El 23 de julio de 1999, el féretro de don Lauro fue trasladado al Palacio de Gobierno, en la capital de Morelos, donde fue objeto de un merecido homenaje por parte de quienes lo conocieron y trabajaron a su lado. Pero el mejor reconocimiento al arduo trabajo desplegado cuando le tocó ser titular del Poder Ejecutivo se lo brindó el pueblo concentrado en la Plaza de Armas. Seis años insistió en que no había llegado a la gubernatura buscando honores y siempre mantuvo firme la premisa de evitar la colocación de su nombre a calles, plazas, escuelas, colonias, etcétera, lo cual fue imposible de sostener. El pueblo se ha encargado de ubicarlo como el mejor gobernador que ha tenido nuestra entidad federativa. Alguna vez lo escuché decir: “Yo no necesito guardaespaldas. El pueblo me protege”.
El último homenaje que recibió en vida fue en septiembre de 1998, cuando el entonces gobernador Jorge Morales Barud lo catalogó como un “mexicano de excelencia y testimonio de que la política es arte y ciencia, y que la ciencia de un buen gobierno es quizá de conocimiento sencillo, pero de difícil aplicación, porque está reservada a la nobleza y a la sensatez”.
Ortega Martínez, quien ocupara el cargo de asesor de todos los presidentes de la República a partir del general Lázaro Cárdenas, de quien incluso fue su médico de cabecera, cumplió 89 años el 8 de junio de 1999. Su muerte se debió a causas naturales por la edad y se fue satisfecho. Todavía se le recuerda, siendo gobernador, a la hora del desayuno, la comida o la cena, con un block de hojas y un plumín negro a su lado. Podía conversar con sus compañeros de mesa, pero en determinados instantes, tras meditar, escribía algo. Regularmente eran ideas a la postre transformadas en decisiones de gobierno. Don Lauro transpiraba la política y el servicio social.
Aunque don Lauro concluyó su gestión administrativa el 18 de mayo de 1988, era común que lo siguieran visitando ciudadanos de todo el estado en su casa de Xochitepec para pedirle favores; incluso en varias ocasiones fueron vistos por ahí funcionarios municipales y del gobierno estatal para ser orientados por el viejo priísta.
Un par de años después de que dejara la gubernatura me invitó a desayunar. Tras disfrutar exquisitas viandas mexicanas platicamos sobre la marcha del país y los viajes de Cuauhtémoc Cárdenas por países europeos. Atrás había quedado la “caída del sistema” durante los comicios presidenciales de 1988, cuando el hijo del general Lázaro Cárdenas fue “avasallado” por Carlos Salinas de Gortari. Me dijo don Lauro: “¿Recuerda usted los ríos de gente que seguían a Cuauhtémoc en Morelos, al igual que en la mayor parte del país? Tenía todo para meterse al Palacio Nacional, pero le dio miedo. El pueblo lo hubiera seguido, pero no lo hizo. Y el pueblo nunca olvida a los miedosos. Por eso ahora anda haciendo el ridículo en Europa, lloriqueando lo que no pudo defender como hombre en México”. Sopas.
Algún día me narró un encuentro que tuvo con Miguel de la Madrid Hurtado, siendo el colimense subsecretario de Egresos en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Transcurría el sexenio de José López Portillo. “Don Lauro, quiero que me ayude con el señor presidente, porque quiero ser gobernador de Colima”. El entonces asesor presidencial se lo comentó a JLP, de quien recibió una respuesta en sentido negativo, pues lo tenía visto para “otra cosa”. El galeno de Xochitepec así se lo hizo saber a quien años más tarde, el 22 de septiembre de 1981 (un día después de la postulación de Ortega Martínez), fue designado por el PRI como candidato a la presidencia de la República. Con este escenario enfrente, la suerte, pero sobre todo la pericia política convirtieron al sexenio orteguista en el más próspero de la historia morelense. Habrá quienes digan hoy: “Eran otros tiempos”. Ni modo. Allá y entonces, don Lauro tuvo la suficiente sabiduría para manejar las circunstancias.
1 comentario
Hey
es muy interesante lo ue escribe sobre lauro ortega, solo recurdo que… Compartelo!