Desde la semana pasada la noticia que ha impactado al mundo es el reporte de la existencia de una variante del virus SARS-COV-2 causante de la COVID-19. A esta variante se le ha dado el nombre de Ómicron y presenta más de 30 mutaciones con respecto a la variante original o a la variante Delta, que en estos momentos es la causante del mayor número de casos en el mundo.
Primero quiero enfatizar que la detección del virus y su posterior reporte en el contexto internacional es de agradecer al sistema médico de Sudáfrica, donde observaron cambios en la sintomatología, luego en el genoma del virus y fueron expeditos en informar de sus hallazgos. Esta información oportuna se origina en un sistema de salud con vigilancia y hábitos de detección.
A los pocos días del reporte se observaron casos en otros lugares lejanos a Sudáfrica como Hong Kong, Bélgica y Alemania, donde también existe una cultura de monitoreo, es decir, de hacer pruebas para determinar si una persona presenta en su cuerpo el SARS-COV-2 y que puede presentar o no los síntomas de la COVID-19.
A unas dos semanas de su reporte, la alerta en el mundo ha movilizado la reanudación de pruebas de detección, las medidas sanitarias que conocemos, la revacunación de la población y, en general, intensificado las labores de monitoreo de la obtención de la información relativa a esta nueva variante.
Es importante mencionar que las compañías que desarrollaron la vacunas están en posibilidades de adecuarlas en un período de tres meses, que es un tiempo mucho menor del que les llevó desarrollar las primeras vacunas. También es muy probable que los medicamentos que hace unas semanas se han anunciado para aliviar una buena proporción de los casos severos puedan funcionar para esta nueva variante.
En mi opinión, el mundo está nuevamente alertado y la comunidad científica ha puesto manos a la obra para, con la experiencia previa, dar resultados más rápidamente ante este nuevo reto.
Sin embargo, es tan nueva esta variante que todavía hay incertidumbre en muchos aspectos. Hoy, no hay suficiente información para saber si provoca enfermedad más grave, por ejemplo, que la variante Delta, aunque los casos hasta ahora reportados son de enfermedad leve. No se sabe si la inmunidad adquirida por las personas que han padecido COVID-19 por alguna otra variante les protege ante el Ómicron.
Algunas variantes reportadas el año pasado infectaban a las personas que ya habían presentado la COVID-19 por otra variante. Tampoco hay certeza sobre si la inmunidad adquirida por las diferentes vacunas nos protege de esta variante. Parece ser que es más contagiosa, pero todavía no se tiene la certeza de su virulencia.
Por todo lo anterior, la Organización Mundial de la Salud ha catalogado a Ómicron como una variante de preocupación y que debe ser monitorizada para dar respuesta a lo que todavía no conocemos y actuar en consecuencia.
¿Qué podemos hacer?
La verdad es que después del 2020 ya sabemos cómo actuar y por la experiencia hemos aprendido que la precaución es buena consejera.
En el ámbito individual, el uso de los cubrebocas nos ha ayudado a sortear estos años, usémoslos adecuadamente. Recordemos a Susana Distancia, pero es importantísimo reconocer que nos es suficiente y necesitamos evitar los lugares concurridos y cerrados.
Una de las acciones es ventilar profusamente las habitaciones o recintos donde convivamos con otras personas por períodos de más de 40 minutos.
Una forma indirecta de la concentración de gotículas de agua producto de la respiración y posibles portadoras del virus es el CO2. En los lugares cerrados, medidores de CO2 son instrumentos de ayuda para no sobrepasar los 800 ppm.
Como sociedad podemos solicitar que la vacuna esté disponible para toda persona donde haya sido probada. En este momento, para toda la población mayor de cinco años algunas vacunas han mostrado eficacia y seguridad, por lo tanto, se debe exigir el derecho a recibirla.
Quiero aclarar que no soy especialista en la materia, pero de lo que puedo entender de la dinámica que presentan las evoluciones de los organismos vivos es posible hacer la hipótesis de que este virus haya mutado en un entorno de personas con baja proporción de vacunas y por el número de mutaciones no reportadas con anterioridad de una sociedad muy poco monitorizada.
Por esta última razón, regreso a uno de los puntos que muchas personas solicitábamos a principios de la pandemia, el uso masivo de pruebas, para contar con la información abierta que pueda ser analizada por muy diferentes especialistas y aportar al entendimiento de la dinámica, tanto del virus como de la enfermedad. Los síntomas también han cambiado con el paso del tiempo y sus cambios deben ser monitorizados.
En México, el número de pruebas de detección continúa siendo de los más bajos en relación con nuestra economía y contamos con poca información de detalle del proceso de vacunación de la población en general. Desde mi perspectiva, la información abierta es fundamental para diseñar las mejores estrategias.
Si se hizo de una manera anteriormente y las consecuencias no fueron las deseadas, podemos modificar nuestro actuar.
En el ámbito individual, uso correcto de cubrebocas, sana distancia, lavado frecuente de manos y evitar aglomeraciones.
Desde los gobiernos, vacunación a toda la población mayor de cinco años, monitoreo masivo y abrir la información -como hasta ahora la de casos positivos de COVID-19 y también abrir los datos de vacunación con el mismo detalle, para su masivo análisis.
Es tiempo de rectificar y que nuestro actuar rinda resultados que no lastimen a más personas.
Para información actualizada se puede consultar
Dra. Carol Perelman https://www.carolperelman.net/post/en-10-minutos-lo-que-sabemos-y-a%C3%BAn-no-entendemos-de-%C3%B3micron
Dr. Alejandro Macías https://www.youtube.com/channel/UCnbq60UWolp5QWrM4Khcxng