la naturaleza de la confianza entre la sociedad. Numerosos investigadores del sistema social han comentado respecto a esta característica y su importancia en la actividad política sugiriendo, tal como lo hizo Ramos en su libro “Perfil del hombre y la cultura en México” (1962, Espasa Calpe), que “el aspecto más notorio del carácter mexicano es, a primera vista, la desconfianza”. “Esta actitud subyace en todos los contactos con hombres y cosas. Está presente haya o no motivo para la misma. Es más bien un asunto de desconfianza irracional que surge de lo profundo de su ser. El mexicano no desconfía de cualquier hombre o mujer en particular; desconfía de todos los hombres y de todas las mujeres”, escribió Samuel Ramos.
Este fenómeno surge con demasiada frecuencia cuando los políticos y gobernantes en turno deben nombrar a sus colaboradores. Y hoy que vemos casi definidos a los candidatos gubernamentales de los tres principales partidos políticos con registro ante el Instituto Estatal Electoral (IEE), es importante analizar si poseen el suficiente conocimiento sobre quién es quién en Morelos, capacidad de inclusión y criterio para tomar decisiones. Conforme conozcamos a los equipos de campaña, más podremos anticipar el comportamiento futuro del próximo titular del Poder Ejecutivo y su “círculo rojo”, es decir la “nueva élite gobernante”.
Una de las debilidades de un mandatario mexicano (y una limitación a su capacidad de gobernar) es la imposibilidad de conocer personalmente a un número suficiente de individuos para que ocupen las posiciones relevantes del gobierno. Conocer a personas que sean candidatos potenciales para esas posiciones es de mucho valor en un sistema político (como el mexicano) en que el reclutamiento es limitado.
El politólogo y articulista norteamericano William Tuohy (1929-2009) escribió a mediados de los setenta un ensayo titulado “La conducta centralista de las élites en México”, donde proporciona información sobre este aspecto del sistema político, cuando dice que “el proceso de reclutamiento es muy competitivo, personalista, con frecuencia impredecible, y obliga a un continuo cambio de trabajo en un contexto social de gran limitación económica. Por lo tanto, además de la posibilidad de que los mexicanos aprendan a ser desconfiados desde niños (la socialización básica), existe la probabilidad de que ésta sea una respuesta racional a las situaciones en que por lo común participan los políticos”.
Como consecuencia de la importancia que se concede a la confianza, la falta de seguridad en el trabajo y la imposibilidad física de conocer a un número suficiente de hombres para que ocupen las posiciones políticas de alto nivel, los líderes políticos mexicanos han tenido que desarrollar cierto proceso para nombrar a personas en las que podrán confiar personalmente: nepotismo, personalismo y cooptación.
La mayoría de gobernadores que ha tenido Morelos sucumbieron ante el personalismo, la desconfianza y la falta de criterio para designar a los miembros de sus gabinetes legales y ampliados, así como a un número indeterminado de mandos medios. Pero hubo una excepción en la figura de Lauro Ortega Martínez (sexenio 1982-1988), a quien siempre pondré como ejemplo de apertura y oxigenación frecuente a toda la estructura de la administración pública estatal. Sin lugar a dudas, ello le sirvió para trascender históricamente. A continuación una historia.
Una vez transcurrido el protocolo del “destape” (septiembre de 1981), Don Lauro se aisló varias semanas de quienes integraban un reducido grupo de amigos suyos. Y no supieron de él hasta que los volvió a convocar en un salón del hotel Posada Jacarandas, sito en la avenida Cuauhtémoc de Cuernavaca, para definir parte de la campaña. El objetivo del encuentro fue estructurar la Comisión de Prensa y Propaganda, cuya mecánica fue aplicada por Don Lauro en el resto de comisiones de campaña. El asunto, allá y entonces, impactó sobremanera a quienes se sentían agraciados con la postulación, sabedores de que “se la habían jugado” con el galeno de Xochitepec. Cuan equivocados estaban, aunque cabe subrayar que todos recibieron una oportunidad de colaboración con el gobierno estatal.
Ninguno quedó fuera. Y en más de una vez, el doctor Ortega les demostró su gratitud.
Cuando uno de sus colaboradores leyó el proyecto de conformación de la Comisión de Prensa y Propaganda, conteniendo nombres de quienes formaban parte de su círculo cercano, Don Lauro sonrió sarcásticamente y, sin ningún empacho, expresó: “¿Es todo?”. Nadie dijo nada. Ortega se paró de su sillón y preguntó los nombres de personas distinguidas entre la sociedad local para anotarlos sobre un pizarrón. Fue así como brotó el nombre de Julio Mitre Goraieb (finado), quien en ese momento padecía un problema renal y estaba dedicado a atender una sombrerería ubicada en la calle Guerrero de Cuernavaca. Mitre fue director de adquisiciones en la gestión de Ortega, y gracias a su compadrazgo con Antonio Rivapalacio López, fue presidente municipal de Cuernavaca en el trienio 1988-1991. “¡Excelente!”, dijo Don Lauro al escuchar el nombre de Mitre, y agregó: “Quiero más nombres, más y más”.
Así, poco a poco abrió la Comisión de Prensa y Propaganda con una visión mucho más amplia por parte del futuro gobernador. De escasos 10 o 12 nombres se pasó a 40 o 50. Había de todo. Quienes se la habían “jugado” con Don Lauro estaban atónitos. Pero fue el mismísimo candidato el encargado de tranquilizarlos con la siguiente explicación, que lo acompañó durante su sexenio: “Ustedes son mis amigos. Quien me quiera seguir, adelante, pero no puedo estructurar mi gobierno con puros compadres y cuates. Hay que abrir el gobierno. No quiero que se repita conmigo lo que le pasó a Bejarano. Además, a ninguno de ustedes le voy a permitir robar. Tómenlo o déjenlo. Ahora es el momento de decidir”. Sopas.
Abrir el gobierno para no cometer los errores del gobernador saliente que, cabe recordar, una vez concluida su administración fue acusado de enriquecimiento inexplicable por la Procuraduría General de la República, ante lo cual se mantuvo prófugo durante varios años. Bejarano no reapareció en la vida pública local, sino hasta el periodo de cuatro años de Jorge Carrillo Olea (1994-1998). Por eso hoy pregunto: ¿Quiénes están cercando ya a Amado Orihuela Trejo, candidato del PRI a la gubernatura? ¿Quiénes hacen lo mismo con Graco Ramírez Garrido, candidato de las izquierdas morelenses a la primera magistratura local? ¿Y quiénes lo harán con Adrián Rivera, Alejandro Villarreal y Demetrio Román (cuando alguno gane la candidatura panista)? Luego seguimos con este tema.