ver.