Bajo el clima de violencia que hemos vivido en México desde hace más de una década, es difícil pensar en una estrategia de largo aliento para promover el bienestar de toda la sociedad mexicana. Sin embargo, la planeación es una tarea que debemos hacer periódicamente y con ella definir acciones que tengan el impacto que deseamos en nuestro futuro.
Por otro lado, la pandemia, de la que parece estamos saliendo, nos ha dejado una serie de enseñanzas que podemos aprovechar.
La situación que hemos enfrentado desde hace más de dos años ha sido una sacudida en lo que habíamos considerado nuestra normalidad, y ahora podemos cuestionarnos qué cosas, actividades o comportamientos merecen ser revisados, modificados, o de plano, desechados de nuestros portafolios cotidianos.
En este sentido, al reflexionar sobre las enseñanzas que nos está dejando la COVID-19 podemos plantearnos cambios que nos beneficien.
En esta ocasión quiero reiterar que en el ámbito de la educación y de la comunicación del conocimiento tenemos “mucha leña qué cortar”, pero no debemos quemarla sino transformarla en acciones adecuadas para la convivencia con otras personas y especies.
Hoy quiero comentar algunos aspectos en la Educación Superior, sobre la forma en la que desarrollamos actividades de aprendizaje para la juventud actual, cuyos integrantes serán quienes tomen decisiones en el futuro.
Antes del cierre de las escuelas en el 2020, las actividades docentes se centraban fundamentalmente en dictar conferencias, y las actividades del estudiantado se reducían pasivamente a la escucha. Estas dos conductas fueron revisadas y cuestionadas por el personal docente y por la juventud en muchas ocasiones, pero eran el modo predominante.
Durante el confinamiento, el diseño y desarrollo de actividades de aprendizaje diferentes a la conferencia fueron el común denominador en las clases a distancia, que pudieron haber cambiado incluso la relación vertical entre docente y estudiante. Fue un hecho que la juventud enseñaba el manejo de herramientas de telecomunicación. Las actividades también se modificaron.
Desde el lado docente, el aprendizaje de las herramientas para participar y dirigir reuniones mediante plataformas en línea (Zoom, Meet, Teams, Webex, etc.) fue una de las habilidades aprendidas. El uso en general de dispositivos y programas o aplicaciones de telecomunicación se amplío significativamente en la población adulta.
También la preparación de material didáctico para ser consultado a distancia y de manera asíncrona fue de las herramientas que se aprendieron y desarrollaron. En algunas ocasiones la implementación de recursos didácticos interactivos generó aprendizaje lúdico con beneficios relajantes.
Desde la posición estudiantil, la posibilidad de adecuar los ritmos de trabajo en las actividades asíncronas condujo a una construcción responsable en el uso del tiempo. Por supuesto, también la profundización en el manejo de las herramientas de telecomunicación fue uno de los beneficios.
La comunidad estudiantil pudo constatar que la información que se ha volcado en la Internet puede ser utilizada con motivos de aprendizaje y de construcción de habilidades en entornos diferente al escolar, entre otros muchos aprendizajes para ambos sectores.
El retorno a las clases presenciales con actividades síncronas en las instituciones de Educación Superior obliga a reflexionar qué de estos aprendizajes deben formar parte ahora de nuestra cotidiana interacción en los diferentes entornos de aprendizaje.
Ya no podemos decir que el salón de clases con pizarrón y con bancas multiusos es el ambiente de aprendizaje; hoy entendemos que el entorno de aprendizaje se amplía y trasciende al entorno escolar y puede estar constituido por plataformas informáticas, bases de datos, YouTube, Facebook, Instagram, TikTok, etc.
Tanto los sectores docentes, como estudiantiles, se han percatado de que casi cualquier medio de comunicación en redes sociales por internet puede ser utilizado para compartir recursos didácticos y, por lo tanto, para construir experiencias de aprendizaje significativas. De vital importancia es considerar que la presencialidad física abona a la construcción de lo social y, por ende, debemos aquilatar los beneficios que nos brindan las actividades presenciales aumentadas por las virtuales y asíncronas.
Con esto quiero señalar que el confinamiento causado por la COVID-19 nos ha abierto las posibilidades de interacción a distancia y de manera asíncrona, ampliando las posibilidades en el espacio y en el tiempo del entorno escolar. Nos ha mostrado que podemos utilizar la flexibilidad en nuestras acciones y conductas.
Por supuesto que estas posibilidades han sido catalizadas en un sector privilegiado de la población mexicana que tiene acceso a estos recursos. Sin embargo, con la apertura de los planteles, las instituciones educativas tienen la posibilidad de poner a disposición de sus estudiantes estos recursos y de alguna manera paliar las diferencias. Estas diferencias fueron profundizadas por la pandemia y es forzoso que luchemos por resarcir los rezagos y ofertemos espacios para la cicatrización de las heridas en la sociedad, que esperemos empiecen a sanar en la estructura educativa.
Las tareas no son sencillas, pero es tiempo de reflexionar, utilizar lo aprendido y actuar de manera flexible para ampliar los espectros de actuación en los entornos diversos.