El brutal asesinato de cuatro adolescentes, cuyos cuerpos desmembrados fueron tirados la madrugada de anteayer sobre la calle Prado de la colonia Pradera de Cuernavaca, volvió a causar indignación y preocupación simple y sencillamente porque nadie se siente seguro ni protegido por las corporaciones policíacas de los tres niveles de gobierno o los agentes ministeriales respectivos. La impunidad crece a diario, mientras los casos de horrendos homicidios se amontonan en la PGR y su homóloga local. Y ni qué decir tocante a la elevada incidencia de delitos patrimoniales, secuestros y extorsiones.
Hace poco dábamos cuenta de lo acontecido en Atlacomulco durante una fiesta juvenil, hasta donde llegó un comando que activó sus armas de alto poder lesionando a 12 adolescentes. Ya se imaginarán ustedes la tensión implícita entre los moradores de la zona y centenares de padres de familia, incluidos los de quienes fueron baleados: nunca volverán a estar en paz, como tampoco lo están quienes habitan la colonia Alta Vista de Cuernavaca, lugar que desde el 24 de diciembre no ha recuperado su tranquilidad (aquellos hechos marcaron un hito histórico). Es más: al paso de las semanas quedó patente que se trata de una peligrosa zona criminógena. Y justo ahí se desarrollaba la cotidianeidad de los cuatro jovencitos hallados este jueves en la colonia Pradera. Sin embargo, déjeme decirle que las autoridades federales y estatales deberán llegar al fondo del espinoso asunto con sus indagatorias, porque propios y extraños saben que algo grave ocurría alrededor de las víctimas.
Lo anterior me hizo recurrir, una vez más, a la investigación titulada “El crimen como oficio: una interpretación del aprendizaje del delito en Colombia”, la cual conservo como una joya pues siempre que surgen estos casos (con niños y jóvenes involucrados) nos ayuda a comprender todavía más las causas por las cuales miles de jóvenes mexicanos (entre ellos cientos de morelenses) engrosaron las filas del crimen organizado. Sus autores son Isaac de León Beltrán y Eduardo Salcedo Albarán, miembros de la Fundación Método, un grupo multidisciplinario de investigación en ciencias sociales que ha asesorado al gobierno de dicho país centroamericano en la lucha contra las drogas y la delincuencia organizada.
El extenso análisis forma parte de la Colección Crimen y Conflicto, fechado y publicado el 15 de mayo de 2003. Aunque ya pasaron casi nueve años desde su compilación, la información sigue vigente y aplica, por donde se le observe, al caso de inseguridad pública que afecta a Morelos y se repite, desde luego, en otras regiones de nuestro país afectadas por el flagelo de la delincuencia organizada en todas sus vertientes. Un apretado resumen es el siguiente.
La introducción plasma la tesis fundamental. Supone que el delito puede ser entendido como una actividad que exige cierta comprobación o experiencia. El crimen requiere una compleja y extensa preparación, lo cual va en contra de la creencia de que cualquier persona, en cualquier momento de su vida, puede delinquir aun cuando no posea las actitudes o la preparación necesaria para hacerlo. Abarca la necesidad de poseer un “componente cognitivo, un componente volitivo y un componente de control emotivo” para delinquir. Ejecutar un crimen no es algo que depende únicamente de decisiones impulsivas, sino también de los componentes mencionados, aprendidos durante un proceso de formación.
¿Saben ustedes cuál es el promedio de edad al momento en que un sujeto empieza a ser capacitado por criminales organizados? Entre 16 y 17 años, lo que tiene estrechísima relación con las decenas de adolescentes (algunos eran casi niños) y jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 17 y 21 años, ejecutados durante el pasado bienio en Morelos. Uno de los desmembrados de la colonia Pradera tenía 13 años al morir. Lo grave es que en el último cuatrimestre de 2011 la constante seguía siendo la misma. Continuemos.
“La comisión de un delito requiere la conjunción de tres factores: 1) el componente volitivo, es decir, querer delinquir; 2) el componente cognitivo, que se refiere a los conocimientos técnicos que prescriben el procedimiento necesario para la ejecución exitosa del delito; y 3) el componente de control emotivo, es decir, la capacidad para regular las emociones en momentos álgidos de la ejecución del delito. La conjunción de los tres aumenta la probabilidad de un crimen exitoso. Por lo tanto, un mal delincuente carece de alguno de dichos componentes, o posee uno en proporción inadecuada”.
Lo anterior significa que sólo aquellos criminales especializados que logran adquirir amplio conocimiento, por ejemplo respecto a los procedimientos de robo, están cognitivamente capacitados para desempeñar un papel importante dentro de una banda que intenta acciones de esta clase. Esto ilustra, y a la vez justifica, la sugerencia de concebir el crimen como una profesión, ya que sólo aquellos delincuentes que han logrado acumular el conocimiento necesario, el cual sólo es posible con el paso del tiempo y un estricto entrenamiento, podrán desenvolverse con facilidad y éxito.
“Las personas no nacen con repertorios prefabricados de conducta agresiva; deben aprenderlos de una u otra manera. Algunas formas elementales de agresión pueden perfeccionarse con un mínimo de enseñanza, pero las actividades de índole más agresiva –sea entablar un duelo con navajas, liarse a golpes con un enemigo, combatir como soldado o aplicar el ridículo como venganza– exigen el dominio de destrezas difíciles que a su vez requieren de extenso aprendizaje. Las personas pueden adquirir estilos agresivos de conducta, ya sea por observación de modelos agresivos o por la experiencia directa del combate”.
“Generalmente se afirma que la mayoría de los crímenes son cometidos por adolescentes y que a medida que la edad de éstos aumenta la cantidad de crímenes disminuye. Son dos las explicaciones a este fenómeno. La primera afirma que la disminución de crímenes con respecto a la edad se explica por la deserción causada por el sistema penal, mientras que la segunda arguye que la disminución de crímenes se debe a la especialización delictiva. De acuerdo con la segunda explicación, los cambios en la cantidad de crímenes y en la tipología de los mismos se explican por la preparación que requieren y la cuantía económica que se pretende conseguir al delinquir. Es decir, a temprana edad se puede cometer un número elevado de crímenes, como atracos y ‘raponazos’ (robos, en un dialecto colombiano), los cuales no requieren un alto nivel de conocimientos, y a una edad madura se puede cometer una menor cantidad de crímenes, pero que requieren un elevado nivel de conocimientos”. ¿Quedó claro, amables lectores? Los grandes capos, algún día, fueron adolescentes.