Sin embargo, no hay que negarnos el derecho a informar a un público más amplio que el "especialista" ni a emitir una opinión personal: cuanto más haya, más puede criticarse y calibrarse la imposición salvaje de las modas y minimovimientos que aparecen y desaparecen en segundos. En este sentido, lo que tiene de interesante cualquier momento artístico no es tener que seguir fielmente y como se creyó en los años ochenta o noventa lo más reciente, ni mucho menos, como creen los posmodernos en su versión más superficial, relativizar completamente el gusto sino la capacidad de releer críticamente lo que fue el arte moderno del siglo XX. De ahí que mis modelos de crítica sean, más que los franceses, sajones y estadounidenses, entre ellos cuatro figuras fundamentales: Robert Hughes, Meyer Schapiro, Clement Greenberg, Arthur C. Danto y Rosalind E. Krauss, que han adquirido a lo largo de los años la categoría de dioses insuperables, de maestros indiscutibles.
Por otra parte, la crítica de arte como especialidad autónoma en el relato artístico nació, como cualquier otra especialidad surgida de la modernidad, como consecuencia temprana de la división capitalista del trabajo intelectual, y se ha justificado, a mi modo de ver a la contra, en paralelo con la progresiva emancipación de los lenguajes creativos, con su distanciamiento de una trama histórica estratificada en estilos y momentos formales. El crítico ha sido el defensor a ultranza de la forma contra la norma, y en ciertos momentos, a la inversa, de la legendaria perspicacia moderna del Diderot de los salones al radicalismo poético y crítico de Baudelaire, Válery o Apollinaire en plena vanguardia visual.
Parece que el historiador y el crítico de arte -me gustaría incluir a los poetas que ejercen y han ejercido la crítica de forma brillante como Octavio Paz, José Hierro, José Angel Valente, Luis Cardoza y Aragón o Claude Esteban -, se sitúan en dos polos antagónicos, cuando de hecho la escritura del arte demuestra la dosis de voluntad adivinatoria y el conjunto de saberes inéditos, necesarios para adentrarse en la esfera artística que privilegia la inmersión sensible, frente a la interpretación narrativa lineal.
En sus orígenes, la historia del arte era poco más que la de los artistas –Vasari es el ejemplo– vinculados por parentelas del oficio, taller y patronazgo. Winckelman subrayó la excelencia individual de las obras de arte con relación a los ideales de perfección del arte griego, que en alguna medida debían imitar. La historiografía romántica sintetizó un proceso lineal de progresiva complejidad formal y modelo cíclico –inicio, madurez y declive-, que hacen de los estilos sucesivos variables temporales del arte, y que tiempo después llevó al crítico norteamericano Greenberg a negar que el interés de la “crítica reside en el método y no en el contenido de los juicios”.
La crítica, suele aferrarse a las obras y movimientos concretos –más los autores “contemporáneos”-, caracterizadas a partir de la evolución del artista o a través del reflejo especular de los problemas perceptivos y sensibles que sugiere. Se trata de integrar la obra en la cabeza de hallazgos e intuiciones sensibles que construye el artista. Un análisis enraizado en el lenguaje propio del arte que discute las obras visuales como síntesis acabadas o fallidas de un enunciado formal. Es decir, de dar voz no sólo al concepto artístico, sino también a su lenguaje poético y lingüístico.
Pero la difusa realidad artística, política y cultural de hoy hace superflua cualquier diferencia y apela a la desnuda sensibilidad subjetiva, casi personal, frente a la obra plástica. Algunos críticos que admiro, Arthur C. Danto, André Chastel, John Golding, Clement Greenberg, Meyer Schapiro, John Ashbery, J. F. Yvars, John Berger, Yves Bonnefoy, Rosalind E. Krauss, Francisco Calvo Serraller, Valeriano Bozal, David Sylvester, Robert Hugues, universales y diversos en formación, método y análisis, utilizan en su aproximación al arte cuanta información histórica colabora a desvelar el misterio o la trama de la obra nueva, pero conscientes siempre de las trampas que la autonomía formal supone para la coherencia de su narración, en algunos de ellos hay un rechazo total a la metodología historicista, para apoyarse en las teorías estructuralistas sobre la relación existe entre significado e imagen, para formular un discurso sorprendente, como es el caso de Rasalind E. Krauss.
