Este fenómeno, donde la persona que es nombrada en un puesto de autoridad burocrática asume que, con este nombramiento, también posee la autoridad técnica sobre los asuntos de su nombramiento, es uno de los más graves problemas de toda sociedad, organización o institución.
Los dichos populares han también reconocido este fenómeno: “se sube a un ladrillo y se marea”.
Esta actitud de soberbia e ignorancia ha causado infinidad de situaciones no deseadas, por decir lo menos. Déjenme comentar una que sucedió en el siglo XVII en Europa, particularmente en Suecia con un galeón de guerra, el Vasa. En aquella época, Suecia estaba en guerra con otras naciones europeas cuando el rey Gustavo Adolfo II ordenó la construcción de un suntuoso barco de guerra. La idea del rey era poseer un barco que además de hermoso fuera en sí mismo terrorífico y para ello ordenó que tuviera dos líneas de cañones a cada costado. En ese momento, Suecia no contaba con arquitectos navales con experiencia en la construcción de este tipo de galeones. Es más, los arquitectos navales del norte de Europa usaban tablas de dimensiones de altura, largo, ancho y demás que habían probado funcionar para diseñar los barcos; a pesar de que Arquímedes había enunciado su principio de flotación varios siglos antes y que con ello es relativamente fácil calcular las dimensiones de una embarcación. El primer diseño del galeón se le encargó a un constructor de barcos holandés, Henrik Hybertsson. El contrato se firmó en 1625, pero en 1626 el rey mandó una carta al constructor para cambiar las dimensiones del galeón. La sorpresa de Hybertsson fue que no encontraba esas dimensiones en las tablas de dimensiones adecuadas. El rey quería un barco más grande. En 1627, Hybertsson murió y un año después el barco fue terminado siguiendo fielmente las dimensiones que el rey había ordenado. El resultado fue que en 1628 el Vasa se hundió el día de su viaje inaugural a escasos metros de la costa muriendo entre 30 y 50 personas. El rey solicitó una explicación y pidió castigo para el culpable del hundimiento. Hubo un juicio: primeramente se sospechó que la tripulación estuviera ebria, situación que no resultó cierta. Posteriormente, se acusó a los constructores de haber fabricado el barco con defectos, cosa que tampoco se probó. En el juicio se ventiló el argumento de la carta del rey en la que ordenaba las dimensiones y fue lo que terminó con los alegatos. ¡Nadie fue culpado por el hundimiento! Al menos no hubo chivos expiatorios.
El final feliz: aunque 400 años después, en 1961, como resultado de un largo trabajo de preparación y de la colaboración entre políticos, ingenieros navales, ingenieros en materiales, arqueólogos, y muchos otros especialistas, se organizó un gran proyecto para reflotar el Vasa. Actualmente, es un orgullo para Suecia mostrar este suntuoso barco en un museo promoviendo el turismo y proyectos de investigación en ciencia de materiales, arqueología marina y antropología social. Un ejemplo interesante de interacción exitosa entre ciencia y turismo.
He narrado rápidamente el fracaso del Vasa como una muestra de los errores que cometen personas en posiciones de toma de decisiones cuando confunden que la autoridad burocrática (algunos dicen divina) es conferida con la autoridad técnica, que la mayoría de las veces no tienen. Esto puede pasar cuando un presidente municipal, un secretario de estado, un gobernador, un presidente de un país, un director de empresa, un director de centro de investigación, en fin cualquier persona en un puesto directivo, toma decisiones sin conocimiento, o por intereses políticos o de imagen decide construir alguna obra sin la debida supervisión técnica o adecuada pertinencia. Así tenemos hospitales sin equipo, puentes que se caen, estatuas ocultas, en fin diversos “elefantes blancos” que solamente sirven para tomarse la foto e inaugurarlos, incluso varias veces, o sin funcionar; pero no resuelven los problemas que aquejan a la comunidad y en muchas ocasiones sus impactos son funestos, como en el caso del Vasa.
Este fenómeno de marearse al subirse a un ladrillo ha sido compartido por presidentes, gobernadores, diputados, directores de empresas e incluso emperadores. Quizá le podríamos nombrar el síndrome del emperador Claudius. Esforcémonos por exigir la opinión técnica, social, económica de expertos sobre las posibles soluciones a los problemas y vigilemos su seguimiento, establezcamos políticas públicas abiertas con el consenso de todos. Estoy convencido de que esta metodología puede ser un remedio para el mareo.