La guerra, por lo menos a nivel de discursos es abierta, la Casa Blanca mantiene la amenaza de cerrar las fronteras para impedir el acceso de indocumentados, pero además, las presiones contra empresas que se ubican en nuestro territorio es constante, a fin de que se lleven sus capitales de aquel lado del río Bravo.
El problema es que no hay muchas opciones para enfrentar al monstruo, volvemos a pelear contra el imperio invencible, del que dependemos en muchos aspectos, hasta del cultural, porque las nuevas generaciones vienen contaminándose con una serie de costumbres y modos de vida que corresponden más a la forma de ser de los gringos.
Sí existen posibilidades de dar alguna respuesta, más allá de marchas y protestas como las del fin de semana anterior y es volver los ojos a lo nuestro, porque hay una especie de enajenación popular. Si bien es cierto que en algunos aspectos y renglones nuestra cercanía es benéfica, como en lo que tiene que ver con la tecnología en materia de comunicación, en otras áreas no parece ser así.
Habría que valorar cuál es el nivel de consumo de productos de origen estadounidense en México, con toda seguridad podemos decir que es altísimo, porque hasta eso, hemos llegado a considerar que todo aquello producido en nuestro país tiene una menor calidad que lo hecho fuera de nuestra patria.
En algunos aspectos hay razón, en efecto, tenemos empresarios nacionales que dan prioridad a la ganancia sobre la perfección de los productos que elaboran o fabrican, las normas de calidad son poco aplicadas, porque la misma autoridad así lo ha permitido y es por ello que en cierto porcentaje y en terrenos como el textil, se adquiere caro y sin garantía, pero hay rubros en los que lo nuestro es incluso mejor que lo del otro lado.
Bueno, está comprobado que productos de origen campesino, como el aguacate, tienen el nivel de calidad más alta en el mundo, incluyendo a los Estados Unidos, por eso la exportación anual toca cantidades millonarias en dólares, pero como ése, hay muchos otros que igual no tienen parámetro, de ahí que sea muy válida aquella recomendación muy insistente en redes sociales que aconseja a los mexicanos consumir lo nuestro.
El mismo gobierno ya volvió a echar mano de estrategias que desconocemos por qué fueron sacadas del mercado publicitario, como aquello de que “Lo hecho en México está bien hecho” y que seguramente en algún grado llevaba a un mejor índice de consumo de productos y alimentos de origen propio.
No obstante, obligadamente volvemos a referirnos al problema histórico que padecemos y que lejos de irse resolviendo se antoja insuperable: la corrupción, porque como decíamos, si las instancias gubernamentales competentes cumplieran con su papel de vigilar que en las empresas, del ramo que sean, se ajusten cabalmente a los normas de calidad, otro gallo nos cantara.
Por lo menos hay la percepción de que con una gratificación se hacen de la vista gorda y lo permiten todo, contribuyendo al deterioro en el nivel de competitividad de lo local, ofreciendo así, argumentos y pretextos para engordarle el caldo a otras economías. En lo anterior, el gobierno tiene parte de la responsabilidad, pero hay en este sentido más tela de donde cortar.
En cualquier rincón del país, así sean poblados pequeños, se pueden encontrar a la venta artículos que han entrado a México por las vías no legales. Es decir, son producto del contrabando, generalmente chino, así se puede adquirir un kilogramo de arroz, por cierto de pésima calidad, a un precio menor a la mitad del que producen nuestros campesinos, pero que es de excelencia.
Qué decir de artículos de pirotecnia y navideños los fines de año, que desplazan del mercado a aquellos elaborados acá y que en efecto son mejores, pero a veces la necesidad obliga a comprar lo más barato, aunque como dice el dicho a la larga salga caro.
Entonces, hoy que necesitamos obligadamente buscar una menor dependencia económica y comercial de los vecinos del norte, nos damos cuenta de que internamente hemos contribuido a una descomposición y quebranto de la infraestructura de desarrollo.
En ello pudiéramos decir que casi todos tenemos culpas, los empresarios porque buscan invertir lo menos posible, a fin de alcanzar las más altas ganancias, a pesar de que saben que ello termina en una menor competencia en los mercados y facilita el ascenso de lo extranjero.
El gobierno porque la mayoría de los “servidores públicos” usan las instituciones para beneficiarse y son omisos en la aplicación de normas y leyes a fin de salvaguardar lo nuestro, y también nosotros como consumidores que llegamos a considerar que todo aquello que viene del exterior es mejor que lo mexicano, sobre todo si es procedente de los Estados Unidos. Incluso a ese tipo de artículos o productos como el de origen textil, se le identifica como “ropa fina”.
Sí podemos sobrevivir sin Trump, porque además también ellos necesitan de nosotros. Todos esos millones de mexicanos, indocumentados o legales, que radican en la Unión Americana contribuyen a enriquecer a sus habitantes.
El campo, las cadenas de restaurantes, sobre todo, explotan la mano de obra barata de los connacionales, porque por el sólo hecho de ser latinos, los salarios que les pagan son ínfimos, pero en cambio, les exigen el máximo rendimiento.
Ellos ofrecen oportunidades a jóvenes que tengan toda una vida laboral por delante, pero el día que ya no rinden lo requerido, los desplazan sin consideración alguna, sabedores de que hay filas detrás esperando una oportunidad. El trato es por demás despectivo, los ven como seres inferiores que adolecen de derechos y garantías como seres humanos, el racismo es de siempre, aunque ahora tome tintes de radicalización con la administración gubernamental entrante.
De acuerdo, hay que promover la unidad sin distingos, pero también requerimos que los regímenes de gobierno en México hagan la tarea que les corresponde, ya que han abusado de los gobernados hasta el cansancio, por eso ahora que piden solidaridad hay resistencias y desconfianza, motivos sobran.