Los entregos periodísticos aludidos son los siguientes: por un lado el artículo de Jorge Zepeda Patterson, publicado en “El Universal” de ayer y que se titula “Emboscada: ¿estupidez o corrupción?”. El politólogo recuerda varios hechos parecidos al de Tres Marías, los cuales –según él- se explican básicamente por motivos de corrupción e ineficiencia. “Métodos que revelan una estrategia que no pasa por el respeto a los derechos humanos. Dice Ana Laura Magaloni (investigadora del Centro de Investigación y Docencia Económicas) que ‘no hay en México peor ejercicio despótico del poder que los miles de muertos anónimos que, en la versión gubernamental, se han matado unos a otros y que quizá por ello ya no vale la pena siquiera investigar esos crímenes ni generar los datos estadísticos que nos permiten saber qué ha pasado o quiénes son’. Es en ese contexto que los policías pueden disparar y ejecutar a los ocupantes de un vehículo sospechoso. Saben que al final, incluso si se equivocan, las víctimas pasarán a ocupar una estadística anónima, mediante el sencillo recurso de clasificarlas como personas vinculadas al crimen organizado. Y para ello basta con sembrarles droga o incluirlos en el testimonio de algún delincuente detenido. No habrá investigación. Punto”.
Y algo más: “La tercera de las hipótesis, el miedo, está asociada a la anterior, la ineficacia. Justamente porque están infiltrados y pueden ser objeto de una ejecución en cualquier momento, tanto los policías buenos como los malos viven en permanente zozobra, por no decir terror. Eso les hace presa fácil del síndrome de gatillo nervioso, presto a activarse frente a cualquier signo sospechoso”. Aquí agregaré el segundo entrego periodístico difundido también la víspera por el semanario “Proceso”, donde se indica que la publicación obtuvo información fidedigna en el sentido de que los agentes norteamericanos y el marino formaban parte de una investigación en torno a Héctor Beltrán Leyva (alias “El H”), hermano de Arturo con los mismos apellidos, quien fuera abatido por miembros de la Marina Armada de México el 16 de diciembre de 2009 en un condominio de Cuernavaca, operativo para el cual fue necesaria la participación de agentes adscritos a la DEA. Etcétera.
Todo lo referido me llevó a la columna del 21 de marzo de 2011 en la que reflexionamos sobre la marcada participación de la Defensa Nacional en la lucha contra la delincuencia organizada. Escribí allá y entonces: “Abundan las causas por las cuales la lucha del gobierno federal contra el crimen organizado se sustenta en el Ejército, amén de que desde 2009 a la fecha se ha insistido en torno a la creación de una policía nacional con un mando único e igual estructura en todas las entidades federativas”. Hice mención del libro “País de muertos: crónicas contra la impunidad” (Editorial Debate, febrero de 2011), que contiene la crónica de Pablo Ordaz, articulista de El País (España), titulada “Guerra contra el narco: Ciudad Juárez. La muerte imparable”. A Ordaz le tocó cubrir, casi por accidente, el artero asesinato de tres adolescentes en la colonia Satélite de dicha localidad fronteriza. A continuación la parte sustantiva del trabajo, que revela el nivel de desconfianza existente (¿todavía?) entre las corporaciones de seguridad del estado nacional y sus homólogas estatales y municipales. ¿Pudiera esto tener vinculación con los hechos ocurridos el viernes en Tres Marías? Es probable. Se comprenden, además, las causas por las cuales la lucha del gobierno federal contra la delincuencia organizada se sustenta en el Ejército Mexicano.
Escribió Pablo Ordaz: “La llamada se produjo a las 9:45. Una ambulancia de la Cruz Roja corrió al lugar. Luego, los policías municipales. Luego, los estatales. Luego, los federales, Luego, el Ejército. Aseguraron la calle. Un agente en cada esquina. Con sus rifles AK-47, sus AR-5, sus revólveres en la mano, sus chalecos antibalas, sus pasamontañas, su tensión se huele… Su Miedo. El policía municipal apunta en una pequeña libreta los nombres de todos los que, policías o no, rebasan por un motivo u otro el cordón de seguridad. No llega a cruzar palabra con los agentes de otros cuerpos. Es una constante en Ciudad Juárez. Nadie se fía de nadie. Menos aquí, un lugar tristemente célebre por las decenas de mujeres que fueron asesinadas sin que aún hoy se conozcan los motivos ni los culpables. Hay además datos muy claros de que el narcotráfico tiene voluntades compradas entre los policías, entre los jueces, entre los políticos, entre los periodistas. Las miradas dicen: sabemos a quién pertenece tu uniforme, pero no a quién perteneces tú. No es nada personal. Sólo es cuestión de supervivencia”.
Continúa: “La noche anterior, cuando el reportero llega al aeropuerto de Ciudad Juárez, dos agentes federales lo esperan a pie de avión. Han recibido la orden de escoltarlo durante el fin de semana, integrarlo en una de las patrullas de fuerzas especiales que recorren día y noche la ciudad en busca de sicarios. Pero cuando va a abandonar el aeropuerto, dos soldados le piden que abra la maleta y la mochila en la que transporta el ordenador portátil. Uno de los federales trata de aliviar el trámite y se dirige al militar: ‘No se preocupe, oficial, viene con nosotros’. ‘Claro que sí. Pero tiene que abrir el equipaje’. ‘Pero…’ ‘Tiene que abrir el equipaje’… Nada personal. Sólo eso: nadie se fía de nadie”. Efectivamente: nadie se fía de nadie. Pero, ¿se repite ese nivel de desconfianza en cualquier parte del país, o solamente en unas cuantas? ¿Acaso sucede en lugares caracterizados como “reductos” del crimen organizado? ¿Es Morelos uno de ellos? La respuesta parece ser en sentido afirmativo. Los hechos de Tres Marías lo confirman. El problema fundamental es la simulación respecto a una coordinación inexistente. Tan fuerte es la presión y la necesidad de demostrar resultados, que se incurre en acciones y omisiones abriéndose, además, nuevos frentes de confrontación política.