A estas alturas, los mexicanos ya sabemos que entre los tres principales candidatos presidenciales de partido, es decir el del frente opositor Ricardo Anaya Cortés, el del Partido Revolucionario Institucional (PRI) José Antonio Meade Kuribreña y el de la alianza Morena-PES-PT, quedará la presidencia de la república los próximos seis años.
Francamente es necesario que nos hagamos a la idea de que así será y, por lo tanto, ir tomando la determinación con quién nos vamos o si de plano ninguno de ellos cumple con nuestras expectativas y decidimos no votar o anular el sufragio. Seguimos considerando que a ninguno de quienes van por la candidatura independiente le va a alcanzar para ser siquiera competitivo a la hora de la verdad.
Qué más quisiéramos como ciudadanos, pero los grupos monopólicos del poder no van a soltar el control de las instituciones y mantendrán las principales posiciones, la presidencia, el control en el Senado y la Cámara baja. Tal vez y cedan espacios como gubernaturas, algunas diputaciones locales, federales o ayuntamientos, pero los mandos principales para nada, esos seguirán en manos del PRI, PAN, PRD y ahora Morena, que los arrancará por la fuerza.
En efecto, Jaime Rodríguez “El Bronco” ya logró ganar por la vía independiente la gubernatura de Nuevo León y ha cumplido con el número de firmas requeridas por el Instituto Nacional Electoral (INE) para contender por la presidencia de la república, no obstante, tampoco ello le garantiza nada, aunque sí les quitará algunos sufragios en la contienda general, lo mismo que Margarita Zavala de Calderón.
Reiteramos, más bien la finalidad de esas promociones electorales vienen buscando pulverizar la votación para hacerle el camino más difícil al abanderado del bloque de Morena, Andrés Manuel López Obrador, a fin de que pierda por tercera ocasión y se refugie, después de ello, en su tierra natal, Tabasco.
Por lo tanto, de entre Anaya, Meade y Obrador surgirá quien tome protesta como jefe de las instituciones mexicanas el primero de diciembre del año que viene. Por lo tanto, a estas alturas del 2018 ya los morelenses tendremos mandatario nacional y gobernador.
La interrogante sería ¿y quién de ellos tres garantizaría mayor estabilidad, desarrollo, justicia, paz y tranquilidad a los mexicanos? La verdad no está nada fácil saberlo, pero se tiene que intentar la reflexión si es que tenemos la intención de salir a cumplir con el deber popular de votar.
El panista Ricardo Anaya, prácticamente candidato del frente opositor, con el PRD y Movimiento Ciudadano en conjunto, presenta una formación algo académica y parlamentaria. Si bien acompañó a uno de los gobernadores panistas en Querétaro a nivel de gabinete, la mayor parte de su carrera la hizo en las cámaras y en su propio partido.
Como que aún le falta algo de formación para hacerse cargo del gobierno mexicano, sin embargo, tampoco Vicente Fox Quesada traía mucha experiencia cuando aspiró a Los Pinos en el 2000 y ganó; lo mismo ocurrió con Felipe Calderón Hinojosa, de tal manera que ése no sería impedimento. No obstante, para los intereses supremos de la nación, como que le falta un poco de consolidación.
Respecto a López Obrador, por encima de sus ocurrencias y propuestas, a veces consideradas como chuscas, lleva toda la vida soñando con ser presidente; viene haciendo campaña para ello desde hace más de una década. Sí ha desempeñado responsabilidades públicas que pueden ser objeto de revisión para ver si trae el talento y el talante, como haber sido jefe de gobierno de la Ciudad de México.
Como que de los tres es quien ofrece un proyecto de país diferente; es, por así decirlo, el candidato de los pobres y marginados, de ahí que proponga programas y proyectos de asistencia social como instrumentos para abatir los niveles de pobreza, pero como que algunos actores sociales lo ven con desconfianza, porque no empata con sus intereses, uno de los cuales es el económico.
Y bueno, eso de conceder amnistía a los delincuentes es como para revisarse, porque a lo mejor acabamos en condiciones peores que como estamos en esa materia. De acuerdo, los perdona pero ¿por ese solo hecho van a dejar de delinquir? Francamente pensamos que no, así que se antoja algo fuera de la razón.
Tocante al priista José Antonio Meade, pues estaríamos ante la continuidad del proyecto actual. Sus fuertes son la economía y las finanzas y de ello depende en mucho el futuro de México. A lo mejor logra mantener la estabilidad y evitar los grandes tropiezos en cuestiones de desarrollo, pero como que el asunto de la inseguridad seguiría por el mismo camino.
Es una bandera electoral obligada prometer que se combatirá la corrupción en todo lo posible, pero eso se ha hecho cada seis años en campaña y pareciera que al final resulta todo lo contrario. Sin embargo, es quien viene apoyado por todo el peso de poderosos grupos de poder, tanto a nivel de nuestro territorio, como de algunos fuera de las fronteras y se trata de fuerzas que históricamente han influido en la toma de decisiones relacionadas con el manejo del poder público.
Él es, de los tres, quien cuenta con relaciones más directas con la Casa Blanca y con el equipo de trabajo del presidente norteamericano Donald Trump y si eso también ayuda a superar algunos conflictos, sobre todo de relaciones, tendría un paso adelante en la batalla por la presidencia, sin que eso signifique que es la mejor opción.
Se antoja que una vez que comiencen los apretones en serio la pelea frontal se dará entre AMLO y Meade; el del frente comenzará a perder tendencia y al final llegaremos al primero de julio del 2018 con una apretada justa que igual y concluye con una serie de conflictos post electorales y reclamos de fraude, como ha sido la constante desde aquel 6 de julio de 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas puso a temblar al PRI.
Todo lleva a pensar que las cosas no serán fáciles para nadie, pero como que vamos en función de una terna, con posibilidades reales de dar la batalla; los demás aspirantes independientes acaso lograrán ganar regidurías, ayuntamientos, diputaciones plurinominales tanto locales como federales y a lo mejor una o dos senadurías, no más, de acuerdo al número de votos que alcancen.