La influencia del clero en la vida nacional (y por ende la estatal) es evidente. Jorge Bañales, analista de cuestiones religiosas, considera: “Una de las ventajas de la democracia de pantalla es que cualquiera con habilidad suficiente y gritería alborotada puede alcanzar una audiencia nacional e internacional; una de las desventajas es que en la pantalla los fenómenos pasajeros nublan los intereses e inclinaciones de las mayorías que, supuestamente, hacen la democracia. Y así ocurre con los militantes religiosos en Estados Unidos que, inspirados por genuinos fuegos espirituales u oportunismos de bolsillo, ocupan un espacio cada vez mayor en el debate social y político del país. El fenómeno no es exclusivamente estadounidense: los militantes religiosos se agitan en los países musulmanes, en la Europa otrora comunista, en Israel y en América Latina”. Añade: “En un país de 250 millones de habitantes, de los cuales casi 95 por ciento se declara creyente en Dios o en alguna forma de trascendencia espiritual, hay mucho espacio para explorar y explotar la inquietud social que se nutre de una insatisfacción con la marcha de los asuntos terrenales”. El análisis de Jorge Bañales aplica al caso mexicano y nos sirve para ilustrar la influencia del clero en los asuntos políticos de Morelos, donde todos los fines de semana el púlpito se impregna de las ideologías prevalecientes en los representantes eclesiales, exacerbadas por la creciente división entre quienes escuchan un doble discurso y los simpatizantes de la teología de la liberación, doctrina aún vigente después del fallecimiento de Sergio Méndez Arceo hace dos décadas.
La posición del clero morelense como factor real de poder siempre ha sido identificada por los principales políticos. Durante las campañas electorales del 2000 observamos la forma en que los entonces candidatos a la gubernatura pidieron el apoyo, no sólo del obispado de Cuernavaca, sino de los curas encargados de extender el evangelio en los sitios más recónditos del Estado. La Diócesis de Cuernavaca controla 13 decanatos y 110 parroquias, con igual número de presbíteros. Sin embargo, la presentación de connotados politicos ante las autoridades eclesiástica en turno no es nada nuevo, pues lo constatamos en 1982 durante la campaña de Lauro Ortega Martínez, quien hacía ajustes de tiempo para visitar a los párrocos de cada comunidad. Cuando fue gobernador (periodo 1982-1988) repitió los encuentros en la Casa de Gobierno, a veces en grupos numerosos divididos entre curas tradicionales y progresistas. Asimismo, atendía individualmente a los clérigos para resolver cuestiones de sus sedes.
De alguna forma u otra los más importantes representantes de la grey católica han tenido un marcado protagonismo político en nuestra entidad. Para las elecciones del 2000 el finado Luis Reynoso Cervantes determinó que la inducción al voto y al abstencionismo eran “pecados graves”, exhortando a sus feligreses a emitir un voto razonado el 2 de julio. Cada homilía del obispo Reynoso tenía un elevado componente político y crítica hacia el gobernante en turno. Inclusive se ventilaron públicamente sus intromisiones para la designación de tal o cual candidato, de cualquier partido, o la colocación de ciertos funcionarios públicos en las administraciones gubernamentales que coincidieron con su obispado. El 26 de marzo de 2002 se repitieron las formalidades entre el gobierno y el obispo en turno. El gobernador Sergio Estrada Cajigal se reunió en Casa Morelos con el nuevo obispo de Cuernavaca, Florencio Olvera Ochoa, proveniente de Tabasco. Ambos coincidieron en señalar que los buenos gobiernos están obligados a promover el bien común de la sociedad en su conjunto. El prelado ofreció que la relación con la administración estradista sería de cordialidad y respeto, sin importar la ideología o colores partidistas. Empero, en 2003 repitió su conducta harto conocida por los tabasqueños, a quienes impuso un decálogo de pecados electorales, lo cual repitió hacia los comicios de 2006.
La realidad de la relación entre gobernantes morelenses y obispos ha sido siempre marcada por el doble discurso y la doble moral, lo cual nos hace recordar las obras pictóricas de Francisco José de Goya. En las más populares apreciamos sus impresiones sobre el espíritu del siglo XVIII, contrario a la vida holgada e improductiva de curas y monjas a los que se identificaba muchas veces como los beneficiados en la colmena social. Sin embargo, respetaba al personal eclesiástico dedicado a la cura de almas, como los sacerdotes diocesanos y los obispos. Goya dedicaría sus mejores dardos precisamente a los frailes, a los que retrató como duendecillos viciosos. ¿Debió abarcar a los obispos? ¿Usted qué opina, amable lector?
Respecto al actual obispo de Cuernavaca, monseñor Alfonso Cortés Contreras, es importante recordar que fue nombrado titular de la Diócesis local, por el Papa Benedicto XVI, el 10 de julio de 2009. Sustituyó a Florencio Olvera Ochoa. Entre otras cosas, dicho prelado había ocupado los cargos de padre espiritual, ecónomo y finalmente -de 1999 a 2005- fue rector del Pontificio Colegio Mexicano de Roma, la residencia para sacerdotes de este país que estudian carreras eclesiásticas en universidades adscritas al Vaticano. Llegó a Cuernavaca proveniente de una Diócesis poderosa: la de Monterrey. Siempre ha formado parte del clero regiomontano, donde culminaron sus estudios filosóficos y teológicos, para después continuarlos en Roma. No es un obispo común, sino inclinado a favorecer a clases sociales elevadas, mientras en varios de los 13 decanatos se mantienen los ideales de Sergio Méndez Arceo. ¿Hubo efecto multiplicador de un importante número de presbíteros a favor de las izquierdas el 1 de julio pasado? Les puedo asegurar que sí. Por si las dudas, Graco Ramírez Garrido Abreu, gobernador electo de Morelos, se reunió anteayer con Alfonso Cortés Contreras (teniendo como escenario la sede del Obispado) para que le diera su bendición y no los santos oleos, con lo cual bromeó anteayer.