La pandemia provocada por la COVID-19 nos ha enseñado la importancia de tomar decisiones con base en información. Así se ha hecho en muchos países.
Desde el inicio de la pandemia, en nuestro país, un sector de las personas que nos dedicamos a la actividad científica solicitábamos que se realizara un mayor número de pruebas para contar con información.
Esta solicitud no fue aceptada y se decidió por un muestreo menos caro, pero que no aportó lo datos necesarios para definir una adecuada estrategia y evitar las muertes asociadas a esta enfermedad, que sobrepasan varias veces las primeras estimaciones.
La tecnología que disponemos en la actualidad hace posible la obtención de datos que pueden aportar información al instante, es decir, en el momento y no tener que esperar a colectarlos de alguna forma, almacenarlos para su posterior análisis, como se hacía el siglo pasado.
En la actualidad están disponibles relojes que pueden medir el ritmo cardíaco y vigilan algunos parámetros durante nuestro sueño, por ejemplo de las marcas Fitbit y Apple Watch.
Un grupo de investigación de la Universidad de Stanford usó la información de más de tres mil personas con este tipo de relojes para realizar un estudio y analizar la posibilidad de usar estos dispositivos para detectar la COVID-19 [1]. La idea es sencilla estos relojes miden la frecuencia cardíaca durante el sueño y obtienen parámetros de su variabilidad definiendo estadías del sueño. Con estas variabilidades pueden definir anomalías durante el sueño que fueron asociadas con la respuesta del cuerpo a la infección por SARS-COV2 el virus causante de a COVID-19.
Este estudio fue publicado en la revista Nature Medicine el pasado 29 de noviembre. [1] En él se presenta un sistema de alerta y detección al instante que puede asociar algunas variaciones en el pulso cardíaco con el inicio de la COVID-19 mediante el uso de este tipo de relojes inteligentes.
En particular, el artículo establece que puede detectar COVID-19 en o antes de los síntomas en aproximadamente el 80 por ciento de los casos sintomáticos e incluso, de lo más importante, identifica casos asintomáticos desde el punto de vista clínico.
Digo que este estudio es de lo más relevante que he leído, ya que puede detectar casos asintomáticos desde el punto de vista clínico, casos que de otra manera pudieran pasar totalmente desapercibidos y contagiar a muchas personas. Aunque es difícil juzgar el número real de casos asintomáticos porque la mayoría de los estos casos nunca se someten a una prueba PCR, en este trabajo se consiguió obtener resultados prometedores en la detección de este tipo de COVID-19.
En este sentido, el informe encuentra14 de 18 casos asintomáticos presentes en el estudio, al registrar las variaciones en los parámetros del ritmo cardíaco cerca de la fecha de la prueba.
Es decir, se detectaban ciertas anomalías y se enviaba una alerta a la persona, que se hacía una prueba PCR o de antígeno y podía salir positiva y presentar los síntomas unos tres días después de la alerta.
Aunque en ocasiones nunca presentaron síntomas.
Con estas alertas, durante los días los tres días de anticipación en los casos sintomáticos se evitó el contagio y para los asintomáticos la consecuente medida de aislamiento llevó a evitar mucho mayor dispersión de la enfermedad.
Aunque hubo casos de alertas asociados a otros eventos, digamos fatigas, consumo de alcohol, ejercicio intenso, etc., los avisos de alerta que evitaron contagios son de resaltar.
Este hallazgo muestra otra de las bondades de medir y compartir los datos que nos permiten desarrollar métodos de análisis para apuntar hacia el bienestar social.
Por supuesto que este tipo de dispositivos, los relojes inteligentes, no están al alcance de todas las personas y son un factor más de la desigualdad que impera en nuestras sociedades. Sin embargo, algo que un gobierno puede hacer, para reducir los efectos dañinos de las desigualdades es hacer pruebas de antígenos a todas las personas que tengan que asistir a reuniones presenciales con periodicidad adecuada. Por ejemplo, hacer pruebas de antígenos semanales a la población infantil que asiste a las escuelas.
Esta medida ya fue puesta en marcha en otros países y, por supuesto el número de casos detectados aumentó, pero con el aislamiento individual se evitaron contagios o se pudo instrumentar un cierre de actividades locales e incrementar la rapidez de vacunación en determinadas zonas.
Todas estas acciones disminuyeron el número de muertes comparadas con el número de casos, al ser detectados tempranamente. Es decir, hubo una acción basada en conocimiento que impactó positivamente en el bienestar de la sociedad.
Debemos aprender de las crisis. Esta crisis causada por la COVID-19 nos ha permitido apreciar que con información podemos construir conocimiento y con este conocimiento tomar decisiones que beneficien a las personas directamente. Aquí se muestra la importancia de compartir la información con fines estadísticos y respetando la confidencialidad.
Reitero, tenemos que vacunarnos cuando nos toca, usar el cubrebocas adecuadamente, evitar los lugares no ventilados y con mucha asistencia, si se puede, medir -aunque sea indirectamente- la concentración de partículas producto de nuestra respiración en el aire (medir el CO2) y hacer pruebas en poblaciones que asisten a lugares confinados.
En cuanto a las autoridades, debemos exigirles, la vacunación a toda persona que sea seguro hacerlo (hasta hoy mayores de cinco años), obtener datos de casos y de vacunados y, por supuesto, compartirlos para que la sociedad pueda analizarlos y construir conocimiento para tomar decisiones.
[1] https://www.nature.com/articles/s41591-021-01593-2