Las emociones son manifestaciones externas de estados internos que irrumpen hacia afuera manifestando un mensaje interno.
Esa irrupción implica toda una fisiología atrás: alteraciones diversas que nuestro sistema nervioso lleva a cabo dependiendo de la emoción: sudar más, menos, acelerar el ritmo cardíaco o alterarlo de algún modo, ampliar o restringir la respiración, cambiar el ritmo respiratorio, llevar la sangre a la superficie de la piel, sobre todo hacia la cara o reducir la circulación y la temperatura y concentrarla en el centro, dilatar las pupilas, salivar, descontrolar los esfínteres, paralizar la peristaltis intestinal, segregar adrenalina u otras hormonas, tensar ciertos músculos, etc.
Es amplia la gama de reacciones que luego nombramos con cierto nombre: ira, miedo, angustia, alegría, excitación, ansiedad, tristeza, apatía, etc.
La contención, decíamos en la primera parte, es lo fundamental para poder atender adecuadamente a aquello que nos pasa, en vez de solamente tratar de ignorarlo, olvidarlo, reprimirlo. Pero una vez que lo abrazamos dentro de nosotros y decidimos ver lo que nos pasa es preciso reconocerlo, nombrarlo.
Parece muy obvio pero hay personas que manifiestan claramente signos de enojo y niegan rotundamente estar manifestando esa emoción. Reconocer, aceptar lo que nos pasa, nombrarlo es el primer paso.
El segundo es procurar definir el mensaje interno: “estoy enojado(a) porque…” o “¿Para qué me sirve enojarme en este caso?”. Una vez reconocida la necesidad: “no quiero hacer esto”, “me lastimaron”, “quiero que se hagan las cosas como yo quiero”, “quiero respeto”, etc. entonces es posible poder hacer algo al respecto.
Es un diálogo con nosotros mismos. Esto implica que no ignoramos ni reprimimos la emoción, pero tampoco sólo la desahogamos como quien vomita algo que no puede parar o lo hace impulsivamente sin pensar esté quien esté y en el momento que sea.
Entonces no nos ignoramos, damos espacio a nuestra emoción, incluso podemos permitirnos desahogarla privadamente golpeando la cama y los cojines, llorando o en caso de que rebase nuestra capacidad de contención, compartirla con quien quiera y pueda contenerla: una persona de confianza, con capacidad para comprenderme, el sacerdote, el pastor, el psicoterapeuta, el grupo de autoayuda.
Al hacerlo se trata de identificar la necesidad y hacer algo al respecto. Es decir: tomar una decisión para cambiar las cosas. Aquí es donde la mayoría se atora, pues ya involucra un compromiso con la situación, un dar la cara y asumir las consecuencias de tomar un rumbo definido de acción.
Si me doy cuenta que “quiero siempre tener razón” quizá debo reconocer que no puedo imponer a nadie y que quizá tengo que aprender a ver otros puntos de vista y ceder, trabajar quizá con mi arrogancia y ver por qué tengo tanta necesidad de reconocimiento. Pero a veces el asunto no es conmigo mismo, si determino que vivo situaciones de abuso, de violencia y/o de falta de respeto a mi persona y por eso reacciono con ira o con accesos de llanto, depresión o ansiedad, debo hacer lo posible porque mi situación cambie.
Dialogar quizá con la persona implicada, tomar decisiones drásticas como divorciarse, renunciar a ese trabajo. Someterse a algo más allá de lo que nuestro interior pueda soportar va a generar de todos modos esos estados emocionales aunque no los manifestemos hacia afuera, aunque los reprimamos o los “controlemos”.
No se trata de eso porque seguramente el resultado, entre otros, será la somatización, es decir, nuestro cuerpo recibirá toda esa energía bloqueada enfermándose, alterando su equilibrio de estrés. Por no decir que podemos entonces volvernos más susceptibles a explotar con la persona equivocada o en el momento inoportuno. Es preciso para poder pensar cómo queremos reaccionar el podernos contener y reconocer lo que nos pasa y la necesidad que nuestro interior expresa. También debemos estar dispuestos a enfrentar la realidad y si somos nosotros los equivocados, corregirnos. Algunas reacciones emocionales son caprichos para imponer nuestra voluntad o una hipersensibilidad exagerada de que “todo nos afecta o nos lastima”.
A veces las necesidades reconocidas o los problemas enfocados nos rebasan. Entonces “consulte al psicoterapeuta”. No deje para mañana lo que hoy se va acumulando y un día podría explotar con nefastas consecuencias.
En algunas ocasiones sólo nos falta aprender a manejar nuestras emociones, desarrollar habilidades como la de la contención, la proactividad, la negociación y el reconocimiento de patrones inconscientes o tendencias moldeadas en nuestro pasado por vivencias traumáticas o críticas.
Entonces la psicoterapia se vuelve indispensable no sólo para aprender, sino para sanar heridas emocionales, resignificar nuestra historia e identificar las decisiones que tenemos que tomar para que las cosas realmente cambien. Esto no es cosa fácil, pues hemos de asumir las consecuencias y la incertidumbre del futuro. De lo que se trata es que seamos “dueños de nuestras circunstancias y no víctimas”.
Consulta al psicoterapeuta para que te ayude a cambiar los estragos que ha causado en tu vida el reprimir tus emociones en vez de oír el mensaje de tu interior y hacer lo que sea más inteligente.
*Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas para videollamada a Colima al tel. 01 312 3 30 72 54
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