El INAH había suspendido la construcción de varias casas debido al hallazgo de vestigios arqueológicos. Don Lauro giró órdenes para que se atendiese la petición de su amigo, sin vulnerar la normatividad de dicha institución. Figueroa estuvo de acuerdo con ello.
Empero, el también presidente vitalicio de la Alianza de Autotransportistas de la República Mexicana aprovechó el viaje para pedirle a don Lauro un encuentro con Jesús Escudero, quien movía los hilos conductores del antiguo sistema de transporte público en Morelos. El gobierno estatal, a pesar de las frecuentes presiones orquestadas por varias agrupaciones de permisionarios, no aceptaba el incremento de nuevas tarifas. Escudero, pues, tenía interés en conocer a Ortega Martínez y hacerle algunos planteamientos a nivel personal.
El encuentro se dio en una casa propiedad de Rubén Figueroa, cerca del sitio donde el INAH llevaba a cabo sus excavaciones. El guerrerense fue un magnífico anfitrión, disponiendo de exquisitas viandas y agua fresca a discreción. Nada más. Mientras duró la degustación, la plática de los tres personajes versó sobre temas ligeros, básicamente vinculados a la vida pública nacional. Nada trascendente. Vino la sobremesa y Jesús Escudero abordó entonces el asunto de su interés: el incremento a las tarifas del transporte público local.
El empresario transporteril, a quien se atribuía aquí la posesión del 90 por ciento de concesiones a través de sociedades mercantiles, quiso justificar la solicitud de aumento tarifario, pero sus argumentos no encontraron eco en el gobernador morelense, entonces bastante consolidado ante el gobierno federal gracias a su estrecha amistad con el presidente en turno, Miguel de la Madrid Hurtado, y porque simple y sencillamente no quería afectar la economía popular. Tras aquella charla pudimos inferir que un gobernante, sin el adecuado respaldo desde Los Pinos, es un pobre gobernante.
Surgió entonces el manoteo sobre la mesa por parte de Escudero, quien le espetó a don Lauro sin medir las consecuencias de su soberbia: “¡Métase conmigo, gobernador, y ya verá! Tengo el suficiente poder como para iniciar un paro en el transporte cuando a mí se me pegue la gana”. Sin embargo, el permisionario, otrora propietario de la poderosa línea camionera “Flecha Roja” y con un altísimo predominio en las costas chica y grande de Guerrero, escuchó estupefacto la rápida respuesta del gobernador de Morelos: “¡A mí no me intimida, Jesús! Y déjese de manoteos, porque yo en ningún momento le he faltado al respeto. ¡A mí me respeta, sobre todo porque estamos en mi tierra! ¡Nomás eso me faltaba!”. Y luego, dirigiéndose a Figueroa, le expresó: “Amigo Rubén, lamento mucho que esto suceda en tu casa. Yo creí que estábamos entre gente madura”. Sopas.
Intervino entonces Rubén Figueroa con una moción de orden dirigida a Escudero: “Jesús, debo recordarte que eres un magnífico amigo mío, pero Lauro también lo es. Así que te invito a calmarte, porque esa no es la forma de lograr acuerdos”. E inmediatamente cambió el tema comentando cualquier cosa relacionada con el tercer informe de don Lauro, a celebrarse a mediados de abril. Escudero ya no tocó más el asunto de las tarifas y se dedicó a esbozar sardónicas sonrisas o asentir con la cabeza sin decir nada.
Al día siguiente, Ortega envió un propio a la casa de Escudero en Cuernavaca portando la invitación para el tercer informe. Y una vez cumplida la formalidad de leer el documento ante el Congreso local, don Lauro citó a su gabinete de seguridad pública y directivos del transporte, a quienes les informó que en ese momento se abría la expedición de concesiones para establecer un nuevo sistema de transporte público en Morelos. Fue así como nació lo que hoy conocemos como “rutas”, aglutinadas en Rutas Unidas y otra parte en la Federación Auténtica del Transporte. Al principio operó con improvisaciones, no sólo en los derroteros, sino también en cuanto a la comodidad de los vehículos, pero lo trascendente fue que don Lauro no dio marcha atrás, ni cedió ante presiones del otrora denominado “pulpo camionero”. Insisto: don Lauro mantuvo firme su premisa de trabajar a favor de la sociedad morelense, sin pensar jamás en beneficiarse a nivel particular.