Lo que viene provocando el fenómeno Donald Trump no es cosa menor, porque no habíamos enfrentado una situación parecida, quizás desde el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río, en la década de los 30, en el siglo pasado, desde luego.
Hoy somos testigos de actitudes que bajo circunstancias normales nunca habríamos esperado, como el hecho de que el añejo opositor gubernamental, Andrés Manuel López Obrador, se sumara al llamado a la unidad entre todos los mexicanos a fin de poder enfrentar con menores dificultades los obstáculos que aparecen en el horizonte.
Es indiscutible que lo mejor que podemos hacer es dejar las diferencias a un lado y caminar juntos, porque si no es así, los golpes de la Casa Blanca harán más daño y de ellos no escapa nadie, sin embargo, también habría que exigir un esfuerzo o sacrificio parejo, porque hay sectores que a pesar de tantas adversidades por las que ya hemos pasado, se han mantenido en el privilegio.
Reiteramos, como que el suelo no ha sido tan parejo para todos, seguimos viendo un desempeño muy pobre de las estructuras gubernamentales, los actos de corrupción en agravio de las mayorías no tienen límites, la riqueza que esta nación genera no se distribuye equitativamente, hay una concentración en pocas manos y muchos sin siquiera arriesgar nada.
Valoramos la persistencia del sector productivo o empresarial, que a pesar de tantos problemas para mantenerse en actividad, sobre todo en lo que toca a la delincuencia, siguen ahí, dando la batalla y apostándole a un país que cuenta con todo para que su gente viviera mejor.
Pero en el otro extremo, no aceptamos que sin riesgo alguno, los políticos hagan de esa actividad un lucro, que con todo el menosprecio del mundo se manejen en el arbitrio y los excesos, arrinconando a las mayorías a la pobreza y desesperación.
Tenemos que salir justos a defender la dignidad y a reclamar por lo menos algo de respeto a nuestros vecinos del norte del continente, pero igualmente como ciudadanos requerimos esa misma unión de fuerzas para defendernos en lo interior, porque tantos hechos de rapiña nos tienen en circunstancias desafortunadas.
Sin mayores beneficios para los ciudadanos en general, México ha venido agotando sus recursos naturales. Se nos dijo en tiempos de José López Portillo que a partir del petróleo, nos preparáramos para vivir en la abundancia, aunque claro, nunca aclaró a quiénes se dirigía, quizás al pequeño grupo privilegiado que lo ha sabido capitalizar.
Como pueblo nunca vimos nada. Eso sí, a través de los contratos de extracción y comercialización hay algunos que se volvieron multimillonarios. El propio sindicato de Petróleos Mexicanos goza de beneficios exclusivos de una clase social dorada. Algo parecido se da en el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
Pero a partir de que el flujo económico petrolero comenzó a disminuir, los políticos tampoco intentaron sacrificarse; para seguir manteniendo y hasta incrementando su vida de lujos y dispendios recurrieron incluso al endeudamiento. Hoy la deuda pública y privada es enorme, no tenemos forma de pagarla en el mediano plazo, muchas nuevas generaciones de mexicanos, aún aquellos que todavía no nacen, ya están comprometidos con una aportación a esos débitos, porque todo se endosa al pueblo.
No podemos negarnos a integrar un solo frente para ser algo más fuertes ante el enemigo gigante, pero lo menos que demandamos es un poco de congruencia de aquellos que desde nuestro territorio nos vienen causando tanto daño.
Por supuesto que la misma población es proclive a los actos de corrupción, pero de lo que viene pasando en el país hace ya muchos años las autoridades son ampliamente responsables, lo han permitido todo; entre personajes, partidos, grupos de poder y hasta uno que otro empresario se protegen de cualquier acción inmoral.
La misma delincuencia tiene su origen y fortalecimiento en las complicidades de aquellos que dirigen las instituciones, pero en lugar de cuidar los intereses populares, se coluden con sus enemigos y ya juntos sucede lo que estamos viendo y padeciendo, un territorio dominado y sometido por los malos.
La invitación a la unidad nacional es el camino correcto para defendernos, pero el efecto del mismo se ve vulnerado por la desconfianza y el enojo de muchos millones de connacionales que se sienten agraviados por aquellos que dicen representarlos.
Si este fenómeno logra obligar a una mejora en la conducta de los políticos y vividores del presupuesto público, habremos dado un gran paso, igual y podemos seguir adelante sin seguir dependiendo de los Estados Unidos, pero se antoja algo casi imposible.
Nadie puede comprender cómo es que existan quienes devengan ingresos por arriba de los 200 o 300 mil pesos mensuales, con prestaciones millonarias –como lod ministros de la corte- y con cargos casi a perpetuidad, cuando la absoluta mayoría de los trabajadores tiene un salario en torno a los cinco mil pesos al mes.
Claro, en el primer caso hablamos de personajes con doctorado y egresados de las mejores universidades del mundo, pero tampoco eso justifica tanto dinero, el pago debería estar calculado en función del beneficio que le dan a la población con su trabajo, lamentablemente sus decisiones suelen precisamente basarse en actos de protección a favor de quienes ejercen el poder.
Aquí en lo cercano, la experiencia de cualquier ciudadano es en el sentido de que sus representantes populares o gobernantes difícilmente llegan a desarrollar algún trabajo pensado para bien de todos, por el contrario, mucho de lo que hacen va contra el interés común.
Hay que defender la patria hasta con las uñas, claro, pero la batalla tendrá que ser en el
interior y en el exterior, porque desde aquí nos han generado mucho daño y la nación debiera estar mucho mejor; hay países en que con recursos disponibles muy inferiores, sus autoridades tienen a sus gobernados con un nivel de vida aceptable. Pero por ahora, viva la unidad y el amor a la patria, porque necesita de todos.