Esto en el contexto de la tasa inaceptablemente alta de violencia que vivimos en México por su interdicción militarizada, la cual estamos “ganando” hace más de 4 años.
El alcohol fue importante en el mundo antiguo porque el agua de los cauces naturales era riesgosa para beber o almacenar en los viajes por mar. Así, en occidente se usó el fermento de frutas para producir un líquido que se podía guardar por periodos largos y beber con ciertos efectos placenteros. En oriente en cambio, se hervía el agua y se le agregaban yerbas para darle sabor: la cultura del té. Hasta hoy en día, mientras judíos y cristianos usan el vino en ceremonias religiosas, el Islam prohíbe el alcohol y su consumo es penado severamente en varios países musulmanes. Si bien los griegos tenían que beber un par de litros de vino para quedar incapacitados, la destilación de licores más concentrados trajo consigo las borracheras, accidentes y riñas por las cuales el alcohol es hoy famoso. Su prohibición en Estados Unidos (1919—1933) tuvo la pía intención de alejar al público de esta droga, pero produjo un fuerte incremento de criminalidad en la mano invisible del libre mercado.
A pesar de los manifiestos peligros del alcohol, las sociedades occidentales lo tienen en alta estima como lubricante social y sexual, con estándares de excelencia, criterios de contexto y moderación, y legislaciones para evitar su abuso. Sus daños son considerados meramente colaterales.
Tener un mercado de drogas estatalmente controlado como el que aplica para el alcohol, pienso yo, no disminuiría en mucho al crimen organizado que tenemos hoy en México. Los accionistas y psicópatas de estas empresas podrían mutar sus actividades en otras aún más perjudiciales, como el secuestro y la extorsión. Pero la despenalización al menos obviaría el delito y permitiría al gobierno negociar con ellos legalmente, como lo ha hecho con otros grupos de poder económico comparable.
La mejor acción preventiva contra la violencia sería dar opciones de estudio y trabajo decentemente remunerado a los jóvenes ninis que hoy encuentran empleo en el comercio de las drogas, aunque llevamos 30 años de retraso en hacerlo. Tampoco soy optimista sobre la posibilidad de cambiar el actual enfoque militarizado por uno médico y social. Aunque destacadas personalidades se han pronunciado por la herejía de legalizarlas bajo la premisa que ello no aumentaría significativamente su consumo, mucho más peso tienen aún la palabra y reputación de todos los funcionarios –nacionales e internacionales– cuyas oficinas fueron creadas ex profeso para mantenerlas ilegales, y cuyos superiores deben seguir tocando en la orquesta dirigida por la moralidad de la gran potencia mundial. En Europa tomó siglos para que la herejía religiosa dejara de ser perseguida por el Santo Oficio como crimen contra la humanidad. Me temo que estamos viviendo apenas el primer sexenio de la Guerra de los Cien Años.
[1] http://en.wikipedia.org/wiki/California_Proposition_19_%282010%29
[2] D. Nutt, L.A. King, W. Saulsbury y C. Blakemore, The Lancet 368, 1047-1053 (marzo 2007), http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736%2807%2960464-4/fulltext