Desde hace años han surgido múltiples visiones distintas a las propuestas por Alfred Barr Jr, para el Museo de arte Moderno de Nueva York, que otorgaba toda la primacía a Picasso y Matisse; así, la recuperación de una visión europea ha vuelto a considerar movimientos infravalorados como el expresionismo alemán o el constructivismo ruso. Pero, se puede también, sin temor a considerarnos involucionistas afirmar que Jean Dubuffet, Balthus, Morandi o Giacometti son grandes artistas, mientras la recuperación de Picabia posdadá ( que ya se dio en la excelente exposición que organizó la Tate de Londres, bajo la curaduría de Jennifer Mundy), hay que entenderla como una justificación de tendencias actuales, aunque esto nos conduzca a configurar un campo de estudio fragmentario, en el que el concepto de historia o crítica de arte, se entienda sólo como una visión global de un fenómeno.
En las recuperaciones, hay mucho de justo, algo de esnob y una gran necesidad de encontrar nuevos valores en el mercado del arte, que lleva años muy hambriento de encontrar causes nuevos. En Estados Unidos está de moda afirmar que una exposición de Rothko Gorky, Hopper Kokoschka o Motherwell " ha decepcionado" y se ensalza a un grupo insignificante de artistas "posmodernos", cuando la calidad es abismal. ¿Un discurso de la modernidad artística? No lo sé todavía.
¿Qué decir del momento actual? Leo Castelli, uno de los grandes galeristas del siglo XX, que tenía un ojo sorprendente y cuya edad le permitió mirar detenidamente el pasado, comentó en algún momento la brevedad y caducidad de ciertos movimientos emergentes como el Pattern painting, que apenas duró unos años en Estados Unidos. El recorrido propuesto es un viaje, entre el tardomodernismo y la globalización a lo largo de dos décadas tan turbulentas como amorfas. Unos años en los que se proclamó la muerte y resurrección de la historia y el tiempo y la realidad se ensancharon en todas direcciones. Esa época en la que el mercado se alzó definitivamente con el poder y el todo-vale se convirtió en nada-importa-gran-cosa-en-realidad.Cada lectura es siempre una opción. En mis planes, proyectos y escritos como historiador de arte está revisar con una cadencia anual la parte de lo contemporáneo, pero para contar esta historia en concreto, de teatralidad, resistencia y cambio, he optado siempre por una selección de artistas y movimientos, que a mí no sólo me dicen algo, sino que también me rompen los esquemas estéticos. Hay ausencias deliberadas y otras impuestas por el espacio de un ensayo breve. Aunque en el fondo de mi selección artística subyace la fidelidad a la pintura, la fotografía y la gráfica, que son una sucesión lineal de nombres propios. Ese es el verdadero credo que me gusta, obseciona y gobierna.
