Claro que lo haré a continuación sacando del archivo la columna Punto y Aparte correspondiente al 21 de junio del año en curso, donde indiqué que “los mexicanos llevamos una década escuchando que la inseguridad pública tiene su origen en la descomposición del tejido social, cuyas dos células fundamentales son la familia y la escuela”. Determinados gobernantes arguyen que se trata de un delicado tema “multifactorial”, desde luego ante su incompetencia para resolverlo. Sin embargo, todo apunta a que nuestros ínclitos líderes han sido rebasados por las bandas criminales demostrando la existencia de un estado fallido.
Efectivamente: ambas instituciones (la familia y la escuela) están en crisis y han contribuido a la degradación gradual de todo el conjunto de nuestra sociedad. No obstante, tal situación crítica no parte de una inclinación natural al desastre, sino de determinados factores que han erosionado sus bases, que el cine nacional proyectó con gran orgullo durante su época dorada.
Algunos sociólogos ubican a la situación económica como primer factor de corrosión. Dicho escenario apareció después de varios sexenios de “desarrollo estabilizador” y el comienzo del liberalismo económico propugnado por una pléyade de gerentes públicos incrustados en los más altos niveles del gobierno federal. El resultado: desempleo, aumento del ocio, apatía, incertidumbre, miedo, depresión, múltiples expresiones de actos ilegales para la obtención de dinero y violencia intrafamiliar. Sumen la revolución tecnológica, que impactó las bases de familias surgidas a finales de los años sesenta, principales destinatarias de la “era digital” con la cual se conectaron enormes extensiones del globo terráqueo. La principal característica de tal desfase fue una brecha de comprensión entre las generaciones implicadas, propiciando un fenómeno social cuya resultante ha sido el individualismo. Las “redes sociales” confirman el proceso. Es sumamente simple acomodarse frente a una computadora o mantenerse asido a un “smart phone” para sentirse desfasado, si uno pertenece a las generaciones de los sesenta o setenta.
Otras circunstancias tienen estrecha relación con la imposibilidad de adquirir viviendas dignas, más allá de las que ofensivamente promueven los grandes desarrolladores inmobiliarios; tratándose de cuartitos donde los niños permanecen enclaustrados o son obligados a salir a la calle, donde lo que menos existen son espacios diseñados para la recreación. Las familias duermen apiladas, codo con codo, en sitios donde llegan a vivir otras con orígenes sociales diversos y hasta contrapuestos. Y también aparecen los contenidos de los medios de comunicación, cuyo rol es protagónico. Abundan los mensajes contradictorios, la doble moral y el doble discurso.
Aquí es importante agregar la conducta de los más importantes líderes políticos y gubernamentales, quienes de manera constante ponen el mal ejemplo a la sociedad en general. Si bien los padres de familia tenemos la obligación de predicar con el ejemplo para educar a nuestros hijos, ¿cómo es posible que los gobernantes en turno y los integrantes de los poderes legislativos pretendan proyectar un buen ejemplo a la inmensa mayoría de mexicanos, cuando todo mundo sabe de sus corruptelas, tráfico de influencias, enormes sueldos, robos e infinidad de actos discrecionales que nunca son sancionados por nadie? La impunidad prevaleciente atrás de cualquier número de licitaciones públicas promovidas por los gobiernos en sus tres niveles no son dignas de ejemplo. No sirven para fomentar una cultura de apego al derecho, sino para confirmar que en México quien no roba es un pobre estúpido. Millones de jóvenes ansían el dinero fácil por lo anterior. ¡Qué espléndido caldo de cultivo para incubar al crimen organizado!
Efectivamente: el tejido social se integra con todas las unidades básicas de interacción y socialización de los distintos grupos y agregados que componen una sociedad; es decir, por las familias, las comunidades, los símbolos de identidad, las escuelas, las iglesias y en general las diversas asociaciones. Ya señalamos que la familia y la escuela están en crisis. Pero, ¿cómo se encuentra el resto? También en descomposición. Sin embargo, hoy quiero recordar (por su honestidad y congruencia) a un entrañable amigo que se nos adelantó hace dos años, un 24 de noviembre. Me refiero al sociólogo Armando Mier Merelo, investigador de tiempo completo del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM. Durante varios años compartí con él varios proyectos comunicacionales hasta que la muerte se lo llevó hace dos años. Y para recordarlo, este jueves, a las 17:00 horas en la Casa de Encuentros y Diálogos ubicada en la calle Humboldt 46-B, del centro cuernavaquense, habrá un homenaje a su memoria. Disertarán sobre Mier Merelo las siguientes personalidades: Adriana Mújica Murias, Angélica Sanvicente, Jorge Viveros Reyes y Guillermo Peimbert. Si alguien contribuyó de manera teórica a las luchas sociales de Morelos, ese fue precisamente Armando Mier Merelo.
Finalmente comentaré que en el marco de la renovación estructural de los organismos priístas, la presidenta nacional del Instituto de Capacitación y Desarrollo Político (ICADEP), María de las Nieves García Fernández, tomó protesta al nuevo titular del ICADEP-Morelos, José Antonio García Contreras, durante una ceremonia realizada en el Museo de la Ciudad. Dicho personaje, entre otras cosas, señaló que su compromiso será llevar el conocimiento y el desarrollo político a las estructuras básicas del partido, así como a las organizaciones y los sectores. Buena falta les hace. Enhorabuena.