Empero, también hay registros ingleses previos que refieren lo mismo en 1272 sobre el relevo de Enrique III por Enrique I. En fin. Lo importante para nosotros es la adaptación de aquellos dichos a las circunstancias de nuestra realidad política y social con la frase “muerto el rey, viva el rey”, aludiendo la transición política de la cual estamos siendo testigos todos los mexicanos a nivel de la Presidencia de la República y los morelenses en lo concerniente al inminente cambio de gobernador.
Teniendo como escenario el Palacio Nacional y en el contexto de su sexto y último informe de gestión administrativa, el presidente Felipe Calderón encabezó el pasado 2 de septiembre un acto donde se despidió de la crema y nata de la política nacional, del empresariado mexicano, del sector financiero nacional, del cuerpo diplomático acreditado en México, de los altos mandos de las fuerzas armadas, etcétera. Entre las distinguidas personalidades que asistieron destacaron Emilio Gamboa Patrón y Manlio Fabio Beltrones, coordinadores de los grupos parlamentarios del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las cámaras de Senadores y Diputados, respectivamente. Aunque ambos son harto conocidos por su larga trayectoria, en dicha ocasión recibieron un trato preferencial simple y sencillamente porque representan a la próxima clase gobernante de este país, a cuyo frente se sitúa el mexiquense Enrique Peña Nieto, presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos, quien tomará posesión el 1 de diciembre venidero. “Muerto el rey, viva el rey”.
Dentro de las mismas circunstancias políticas y el cambio que vertiginosamente se avecina, la prensa nacional ha cacareado hasta el fastidio los nombres de quienes integran el equipo de transición que, a nombre de Peña Nieto, se coordinará con sus pares nombrados exprofeso por Felipe Calderón para cubrir el protocolo de la entrega-recepción en el gobierno federal, tal como se está llevando a cabo en Morelos entre los comisionados por Marco Adame Castillo y Graco Ramírez Garrido Abreu. Sin embargo, hubo algo que me llamó la atención. Se trata del olvido en que incurrieron connotados comunicadores sociales mexicanos quienes, quizás buscando sepultar cualquier vestigio electoral conseguido por Andrés Manuel López Obrador el pasado 1 de julio, evitaron cualquier analogía con el que pudo haber sido el gabinete presidencial en un eventual gobierno encabezado por el controversial político tabasqueño. Me estoy refiriendo a profesionistas, servidores públicos, académicos, científicos y técnicos con peso específico y probado prestigio en la vida pública nacional; hombres y mujeres que a lo largo de muchos años se han labrado un magnífico nombre, pero no mediante la politiquería, activismo partidista, el tráfico de influencias o el derecho de sangre. La diferencia es abismal: por un lado gente de reconocida calidad moral, profesional y cívica, y en el otro rescoldos de anteriores administraciones y cachorros de politicastros priístas. En lo personal me quedó la impresión de que es, efectivamente, un “equipazo”… pero de cuates.
Así las cosas es importante hacer las siguientes reflexiones remontándonos de nuevo a la historia. Maquiavelo escribió lo siguiente en “El Príncipe”, pequeño texto que ayuda a comprender la actitud de determinados políticos y servidores públicos cuando alcanzan el poder, olvidándose de la sociedad y sus promesas de campaña. Es un consejo para quienes tienen poder o aspiran a tenerlo: “Es indispensable disfrazar bien las cosas y ser maestro en fingimiento, pues los hombres son cándidos y tan sumisos a las necesidades del momento que, quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar”. A juzgar por las apariencias, Peña Nieto está dispuesto a saldar incontables facturas políticas, mientras López Obrador propugnaba por abrir las estructuras gubernamentales a la sociedad civil.
¿Por quién votó usted el pasado primero de julio? Antes de pasar a la posible respuesta permítame hacer algunas reflexiones. Muchas ocasiones he desglosado los atributos que, desde mi punto de vista, deberían definir el perfil de los nuevos gobernantes: liderazgo, planificación, negociación, libertad, prudencia, compasión, templanza, madurez emocional, firmeza, cordialidad, habilidades comunicacionales, aptitudes y actitudes conciliatorias, alto nivel de ejecución y no obstrucción, no burocrático, fiscalización, honestidad, amplísima cultura democrática, arraigo social, trayectoria política y administrativa, preparación académica y probada calidad moral-familiar. ¿Ha sido mucho pedir? Mi respuesta siempre será un no rotundo. No, frente a los magros resultados de la incipiente democracia morelense, surgida durante el proceso electoral del año 2000, amén de la amarga experiencia representada por regímenes pasados con gobernantes y autoridades improvisados cada tres y seis años. La mayoría llegó al poder para enriquecerse lo cual, desgraciadamente, se ha repetido hasta nuestros días bajo administraciones de cualquier color y siglas.
Además, recuérdese que el PRI funcionó eficazmente (y lo sigue haciendo hasta el día de hoy) como una gigantesca agencia de colocaciones, aunque tuvo una copia fiel desde el año 2000 en adelante entre servidores públicos emanados de otros partidos políticos. Lo anterior, desafortunadamente, tiene estrechos vínculos con la esencia corrupta de nuestra cultura, pero además con el personalismo predominante en el sistema político mexicano, caracterizado por el arribo de camarillas al poder público cuyos integrantes operan bajo herméticos sistemas de relaciones y un lenguaje de madriguera que solo ellos entienden. Es decir: los “con capacidad” prefieren cómplices y no colaboradores. Por eso vemos (y veremos) colocados en cargos importantes a compadres, parientes cercanos y gente de “absoluta confianza”. No importan la transparencia, la rendición de cuentas, la gente capaz, la sociedad civil, ni oxigenar la administración pública muchas veces agobiada por el desgaste del propio poder y los errores garrafales que ahí se cometen, sino aprovecharse de cortos lapsos a fin de sostener o conseguir altísimos niveles de vida. En resumen: lejos de ser auténticas instituciones de interés público, los partidos y sus personeros que logran incrustarse en cargos gubernamentales, más pronto de lo uno se imagina olvidan sus compromisos de campaña y comienzan nuevos modelos de consolidación patrimonial mediante el tráfico de influencias. Licitaciones otorgadas al mejor postor, el cobro de comisiones a cambio de jugosas concesiones, la venta de información privilegiada y demás vicios aún imperantes en los negocios del gobierno hacen que se cumpla el modelo establecido por Nicolás Maquiavelo en “El Príncipe”.