Temixco y Jiutepec (en ese orden). Antes de desglosar este tema le diré que el pasado 28 de marzo se cumplió un año del artero multihomicidio de seis hombres y una mujer, mismo que comenzó con su ejecución en la colonia Villas del Descanso de Jiutepec y se consumó con el depósito de los cadáveres frente al acceso del fraccionamiento “Las Brisas”, en el municipio de Temixco.
Entre las víctimas se encontraba Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta, escritor y periodista Javier Sicilia Zardaín. Aquellos sacrificios, como ya lo he escrito en infinidad de columnas, detonaron el movimiento por la paz con justicia y dignidad a cuya cabeza se ubicó el poeta, así como nuevas formas de acción en contra del crimen organizado por parte del gobierno federal, el estatal y algunas administraciones municipales sobre territorio morelense. Sin embargo, el surgimiento de las células delincuenciales no cesa, y esto ocurre frente a las narices de todas las corporaciones policíacas. ¿Redes de complicidades? ¿Temor a las bandas? No lo sé.
Si bien es cierto que la presión al gobierno federal por parte de Javier Sicilia y muchas organizaciones civiles que le apoyaron fructificó con investigaciones exitosas de la Policía Federal para detener a los asesinos materiales y cómplices, también es verdad que el descabezamiento de los grupos involucrados no frenó del todo el recurrente clima de inseguridad. Desde mi particular punto de vista hoy se está cumpliendo el vaticinio externado por Ismael “El Mayo” Zambada durante una entrevista que el capo concedió al brillante periodista Julio Sherer García, la cual se publicó el 4 de abril de 2010 en el semanario Proceso. Dijo Zambada: “El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción. Los soldados rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror. En la guerra desatada encuentran inmediata respuesta a sus acometidas. El resultado es el número de víctimas que crece incesante. Los capos están en la mira, aunque ya no son las figuras únicas de otros tiempos”. “¿Qué son entonces?”, le preguntó Sherer, y “El Mayo” respondió con un ejemplo fantasioso: “Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió”. “¿Nada, caído el capo?”, inquirió Sherer. “El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”, añadió Zambada.
Recientemente me proyectaron 42 minutos de un video relacionado con el robo de una camioneta, en alguna colonia de Cuernavaca. Sus protagonistas: seis jóvenes (hombres y mujeres) cuyas edades no rebasaban los 18 o 20 años; todos actuando con decisión, arrojo y método. Cabe subrayar que eran alrededor de las 4:00 horas cuando ocurrió el ilícito. ¿Habrán imaginado sus padres lo que estos jovencitos harían aquella madrugada? ¿Qué dijeron esos noveles hampones cuando se despidieron de su padre o madre la mañana o tarde anterior? ¿Irían a una fiesta? ¿Estarían estudiando en la casa de algún compañero de la escuela? ¿Simplemente salieron de casa sin el consentimiento de sus progenitores? ¿Son producto de hogares disfuncionales? Escribo lo anterior, amables lectores, porque la inmensa mayoría de delitos está siendo cometida por adolescentes (casi niños) y jóvenes que no rebasan las citadas edades. Y los grandes capos (esto es lo grave) algún día pasaron por el mismo reclutamiento e iguales “servicios” dentro de la escala criminal: desde la vigía con teléfonos en mano (”halcones”), hasta el robo de vehículos, el asalto a mano armada y el sicariato. Ni qué decir tocante a la comisión del secuestro y la extorsión. Así es esto.
A todo lo anterior, amables lectores, debemos sumar otros ingredientes que aderezan el caldo de cultivo del cual emergen los nuevos grupos y los reemplazos vaticinados por “El Mayo” Zambada: corporaciones policíacas infiltradas por el crimen organizado (debido a los pésimos salarios y malísimas condiciones laborales); instituciones ineficaces para prevenir, perseguir y castigar el delito; la descomposición del tejido social (sobre todo en las escuelas y los hogares), y la ausencia de oportunidades de desarrollo orientadas a la juventud mexicana. Estos factores son predominantes dentro de un contexto social cuya principal característica es el materialismo y la frecuente exaltación del dinero fácil. El terreno para delinquir está a la disposición de propios y extraños.
No me extrañaría, pues, que los hechos violentos ocurridos entre el jueves y la madrugada de ayer hayan sido perpetrados por jóvenes que pretenden el control de los espacios dejados al garete por quienes hoy están tras las rejas, capturados desde 2010 hasta la fecha. Ayer por la mañana fueron balaceados (en Temixco) el comandante Luis Felipe Martínez Cervantes, director general del ERUM de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, y su señora esposa. En alguna colonia de Temixco, miembros del Ejército rescataron a una mujer secuestrada, encontraron un vehículo robado y detectaron el cadáver de alguien semienterrado. Por otro lado, en la colonia Vista Hermosa de Jiutepec, siendo las 01.30 horas de ayer, un grupo armado abrió fuego contra los moradores de una vivienda, hiriendo a una niña de tan sólo nueve años de edad y a tres jovencitas de entre 15 y 20 años. Supuestamente, los sicarios “iban tras su padre”.
La importancia social que adquirió el narcotráfico en México obedeció al hecho de que la penetración de su dinero y cultura gozó por años de la complicidad y el beneplácito de las élites de este país. Su poder radicaba no solamente en el hecho de ser los dueños de miles de hectáreas, de estar presentes como terratenientes, de haber penetrado el sistema financiero, de tener miles de hombres armados; también y esencialmente en la forma en que transformó los valores fundamentales de la sociedad estimulando la idea del enriquecimiento fácil, las actividades ilegales, la violencia y el desprecio a la ley.