Para construir mi relato, he escogido unos cuantos nombres y, obviamente, he dejado a muchos otros fuera. Dado que la reescritura de la historia resulta uno de los temas centrales del arte contemporáneo, la licencia parece plenamente justificada. Ahora bien, ¿es posible contar todo esto sin recurrir a la obra de artistas de la corriente dominante como Los expresionistas alemanes de finales de los setenta, Baselitz, Lüpertz y Penck o la artista conceptual Rebecca Horn siguen aportando una obra sólida, pero es Anselm Kiefer el que continúa con una fuerza que influye a cientos de jóvenes, o artistas más actuales como Roland Fischer y Günteher Förg, sin olvidar a mis admirados Sigmar Polke y Gerhard Richter. Los españoles Miquel Barceló, Cristina Iglesias, Francesc Torres, Susana Solano, José María Sicilia, Xavier Grau, Charo Pradas, Xomin Badiola, Pedro G. Romero, Rogelio López Cuenca, Alberto García Alix, Esteve Casanoves, Pello Irazu, y Chema Madoz, continúan ejerciendo una influencia decisiva en generaciones recientes, no sólo de España, sino de Europa. ¿Y sin un guiño a la triquiñuela mercadotécnica de Damien Hirst, Tracey Emin y el resto de los Young British Artists, que con tanta soltura dominaron los medios en los noventa? En Brasil, pienso en Ernesto Neto, Vik Muñiz, Adriana Verajao, Valeska Soares, Rosángela Renno y Cildo Meireles. De este último la sensación que provocan sus obras es la de pretender la superación de los límites, de una búsqueda de la expresión del infinito. Otros de mi galería son el sueco Lars Arrhenius, la inglesa Gillian Wearing, el suizo Peter Wiilthrich, los norteamericanos Lorna Simpson, Julian Schnabel, Mike Kelly y Paul McCarthy; el uruguayo Ignacio Iturria; el argentino Guillermo Kuitca ; los dominicanos Elvis Avilés, Hilario Olivo, Tony Capellán, Raquel Paiewonsky, Jorge Pineda ; los cuabanos Kcho, José Bedia y Roberto Fabelo; los guatemaltecos Jorge de León, Yasmin Hage, Sandra Monterroso .Tengo que aceptar que hoy. En México el arte contemporáneo: pintura, gráfica, fotografía e instalación tiene un discurso estético importante, con una filosofía crítica, y hallagos reveladores en sus propuestas, cada vez más lejos de las corrientes en boga. Gabriel Orozco, Pablo Vargas Lugo, Erick Beltrán, Eduardo Abaroa, Minerva Cuevas, Demian Ortega, Laureana Toledo, Diego Guzmán, Rubén Leyva, José Villalobos, Gabriel de la Mora, Ernesto Ríos, Dulce Pinzón, César Flores, Patricia Henríquez, Francisco Quintanar, Tatiana Montoya, Marisa Boullosa, Jorge del Ángel, Sandra Pani, Luis Felipe Ortega, Alfonso Mena, Miguel Ángel Alamilla, Fernanda Deschamsp… Por otra parte, son muy interesantes, las disputas de género y los activismos feministas y homosexuales han alzado la voz en años recientes, bien desde los carteles que reivindican con enfado la ocupación de las calles, bien por la vía de lo grotesco (como en Freak Orlando, de Ulrike Ottinger) o en las poéticas visiones de Itziar Okariz y Eulàlia Valldosera.
En el terreno de la escultura la cosa se mueve con interés, como para afirmar que su último momento de eclosión, el minimalismo, ha sido superado y desbordado desde posiciones mucho más matéricas y metafóricas. No es extraño, que vuelvan a reconsiderarse los artistas del Arte povera italiano, junto a los que emerge otra generación ( Luigi Mainolfi, Patrizia Guerresi, Lucia Romualdi); en España Jaume Plensa, Susana Solano y Juan Muñoz, han logrado propuestas contundes; los italianos Giovanni Anselmo, Michelangelo Pistoletto y Luciano Frabro, o, en Gran Bretaña los nombres de Anish Kapoor, Richard Deacon, Richard Long, Tony Cragg o Barry Flanagan , con mayor o menor fortuna, proponen a su vez obras distintas. Tengo que decirlo: mis artistas más admirados en este momento, y a los cuales sigo constante por el mundo; además de tener una devoción total por su arte desde hace un par de años son: Cai Guo-Qiang, Sean Scully, Anselm Kiefer, Giuseppe Penone y Shirin Neshat. Artistas con una poética luminosa, única, que me conmueven hasta el límite. No pretendo con esto, hacer ni un mínimo de registro de lo que pasa hoy en el arte contemporáneo en México y Europa, sino sólo dar un paseo breve por algunos artistas que me interesan, y dejar registro de su situación en el mercado del arte actual.